De más joven, pensaba que el mundo giraba a mi alrededor. Estaba acostumbrado a conseguir lo que quería, cuando y como lo deseaba. Era propenso a las adicciones y me gustaba cualquier cosa que me hiciera sentir bien o importante.
Fumé marihuana por primera vez a los 13 años. Me mareé tanto que choqué con una pared y me hice un chichón. Me encantó la experiencia. La bebida vino después, y así empezó todo.
Hice que me expulsaran de una escuela católica para poder ir a una pública con mis amigos de farra.
Mi hermano mayor, Randy, trabajaba en un ministerio juvenil y trató de hacerme participar en actividades de estudio de la Biblia y liderazgo juvenil. Pero todo el asunto de Dios limitaba mi vida de fiestas. Así que lo dejé.
Siempre cargaba drogas, así que era el alma de todas las fiestas. Sin embargo, después de terminar la secundaria, comencé a inhalar cocaína y, como un incendio, la adicción devastó mi vida. ¡Se acabó la diversión! Era un drogadicto y un alcohólico, alguien que te roba las cosas y luego te ayuda a buscarlas. Nadie quería tenerme cerca.
Cuando mi madre falleció en 1996, el dolor hizo que este hijo de mamá se fuera de juerga por tres años. Mis vicios me costaron empleos y amigos, arruinaron mi primer matrimonio y me quitaron la libertad. Me pudrí en la cárcel del condado durante un año.
En el año 2000, me dieron libertad condicional bajo supervisión intensiva (IPS). Determinado a cambiar, comencé a ir a las reuniones de rehabilitación, conseguí un mentor e hice todo lo que debía. Me mantuve desintoxicado, trabajé duro e hice mucho dinero vendiendo autos. Y entonces, un día, recibí una llamada que me puso en una pendiente resbaladiza.
“Hola. ¿Es Darren?”, preguntó una voz de mujer. “Soy Brenda. Un amigo me dio tu número. Soy una madre soltera que conduce una minivan y no tiene vida amorosa”.
“Te invito a cenar”, le dije medio en broma. Se rio y me dijo que buscaba un buen auto que no gritara madre soltera.
Yo estaba en una prueba de manejo cuando llegó al concesionario una hermosa rubia con su minivan. Dejé allí al cliente, salté del auto y crucé corriendo cuatro carriles de la calle para llegar hasta ella. Ese día no compró el auto, pero sí fuimos a cenar. Brenda era una mezcla perfecta de lo que me gustaba: me hacía sentir bien e importante. Además, era increíblemente hermosa. Me enamoré.
Con una energía electrizante entre nosotros, nos casamos en Las Vegas en la primavera de 2002.
Brenda tenía cinco hijos de matrimonios anteriores. Iban de los dos a los 13 años, y solo tres de ellos vivían con ella en ese momento. No sabía nada sobre ser padre, pero estaba decidido a aprenderlo. Había un solo problema: yo me había rehabilitado, pero Brenda tenía problemas con las pastillas y el licor.
Desde entonces he aprendido que uno no puede esperar que alguien se desintoxique más de lo que lo desea la persona. Pero en ese entonces, tenía un complejo de salvador y pensé que podía arreglar lo que Brenda tuviera roto. Aún no me daba cuenta de que dos seres hechos pedazos no pueden repararse entre sí.
Brenda se mantuvo desintoxicada durante dos años, hasta que un día decidió que ya no quería estarlo.
“Me voy a emborrachar”, anunció. “Puedes acompañarme o dejarme”. Al final de esa noche, no teníamos conciencia de nosotros mismos. Una semana después, fumábamos metanfetamina juntos.
Las drogas llevaron nuestra ya malsana relación a un nivel extremo de toxicidad. Mis fantasmas regresaron con fuerza, ahora alimentados por una adicción insaciable a la metanfetamina, el dinero y el poder. La vida que habíamos construidos juntos comenzó a desintegrarse.
Mantenía a Brenda encerrada en casa con dinero y drogas mientras me entregaba a la vida nocturna. La codicia y la lujuria me hicieron ir tras cosas que ningún hombre de familia debería buscar.
No vi el terrible efecto que mi conducta tenía en los niños, especialmente en el del medio, Nathan. Caminaba, hablaba y se vestía como yo. Yo era una pésima influencia para él, pero mi conciencia moral estaba muerta. Lo único que me importaba era satisfacer los deseos de mi carne.
Brenda me echó cuando se enteró de que la engañaba. Desde ese momento, llamaba a la policía cada vez que tenía la oportunidad. Pasé de ser esposo y padre a convertirme en un drogadicto compulsivo que dormía en el sofá de cualquier amigo. Nuestro divorcio se hizo definitivo en 2007.
Andaba con gente peligrosa. Teníamos un solo objetivo: mantenernos drogados las 24 horas del día toda la semana. Participé en todo tipo de fechorías, robaba, me metía en casas, y dedicaba cada día y cada dólar a mi obsesión por las drogas.
Un día un amigo sacó una escopeta y me pidió acompañarlo a venderla. Pensé que nos darían buen dinero, conseguiríamos algo de droga y prepararíamos nuestra próxima jugada. Pero en cuanto llegamos, el plan se transformó en un robo.
Todo se salió de control y recibí cuatro batazos en la cabeza mientras intentaba irme de allí. Levanté la vista justo a tiempo para ver a mi amigo tomar la escopeta. Escuché una detonación y vi con horror cómo el tipo del bate caía al piso. Nos subimos al auto y huimos. Después de eso, todo es confuso.
En cuestión de horas, nuestros rostros estaban en todos los noticieros. Ser un drogadicto y un fugitivo era un nivel de locura que no había experimentado. Hui durante ocho días mientras seguía intentando mantenerme drogado y saltaba de vehículos en movimiento, me arrastraba por túneles y escapaba de la policía.
Desesperado, llamé a Brenda. Parecía preocupada y conmocionada al enterarse de mis problemas y me ofreció ayuda para esconderme. Le dije dónde encontrarme y colgué. ¿Cómo se me ocurrió eso? Brenda siempre llamaba a la policía.
Efectivamente, rápidamente autos oficiales sin distintivos rodearon mi escondite. Traté de escapar, pero me derribaron, me esposaron y me llevaron a la cárcel con una mano y el ego rotos.
También atraparon a mi amigo, y ambos fuimos acusados de homicidio en primer grado y una serie de otros delitos. El hombre del bate estaba muerto.
Pasaron tres meses antes de la primera visita de mi abogado. Él estaba muy emocionado. “Te tengo buenas noticias, Darren. Retiraron la petición de pena de muerte. Solo pagarás de 25 años a cadena perpetua”. Ah, qué buena noticia.
Toqué fondo en confinamiento solitario. Sí me importaba que un hombre hubiera perdido la vida, pero también sentía devastado por mi gris futuro. Mi vida parecía absurda.
Pensé en Dios y en cómo me había alejado de Él cuando era adolescente. Me arrodillé y…bueno, le pedí permiso para acabar con mi vida. La respuesta del Señor no demoró: “Darren, ya llevas años muerto. Quiero darte una nueva vida”. (Ver Efesios 2; 1 Pedro 1:3.)
A principios de 2009, le entregué mi vida a Jesucristo. Era una fecha significativa: el aniversario de mi boda con Brenda. Pero no me puse muy sentimental. Aún estaba enojado con ella por haberme entregado.
Me aferré a Jesús mientras peleaba mi juicio, pero a veces también me enfurecía con Él. Estaba agradecido por haber logrado un acuerdo de culpabilidad que implicaba una sentencia máxima de solo 10 años en lugar de cadena perpetua. Claro, me dieron la pena máxima y me largué. Pero Dios sabía exactamente dónde tenía que estar y por cuánto tiempo. Estaba bajo Su disciplina (Salmo 94:12; Proverbios 3:11–12).
Detrás de los barrotes de la prisión, conocí a hombres de fe increíbles que amaban a Jesús y se interesaban en los demás y en mí. Me enseñaron a anteponer las necesidades de otros a las mías (Filipenses 2:3–5). Fue un alivio dejar de pensar en mí mismo para variar. Aprendí lo que significaba ser un verdadero seguidor de Cristo al verlo obrar en la vida de estas personas.
Me contrataron como parte de una cuadrilla para hacer trabajar fuera de la prisión. Era una empresa que daba otra oportunidad a los encarcelados para que aprendieran un oficio y poder mantenerse en el mundo libre. Incluso pude ahorrar un poco para cuando saliera a la calle.
Cuando llegó el momento de planificar mi liberación, mi familia me visitó y estableció límites. “Te queremos, Darren, pero no confiamos en ti. Es genial que ahora tengas a Jesús, pero no vas a vivir con ninguno de nosotros”. Estaban acostumbrados a escucharme palabras y promesas vacías. Tenía que ganarme la confianza.
Salí de su visita molesto, pero confié en que Dios tenía el control de la situación. Su respuesta me esperaba en mi dormitorio. En la mesa había una solicitud para un programa de discipulado llamado Along Side Ministries. Nadie sabía quién lo había dejado allí; Along Side no había celebrado ningún servicio en la institución.
Me postulé, me aceptaron y trabajé con un mentor durante un año. Esa persona me buscó el día de mi liberación y me llevó a la sede del programa. En Along Side, conocí a nuevos hermanos que aprendían a caminar con Jesús en el exterior. Me recibieron diciendo: “¡Bienvenido a casa, hermano!”.
¿A casa? Ya no sabía lo que significaba esa expresión y era evidente que no era digno de ella. Había destruido tantos hogares. Pero toda la comunidad de Along Side vertió el amor de Jesús sobre mí hasta que mi copa se desbordó.
La empresa para la que estaba trabajando me contrató a tiempo completo el día en que salí. Fue una experiencia increíble y aleccionadora entrar a la misma compañía a la que había servido mientras estaba en prisión.
Me puse en contacto con Brenda en las redes sociales para ver cómo estaban ella y los niños. Para entonces, ya Dios me había ayudado a perdonarla. Un par de veces me respondió con una sola palabra, me envió una foto de los chicos y me bloqueó.
Tres meses después, me mandó un mensaje de texto. Había visto fotos mías con personas sin hogar en las redes. Vio que yo era otro hombre y quiso saber por qué.
“Es Jesús. ¿Quieres un poco?”
Brenda y yo nos escribimos por un mes, y en ese tiempo, le conté lo que Dios hacía en mi vida. Estaba interesada y admitió que a pesar de que estaba en recuperación, anhelaba algo más. Deseaba lo que había en mí.
Como se lee en su historia en la página 16 de este número, Brenda aceptó a Jesús como su Señor y Salvador, y recibió el agua viva que Él le brindó. Hoy en día, continuamos siguiendo a Dios, y construimos nuestras vidas según Su Palabra y la guía de Su Espíritu.
Dios ha obrado un milagro en nuestras existencias al redimir y restaurar lo que habíamos destruido, inclusive nuestro matrimonio. Borró nuestras ofensas (Isaías 44:22), nos liberó de la adicción y nos dio la fuerza para resistir hasta las pruebas más difíciles, como la muerte de un hijo.
Me asombra ver cómo Dios nos usa a Brenda y a mí para ayudar a otros a descubrir sus propias vidas nuevas en Jesús. Oramos para que, a través de nuestra historia, usted pueda encontrar su camino hacia una existencia redimida a través de Cristo. Póngase en Sus manos, Él hará más de lo que usted pueda imaginar (Efesios 3:20).
DARREN COONEY is a husband, father, grandfather, and mentor. As Alumni President for Along Side Ministries, he helps formerly incarcerated men reentering society make Jesus their foundation for a new life. He enjoys spending time with family and friends, playing golf, watching football, and sharing the Gospel with the lost and hurting.
DARREN COONEY es esposo, padre, abuelo y mentor. Como presidente del grupo de egresados de Along Side Ministries, ayuda a encarcelados que se reincorporan a la sociedad a hacer de Jesús su base para una nueva vida. Disfruta estar con su familia y amigos, jugar al golf, ver el fútbol y compartir el Evangelio con los descarriados y los que sufren.