En cuanto mis ojos se abrieron, supe que sería una lucha salir de la cama. Me quedé en la oscuridad, atrapada en una encrucijada. No podía volver a dormirme, pero tampoco quería que mis pies tocaran el suelo.

“Señor, no quiero hacer esto hoy”, murmuré. ¿Cómo haré para llegar al trabajo? Necesitaba un milagro para ir hasta la cafetera.

Pero ¿por qué me asustaba el día que tenía por delante? La vida nunca había sido mejor. Estaba casada con un hombre maravilloso, todas mis necesidades estaban satisfechas, hacía lo que amaba al escribir para el Señor y podía ayudar a dar libertad a encarcelados compartiendo la esperanza de Jesús. Me sentía muy bendecida.

Para mí, la depresión es así de irracional. Muestra su feo rostro sin previo aviso y sin invitación, siempre en momentos inoportunos cuando hay gente que ver, lugares a los que ir y cosas que hacer. Las actividades que normalmente me encantan de repente me abruman. Una simple conversación se hace extenuante. Tareas cotidianas como hacer un sándwich o ducharse parecen imposibles.

Esto puede sonar demasiado dramático para alguien que no lo ha experimentado. Pero el que lo ha vivido entiende.

En el pasado, he permitido que la depresión me impidiera vivir la vida. Todo era demasiado, sin importar lo que fuera. Pero desde que entregué mi vida a Jesús, Él me permite atravesar la oscuridad y hacerme un camino. No niego lo que siento, pero ya no dejo que me gobierne.

En los días difíciles, es algo que decido. Sé que necesito pedirle ayuda a Dios (Salmo 30:2), y cuando lo hago, Él me anima con la tranquila seguridad de que, si doy los primeros pasos fuera de la cama y abro Su Palabra, Él se encontrará conmigo allí.

Ese recordatorio fue el empujón que necesitaba. Me levanté de la cama, me arrastré hasta la cafetera y luego me senté en silencio frente a mi Biblia abierta, esperando escuchar al Señor.

Dios no me defraudó. Me instó a leer el Salmo 42. Me brotaron las lágrimas al leer las palabras escritas hace miles de años por alguien en mi condición. “¿Por qué estoy desanimado?”, escribió el salmista. “¿Por qué está tan triste mi corazón? ¡Pondré mi esperanza en Dios! Nuevamente lo alabaré, ¡mi Salvador y mi Dios! Ahora estoy profundamente desanimado, pero me acordaré de ti” (Salmo 42:5–6 NTV).

El salmista no sabía por qué estaba sufriendo ni cuánto duraría, pero sabía qué hacer. Y a través de sus escritos, compartió con nosotros una receta para un santo anti­depresivo: recordar la fidelidad del Señor (42:6), reconocer Su amor y presencia en la oración (42:8), poner toda la esperanza en Dios y, en medio de la tristeza y desesperación, ofrecer alabanza al Señor (42:11).

El Salmo 42 fue el remedio que mi alma necesitaba en mi lucha por arrancar esa mañana. Esa santa prescripción me ayudó a avanzar con renovadas fuerzas y entusiasmo.

En el trabajo, repetí una canción de alabanza en mi corazón, recordando todas las cosas buenas que Dios ha hecho en mi vida. Recordé los milagros que me había dado y le agradecí por su presencia en mis pruebas. Antes de darme cuenta, el día había terminado.

Dios había respondido a mi alabanza dándome la fuerza para hacer lo que yo creía que no podía. Regresé a casa celebrando una victoria.

Dios puso ese capítulo en Su Palabra porque sabía que habría días en los que Sus hijos, usted y yo, podríamos necesitar un poco más de ayuda para vivir en este mundo quebrantado.

¿Está usted desanimado? Alabe al Señor de todos modos. Entréguele su depresión, ira, ansiedad, lujuria, envidia o cualquier otra cosa que sea un obstáculo. Dios se encontrará con usted en Su Palabra, donde Él se reunió conmigo. Dios promete que nuestro Soporte, el Espíritu Santo, traerá a nuestra memoria las escrituras que hemos grabado en nuestro corazón en tiempos de necesidad (Juan 14:26; Hebreos 8:10).

La alabanza lo ayudará a usted a vencer, al igual que Aquel que es más grande que cualquier cosa que esté atravesando (1 Juan 4:4).

 

Christina Kimbrel se desempeña como gerente de producción de VL. Una vez encarcelada, ahora ministra esperanza a aquellos cautivos por sus circunstancias pasadas y presentes, mientras comparte el mensaje de sanación que encontró en Jesús.