Una grave traición al principio de mi vida trastornó mi forma de pensar durante años. Yo era solo una estudiante de sexto grado que me ocupaba de sus asuntos cuando alguien en quien confiaba no solo me acusó de robar, sino que me retuvo en contra de mi voluntad con la amenaza de enviarme a la cárcel si no confesaba.
Era una alumna sobresaliente de 11 años que nunca se metía en problemas, así que estaba aterrorizada. Pero me negué a admitir algo que no había hecho. Pareció una eternidad, pero al final pude irme.
Al igual que muchos en situaciones vulnerables, no hablé de lo sucedido, pero el incidente me traumatizó durante años. Con el tiempo, decidida a nunca volver a sentirme tan frágil e insegura, desarrollé una poco saludable confianza en mí misma.
Era un mecanismo de supervivencia, sin duda, pero solo me causaba más daño. Tendría que soportar muchas pruebas antes de finalmente llegar al límite de mis fuerzas y dejar que Dios tomara el lugar que le correspondía en mi existencia.
Me gradué de la Universidad Estatal de Luisiana en 2002 y me mudé a Texas. Allí, finalmente conseguí mi primer empleo como microbióloga y estaba decidida a triunfar. Me encantaba mi trabajo y destacaba. La vida me sonrió hasta que vendieron la empresa.
Mi departamento evitó los despidos al principio. Pero en 2012, tras casi una década de servicio y sin razón aparente, la dirección eliminó mi puesto. Me sentí humillada cuando mi antiguo gerente tomó mi credencial y me acompañó a mi auto. Me sentí aplastada y traicionada, al igual que en mi preadolescencia, por alguien en quien confiaba.
Hice a un lado el dolor y seguí con mi rutina. En mayo de 2015, me casé y, justo después de nuestro primer aniversario, nos enteramos de que estaba embarazada. Emocionados, fuimos a mi cita de las 11 semanas y la primera ecografía de nuestro bebé. El corazón se nos encogió cuando el monitor reveló que el bebé no tenía latidos. Un análisis de sangre confirmó que había tenido un aborto espontáneo. Me fui aturdida.
No lloré hasta días después cuando una enfermera me llevó en silla de ruedas a un quirófano para someterme a un procedimiento llamado curetaje. Cuando por fin me salieron las lágrimas, no se detuvieron. Otra gran decepción sacudió mi alma, y otra pena no fue encarada nunca.
Aunque no tenía una relación estrecha con el Señor entonces, sabía que necesitaba que Él interviniera en mi situación. Comencé a orar por un niño, pedía la ayuda de Dios de la misma manera que Ana había orado para recibir a su hijo, Samuel, en la Biblia (1 Samuel 1:27).
Dios respondió a mis oraciones y me concedió un embarazo exitoso. Mi esposo y yo le dimos la bienvenida a nuestra primera hija sana y hermosa. Estaba agradecida con Dios, pero no aprendí a confiar en Él. Me ocupé de mi papel de madre primeriza.
Posteriormente, mi esposo y yo decidimos tener otro bebé. Logramos el embarazo, pero sufrimos otro aborto espontáneo. Es difícil explicar el dolor de perder a un hijo que aún no nace, pero aunque hubiera podido entonces, no lo habría hecho. Simplemente seguí con mi vida. Dos años y medio después, Dios nos bendijo con una segunda niña sana. Pero ya no era feliz.
Día tras día, mi existencia se oscurecía. Y crecieron mi enojo y amargura con respecto a mis papeles de madre, esposa y mujer de carrera. Me sentía sola e infeliz. Y entonces, mis amigos comenzaron a alejarse, uno por uno. En poco tiempo, todas las personas en las que confiaba y que me servían de apoyo habían desaparecido.
Fue esta pérdida la que me puso de rodillas y me hizo buscar a Dios. Necesitaba algo más que una respuesta rápida a mi oración; necesitaba que me explicara lo que pasaba. ¿Por qué estaba tan triste? ¿Por qué tanto enojo? ¿Y por qué las personas que amaba habían elegido desaparecer de mi vida?
Dios me encontró justo en medio de mi confusión y me indicó que por el dolor que había sufrido en el pasado, mi corazón se había hecho duro y desconfiado. Los muros que había hecho para protegerme distanciaban hasta a las personas que amaba. Me ponía a la defensiva con quien se acercara. Mi personalidad fuerte y controladora alejó a muchas personas maravillosas al yo esforzarme desesperadamente en protegerme.
En un momento crucial, me di cuenta de que mis amigos en realidad marcaban límites por su propia salud. Quería sentirme ofendida, pero ¿cómo podía? Tuve que verme a mí misma para entender que el verdadero problema en mi vida no era lo que otros me habían hecho, sino yo. Yo era el problema.
Pero ¿qué esperanza podía guardar? No tenía idea de cómo cambiar o convertirme en una mejor persona. Y estaba segura de que eso no me devolvería a las personas que amaba. Entonces, ¿qué sentido tenía?
Durante este doloroso autoexamen, Dios intervino y me acercó a Él. Yo me había criado en la iglesia y sabía de Él, pero nunca lo había conocido personalmente. Este pesar me llevó a Él. Abrió Sus brazos y me dio la bienvenida a mí con todas mis heridas y problemas.
Me sentía segura con Dios y oraba con valentía. Conocía la oración del rey David del Salmo 139:23–24, y me pareció apropiada. Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna. Hablaba en serio: necesitaba que Dios me señalara lo que estaba sucediendo y cómo mis acciones afectaban a los demás y a mí misma.
Lo primero que el Señor me reveló fue la falta de perdón en mi corazón. Si en algún momento quería sanar y estar bien en lo emocional, debía perdonar a quienes me habían lastimado. Y si quería el perdón de Dios por mis ofensas, tenía que perdonar a otros las suyas. (Ver Mateo 6:14–15; Efesios 4:31–32; y Colosenses 3:13). No importaba si los que habían faltado en el pasado se habían disculpado o reconocido el daño causado por sus acciones; yo necesitaba perdonar.
Dios también me mostró cómo, en lugar de acudir a Él para satisfacer mis necesidades, yo acostumbraba a llenar el espacio destinado solo a Él con personas, empleos y estatus. No había que ser un genio para darse cuenta de que esas cosas solo habían agrandado mi vacío. Dios quería darme una satisfacción y propósito duraderos.
La gracia de Dios me hizo entrar en razón justo a tiempo para enfrentar la pandemia de 2020. El Señor llegó en el momento preciso para ayudarme a encontrar la salida de esa oscuridad. No quiero imaginar dónde estaría sin Su intervención.
Dios y yo aún trabajábamos en mi crisis de identidad cuando se me ocurrió la idea de iniciar mi propia empresa. No sabía lo que eso implicaba y cometí mi error habitual de pedir de entrada a la gente en lugar de a Dios que me guiara. Aun así, Él obró mediante esas personas y sus ideas me devolvieron a Él.
Uno de mis amigos me sugirió animar a otros mediante videos y publicaciones estimulantes en las redes sociales. Poco después, nació mi ministerio, OptimisticallyKe. Saqué mi primer video el 16 de abril de 2021. Desde ese día, Dios me ha brindado con lealtad oportunidades inesperadas. Incluso he publicado dos libros.
Quiero guiar a otros hacia el Señor compartiendo con ellos, a través de mis publicaciones, charlas y obras publicadas, lo que Él me ha enseñado. Quiero que la gente sepa el poder que pueden encontrar al contar sus historias y que pueden confiar en Dios para hallar un propósito en cosas como la traición, el rechazo, la pérdida y el dolor. ¡Dios no desperdicia ni una lágrima!
No podemos escapar de las penas de este mundo, pero Dios promete que a través de Su Hijo, podemos vencer todo. Con Él de nuestro lado, nunca nos derrotan. Romanos 8:37 dice que somos más que vencedores en Cristo Jesús a pesar de las cosas difíciles.
Sin embargo, la clave para ser victorioso es estar en Cristo. La fe en Él es lo que nos posibilita eso. Todo comienza cuando le entregamos nuestras vidas, incluyendo nuestro dolor. ¿Ha hecho usted eso? ¿Le ha abierto su corazón y se ha hecho vulnerable a Su cuidado amoroso?
Puede confiar en Dios; de verdad. Las pruebas y las decepciones pueden engañarnos haciéndonos creer que Dios y las personas no se interesan en nosotros y que nuestras vidas no tienen propósito, pero no es cierto.
No haga lo que yo. No permita que los hechos dolorosos y las personas nocivas endurezcan su corazón. Eso solo produce más dolor. Déselo todo a Dios. Deposite en Él todas sus preocupaciones; Él cuida de usted (1 Pedro 5:7). Y luego, esté dispuesto a sumergirse profundamente en su vida con Él. Dios amorosa y pacientemente revelará cosas ocultas que, cuando se ocupe de ellas, lo llevarán a un lugar de libertad.
Dios tiene un gran trabajo para Su reino que quiere encargarle a usted. Esto no ha terminado. Dios puede sacarlo de esa oscuridad y ablandar su corazón. Y si se lo permite, Él usará todo lo relacionado con su historia para moldearlo y convertirlo en alguien que pueda usar como conducto para Su gloria.
Na’Kedra Rodgers es una belleza sureña con carácter. Le gusta empoderar a las mujeres como oradora, escritora y autora de podcasts. Su meta es inspirar, animar y conducir almas perdidas a Jesús. Conéctese con Na’Kedra en www.nakedrarodgers.com.