Usted probablemente acaba de leer la historia de mi esposo, que comienza en la página 6s. Cuando conocí a Darren, yo era un desastre; estaba sedienta de amor y trataba de lavar mi dolor en un interminable río de alcohol. Darren estaba desintoxicado, pero también tenía muchos asuntos sin resolver. Trató de ayudarme, pero una persona debe querer la lucidez por sí misma para que pueda ocurrir un cambio real. Yo no estaba preparada para eso, solo sabía que Darren podía satisfacer mis necesidades más evidentes. Así que nos casamos y las cosas salieron bien…hasta que el dolor de mi pasado me apresó de nuevo.

De niña, no tenía idea de cómo era una relación saludable. Nunca había experimentado el amor verdadero de un hombre. A mi padre biológico, solo lo recuerdo gritando y sacándome el brazo del hombro cuando tenía un ataque de ira. Un día desapareció, mis padres se divorciaron y eso fue todo.

Mi mamá se volvió a casar con un hombre al que desde entonces llamo papá. Al principio me emocionó tener un nuevo padre y siete nuevos hermanos, pero la novedad se desvaneció rápidamente. Mamá y papá trabajaban duro para amarnos y mantenernos, pero mi yo joven no lo veía así. Lo único que sabía era que ya nadie parecía tener tiempo para mí, y me llené de resentimiento.

Empecé a trabajar a los 11 años repartiendo diarios de puerta en puerta y recolectando el dinero de las suscripciones. Al ser pequeña y vulnerable, hombres adultos me obligaban fácilmente a entrar en sus casas, donde fui víctima de abuso sexual en tres ocasiones. No tenía ni idea de lo que me hacían; me alegraba que alguien me prestara atención.

Me puse furiosa cuando mamá me hizo renunciar después de que una niña desapareciera mientras cobraba suscripciones en nuestra ruta. ¿Quién se fijaría en mí ahora?

Rápidamente me puse a buscar una nueva fuente de atención. Esta vez, recurrí a quienes se drogaban. Mis nuevas amigas y yo fumábamos marihuana, bebíamos y salíamos de fiesta con hombres adultos que sabían que éramos menores de edad, pero no les importaba. Llegábamos al extremo de ponernos bikinis en la calle y pedir que nos llevaran. ¡Teníamos 12 años! Solo por la gracia de Dios estoy viva hoy.

Es increíble hasta dónde puede llegar la sed de amor y atención a una persona.

Mis amigas podían drogarse y parar un rato, pero yo no. Sin cesar buscaba más. Robaba alcohol en las tiendas, bebía hasta enfermarme y repetía todo al día siguiente. Nunca se me ocurrió que mi comportamiento fuera anormal.

Me arrestaron por posesión de marihuana a los 13 años. Al juez no le gustó mi actitud y duplicó la multa. “Está usted fuera de control, señorita”, dijo. “¡Con esto debería aprender!”.

No fue así. Recién estaba comenzando.

Mi búsqueda de amor y atención me condujo a innumerables relaciones poco saludables. Mi promiscuidad no tenía freno. Me entregaba a cualquiera. Y no recibía nada a cambio, excepto más heridas en mi alma.

A los 15 años quedé embarazada de mi novio y tuve un hijo. Nos casamos y dos años después tuvimos otro hijo. Nuestro matrimonio no tenía ninguna posibilidad. Éramos niños sin nada en común, excepto dos hijos y el consumo de crack. La violencia doméstica, la falta de vivienda y la adicción eran la norma hasta que finalmente reuní el coraje para tomar a nuestros hijos e irme. Mi esposo murió en un trágico accidente automovilístico poco después.

Dejé de beber y drogarme para poder mudarme con mi madre, pero rápidamente me aburrí y volví a salir de fiesta. Me casé de nuevo, tuve otro hijo y volví a caer en el patrón de bebida, violencia y disfuncionalidad. Cinco años después, me cansé de las golpizas y me fui.

Luego me casé con un cristiano con la esperanza de obtener un mejor resultado. Por desgracia, aparte de sentarnos en un banco en la iglesia, nuestras vidas no se fundamentaban sobre valores religiosos. Tampoco me había arrepentido de mis pecados. Usaba muchas máscaras para fingir sin descanso ser algo que no era.

Tuve dos hijos con este esposo, pero después del segundo, llegó la depresión posparto. Luchaba intensamente contra ideas anormales y aterradoras que se me ocurrían sobre mis hijos y sobre mí misma. Recurría al alcohol y los medicamentos para silenciar el ruido.

Iba a bares, pasaba la noche afuera y regresaba a casa borracha. Pero mi esposo no lo iba a tolerar. Una noche, una discusión se puso violenta. A mis 29 años, me acusaron de violencia doméstica, me dieron una orden de restricción, me entregaron los documentos para el divorcio y perdí la custodia de mis dos hijos menores.

Uno pensaría que eso me haría reaccionar, que dejaría la botella y pediría ayuda, pero no. Con cada vez más desesperación buscaba amor, atención y recursos. Tenía muchas bocas que alimentar.

Sin embargo, me costaba conseguir pareja. Un día le dije en broma a una amiga que mi minivan arruinaba mi vida amorosa. Cada vez que un hombre la veía, con tantos asientos, corría en la dirección opuesta. Mi amiga se rio y me puso en contacto con su amigo, Darren Cooney, un vendedor de autos. Quizás él podría ayudarme a conseguir un nuevo vehículo.

Darren no me vendió nada el día que lo conocí, pero sí me llevó a cenar. Rápidamente me di cuenta de su confianza en sí mismo, carisma y buen corazón. Todo eso me atraía, pero fue su gorda billetera la que me dejó boquiabierta. Estaba enfocada en ese premio.

Ya sé…pero ese era el tipo de mujer en que me había convertido. Era incapaz de amar a nadie. ¿Cómo podía? Ni siquiera me agradaba yo misma.

Nos casamos en 2002. Él era increíble; quiso y aceptó a todos mis hijos desde el principio, y me brindó la estabilidad que tanto necesitaba. También nos colmó de las cosas buenas de la vida.

Me sentí segura con Darren, y poco después era mi todo. Recientemente se había liberado de la adicción y me convenció de que estar lúcido era la clave para una mejor vida. Me desintoxiqué por él.

Durante los siguientes dos años, llevamos una existencia maravillosa juntos. Pero en nuestra alegría, olvidamos cuidarnos de las recaídas. Dejamos de ir a las reuniones de recuperación y de tener compañeros a quien rendir cuentas. Y lo peor de todo fue que ignoramos a Dios, y el poder y la sabiduría de Su Palabra. Y como solo estábamos anclados el uno en el otro, vinieron las pruebas de la vida y nos llevaron en su paso (Mateo 7:24–27).

En la página 7s, Darren cuenta los horribles detalles de cómo ambos regresamos a las perversas garras de la adicción. Nuestro matrimonio no sobrevivió a las secuelas de las borracheras, la infidelidad y el crimen. Él fue a la cárcel por diez años y yo bebí a morir por siete. Antes de que Darren saliera libre, me había casado y divorciado una vez más.

Cinco matrimonios y cinco divorcios. Me había convertido en la samaritana que se encontró con Jesús en el pozo. Puede leer su historia en Juan 4. Esa mujer, como yo, estaba sedienta de amor. Sus anhelos la llevaron por caminos difíciles, vergonzosos y sin salida, al igual que yo. Era un ser desastroso y cansado cuando conoció a Jesús.

Me encanta que, en el pozo, Jesús no la condena por sus fracasos pasados. Él reconoce que sucedieron y le ofrece lo que ella siempre ha necesitado: su agua viva. Un sorbo de Su pozo y esa mujer nunca volvió a tener sed.

Yo necesitaba esa agua.

Curiosamente, Dios usó a Darren para llevarme a ella. Eso ocurrió después de que él saliera de prisión en 2018.

Estaba un poco nerviosa cuando me contactó por primera vez a través de las redes sociales. Después de todo, yo lo había entregado a la policía cuando estaba prófugo. ¿Y si me guardaba rencor? Además, yo había hecho grandes esfuerzos durante los últimos tres años para estar desintoxicada y mantener mi vida en orden.

Había asistido fielmente a las reuniones de recuperación, me reunía con mi mentor y lidiaba con los problemas secundarios que continuamente me llevaban por caminos destructivos. No quería que Darren viniera y me desviara. Así que lo bloqueé.

Sin embargo, como soy una curiosa, le hacía seguimiento en secreto. Esperaba ver al encantador vendedor de autos con alguna mujer fácil en el brazo. Pero en cambio, encontraba fotos de mi exesposo con un grupo de hombres en un programa con sede en Phoenix llamado Along Side Ministries.

Se veía muy feliz sirviendo a la comunidad y compartiendo con gente de su iglesia. Sonreía y reía lleno de alegría. ¿Qué rayos pasaba?

Yo estaba desintoxicada, ¡pero estaba lejos de ser tan feliz! ¿Habría una nueva mujer en su vida? La idea me incomodaba. ¿A quién le importa? Me decía como regaño, pero no podía evitarlo. Tenía que saber lo que pasaba. Así que le quité el bloqueo en la redes y le escribí. Necesitaba entender por qué estaba tan contento.

“Es Jesús”, respondió. “Quieres un poco?”.

Y sí, quería.

Durante el mes siguiente, Darren me contó como Cristo había transformado su vida. Along Side tenía reglas para las relaciones personales y la nuestra estaba creciendo. Por eso, Darren pidió orientación al pastor del programa, Ken Sheets. Darren estaba decidido a honrar a Dios y las reglas.

Comenzamos a reunirnos con Ken. Pronto se hizo evidente que mis muchas heridas sin resolver me habían llevado a pensar y comportarme mal. No hacía falta ser un genio para entender que yo era el denominador común de todas las relaciones y circunstancias destructivas.

También me costaba confiar en los hombres, incluyendo a Darren por su infidelidad durante nuestro matrimonio. Al ver mi lucha, el pastor Ken deslizó su Biblia sobre la mesa hacia mí y dijo: “Tu respuesta está en este libro, Brenda”.

Y luego me habló de Jesús. Me explicó cómo todos mis pecados podían ser perdonados y que podía recibir la vida eterna. Quería el regalo de salvación que daba Dios, así que acepté a Jesucristo como mi Señor y Salvador. Poco después, Darren me pidió casarme con él de nuevo.

En los cinco años transcurridos desde entonces, en los que hemos bebido el agua viva de Su pozo, el Señor ha restaurado y redimido de modo maravilloso lo que tan irresponsablemente destruimos. Esta vez, estamos decididos a mantenernos anclados a Jesús, no el uno al otro, y a acudir a Él cuando haya problemas, no a la botella o las drogas. Hemos descubierto que nuestra fe en Dios “es un ancla firme y confiable para el alma” (Hebreos 6:19 NTV).

Junto con Dios, hemos soportado tormentas que nos habrían destruido en el pasado, como la pérdida de nuestro hijo, Nathan, por una sobredosis de fentanilo en septiembre de 2022. Solo gracias a la seguridad del amor de Dios, y el apoyo de nuestros amigos y familiares de la iglesia no hemos retomado el alcohol y las drogas.

Tal vez usted también viva con una sed insaciable de amor que lo mantiene yendo de una relación poco saludable a otra. Jesús quiere satisfacer esa necesidad con Su agua viva.

No importa cuán lejos usted haya llegado en su búsqueda o cuántas relaciones fallidas haya tenido, el Señor sigue dándole la bienvenida.

“Ven y bebe”, dice. A través de Jesús, recibirá ríos de agua viva que fluirán a través de su corazón y no volverá a tener sed jamás (Isaías 55:1; Juan 4:13–14; Juan 7:38).

 

 

BRENDA COONEY es una esposa, madre y abuela que ayuda a otros a descubrir su valía a través de la mirada del Padre celestial. Es mentora de mujeres en rehabilitación, aboga por la prevención de las sobredosis, y brinda apoyo a los padres de niños adictos y a quienes han perdido hijos a causa de la adicción.