Tener una actitud de gratitud no es algo que se produzca de modo natural, especialmente en prisión. Con sus incómodas condiciones de vida, su ruido constante y su gente desagradable, puede ser sombría y solitaria; es un lugar que difícilmente uno incluiría entre sus bendiciones.

El corazón de cada prisionero es un campo de batalla de la guerra entre el bien y el mal que lo rodea a diario. Satanás prospera en la negatividad que existe detrás del alambre de púas. Se esmera por conservar la atención del recluso en las circunstancias difíciles y desagradables de la vida. Por eso el prisionero comienza a cuestionar, y se queja y se aleja de Dios. Satanás sabe que si solo miramos lo que hay de malo en nuestras vidas, estamos destinados a deprimirnos y sucumbir ante la desesperanza.

Durante los 31 años que estuve encerrado, aprendí la importancia de vivir con gratitud. Pero no fue hasta que entregué mi vida a Cristo y que comencé a leer mi Biblia cuando me di cuenta de cuánto tenía que agradecer, incluso en prisión.

Estudiar al apóstol Pablo cambió mi forma de ver mis circunstancias. Pablo pasó por momentos difíciles en su vida. Por ejemplo, lo golpearon, lo apedrearon, naufragó y lo arrojaron a una prisión (2 Corintios 11:23–28). Pero pese a todo, mantuvo la mirada fija en Jesús en lugar de en sus problemas (Hebreos 12:2). Siguió peleando la buena batalla de la fe (1 Timoteo 6:12) y confió en Dios para portar la gracia que necesitaba soportar (2 Corintios 12:9). Alabó al Señor incluso cuando sufría recordando que sus pruebas eran temporales y que traerían la gloria de Dios (2 Corintios 4:17–18).

Desde su celda en Roma, Pablo enseñaba que Dios desea que sus hijos se regocijen, oren y den gracias sin importar las circunstancias que enfrenten (1 Tesalonicenses 5:16–18). Pasar tiempo en prisión nunca fue agradable, y no puedo decir que alguna vez me regocijé por las cosas malas que me sucedieron mientras estuve allí. Pero mi actitud comenzó a cambiar, al igual que mi vida, cuando seguí el consejo de Pablo y empecé a alabar a Dios por las bendiciones que podía ver y a orar para que Él revelara las que yo no podía apreciar.

Dios abrió mis ojos a la belleza que me rodeaba y mostró las formas en que Él utilizaba mi tiempo en prisión para Su propósito y para darle sentido a mi vida. A través de mí, Dios estaba haciendo cosas que yo no creía posibles (Efesios 3:20). Me sentía sumamente agradecido de que Jesús hubiera fallecido en la cruz para salvar mi alma de la muerte eterna. Nunca le agradeceré lo suficiente a Dios por Su regalo de salvación. Ciertamente no lo merezco y nunca me lo podría haber ganado.

Aprender a vivir con gratitud dentro de la prisión también me preparó para la vida en el mundo libre. Aquí he descubierto que agradecer y enumerar las bendiciones de Dios sigue siendo la única manera de sobrevivir. ¡La vida es difícil a ambos lados del muro de una prisión!

Estoy agradecido por cada minuto que pasé tras las rejas. Sin esa experiencia, no sería el hombre que soy hoy. La vida en prisión no fue fácil, pero ¿cuándo lo fácil ha llevado a alguien a un lugar al que valga la pena ir?

Si usted atraviesa dificultades en un lugar sombrío y lo abruman sus circunstancias, mire hacia Dios. Alábelo por lo que Él está a punto de hacer. El gozo del Señor expulsará las tinieblas y le dará la fuerza para vencer lo que sea (Nehemías 8:10).

 

ROY A. BORGES cumplió una condena de 31 años en una correccional de Florida, donde se dio cuenta de que necesitaba un Salvador. Mientras estuvo en prisión, Roy brindó ministerio a otros a través de sus escritos, más de 300 de los cuales han sido publicados. Su libro 101 Short Stories from the Prison Cell está disponible en amazon.com.