“Tuve un pequeño accidente. Nada importante”, me tranquilizó mi esposo. Llegó del trabajo temprano con el antebrazo envuelto en una gasa blanca. Debajo del vendaje había una fea quemadura con ampollas.

Quise llamar a su médico, pero mi fuerte motociclista no me dejó. Quería que lo curáramos en casa. Le limpiábamos la herida a diario, le aplicábamos una crema antibiótica y le colocábamos vendajes nuevos en capas apretadas para mantener alejados los gérmenes. Pero al tercer día, se veía peor; la piel alrededor de la lesión estaba roja y caliente.

Tras visitarlo, el médico diagnosticó una infección. Mientras limpiaba la herida y ponía una venda porosa, nos dijo que necesitaba aire para sanar. Esa fue una valiosa lección sobre el cuidado de heridas que pronto necesitaría para mí.

Lo que me lastimó llegó después de un desacuerdo con un ser querido. En su ira, publicó algo ofensivo y falso sobre mí en las redes sociales; me hizo una profunda cortada en el corazón, y me hizo sentir traicionada y avergonzada. Quitó la publicación, pero el daño ya estaba hecho.

Al igual que con la lesión de mi esposo, mi primera reacción fue ignorar mi dolor. Sonreí y seguí con mi vida. Pero en el fondo, estaba destrozada. Me debatía entre la rabia y la tristeza mientras me resistía a la tentación de tomar represalias. Cuanto más ocultaba mis sentimientos, peor me sentía.

La infección del corazón se asentó y la raíz de la amargura brotó (Hebreos 12:15). Todos sabían que me pasaba algo. Mis palabras estaban llenas de enojo, impaciencia y sarcasmo. Estaba irritable y a la defensiva, lloraba con facilidad y no tenía ganas de hacer cosas que antes disfrutaba. Cuando mi pasión por escribir y estimular a otros se extinguió, supe que estaba en problemas.

Un día, no pude más. Rompí en llanto con la cara clavada en la Biblia. Clamé a mi Padre celestial como una niña que se ha caído y raspado las rodillas. Señor, por favor ayúdame. Ya no quiero sentirme así.

Recordé el consejo del médico sobre el cuidado de una herida abierta. Necesitaba darle a mi corazón un respiro para que la luz de Jesús y la brisa de Su Palabra viva pudieran darme sanación.

El Señor es un experto en tratar lesiones (Salmo 147:3). Piénselo, los más cercanos a Jesús lo traicionaron, hirieron y decepcionaron cuando más los necesitaba (Mateo 26). Había sido rechazado y despreciado, pero aun así dio Su vida por nuestros pecados (Isaías 53:3). Si alguien es comprensivo, ¡es nuestro Salvador!

Dios no perdió tiempo en revelarme Su verdad. Aunque las acciones de mi ser querido fueron hirientes, mi tormento no fue su culpa. No realmente. El estado de mi corazón era el verdadero problema. El orgullo y el resentimiento se metían dentro de mí e infectaban todas las áreas de mi vida. Y excluir a todos, incluso a Dios, había empeorado todo.

La sanación comenzó cuando me abrí a Dios, confesé mis pecados y me arrepentí (1 Juan 1:9). La misericordia tranquilizadora de Dios me inundó mientras Su Espíritu Santo cuidaba de mi corazón. Era hora de que empezara a perdonar para no sentirme aprisionada con tanta fuerza.

Para ser franca, todavía no deseaba disculpar a mi amiga, pero obedecer a Dios no era opcional. Él me ha perdonado tanto. ¿Cómo no iba a hacerlo yo con los demás (Efesios 4:32)?

El Señor me ayudó a finalmente olvidar la ofensa y, al hacerlo, Su paz restauró la estabilidad de mis emociones (Filipenses 4:6–8). Pasé de estar enojada a buscar formas de mostrar amabilidad a mi ser querido. Oré para pedirle con fervor a Dios que la bendijera. La herida sanó y mi corazón se restauró. Y a la larga, también lo hizo nuestra relación.

¿Tiene usted el corazón herido? ¿Hay alguien a quien deba perdonar? Tome medidas rápidas para prevenir la infección. Entréguele esa persona al Señor. Pídale que lo ayude. Luego abra su Biblia y deje que Su Palabra lo sane y refresque. Él promete restaurar su salud y sanar sus heridas (Jeremías 30:17 NVI).

Dios cuida de usted (Salmo 55:22) y también cuidará de su herida.

 

 

CHRISTINA KIMBREL es la gerente de producción de VLMag. Tras pasar por la cárcel, ahora lleva esperanza a quienes están cautivos de sus circunstancias presentes y pasadas compartiendo el mensaje de sanación que encontró en Jesús.