Mamá dice que yo era una bebé alegre de espíritu juguetón. De niña, sonreía, cantaba, reía y me entretenía a mí misma y a los demás.

Desde fuera, parecíamos la familia perfecta, pero vivíamos una pesadilla. Mi padre era un alcohólico empedernido y aterrorizaba a mi madre y a mi hermano mayor. Pero como a mí me colmaba de atenciones, la alegría de mi infancia permanecía intacta. Era la pequeña “especial” de papá.

Sin embargo, tenía motivos ocultos. Papá, que era un agresor sexual, me preparaba para aprovecharse de mi inocencia. Empezó a abusar de mí cuando tenía siete años. Escondí mi vergüenza y confusión detrás de grandes sonrisas. ¿Cómo podía papá amarme y lastimarme a la vez?

El daño que me causó su traición y abusos fue mucho más prolongado que su vida. Fue como un ladrón enviado por Satanás para robarme mi alegría, secuestrar mis sueños y destruir mi pureza (Juan 10:10).

Cuando por fin mamá se cansó del abuso, nos tomó a mi hermano y a mí, y huyó a un refugio. Papá amenazó con perseguirnos y matarnos. Yo estaba ansiosa y asustada, pero pese a sus agresiones, me sentía muy mal por dejarlo. Tenía nueve años.

En lugar de mejorar, nuestras vidas se desmoronaron. Mamá lidiaba con el miedo y la angustia. Además, estaba muy ocupada con dos niños revoltosos. Yo también sufría, y antes de terminar el quinto grado, faltaba a la escuela y me drogaba.

En la secundaria, solo sentía miedo y rabia. Me obsesionaba la muerte y cons­tantemente pensaba en el suicidio. Qué manera tan perfecta de controlar mi destino, concluí.

Así que, a los 13 años, sin esperanzas y sin visión de futuro, escribí notas de suicidio para mis amigos y familiares, e intenté acabar con mi vida. Estuve inconsciente durante tres días, y al abrir los ojos, me enfurecí. “¿Por qué no me dejaste morir?”, grité.

Mamá había tratado de inculcarme cosas buenas sobre Jesús y la fe, pero no me interesaba alguien a quien no podía ver. La gente me decía que Dios me había salvado la vida, pero yo no veía mi fallido suicidio de ese modo. Para mí, solo había frustrado mi plan.

Hui, pasaba de la casa de un amigo al otro. Al poco tiempo me arrestaron por beber siendo menor de edad, posesión de marihuana y otros delitos menores.

A mitad del noveno grado, me enviaron a una prisión juvenil durante un año. Estando allí, un consejero abusó sexualmente de mí. Tenía 16 años cuando salí, más enfadada y peor que antes.

No recuerdo bien el resto de mi adolescencia. Dejé los estudios y trabajé como mesera, con mis propinas financiaba mi vida de fiestas. Me acosté con muchos chicos, ya que buscaba amor y atención.

Perdí el control de mi vida a los 19 años la primera vez que consumí crack. A partir de ese momento, solo pensaba en mi próxima dosis. Perdí mi empleo porque no podía trabajar y estar pendiente de drogarme. Vendí mi auto, y empecé a robar y prostituirme para obtener dinero.

La adicción al crack es como conducir a alta velocidad hacia un acantilado y de pronto darte cuenta de que no tienes frenos. Irónicamente, fue un accidente automovilístico real lo que detuvo mi consumo de crack y me introdujo a la heroína.

Me lesioné la espalda en el accidente y comencé a tomar analgésicos. Me encantaba cómo esas pastillas me hacían sentir adormecida y a gusto conmigo misma. Nunca me había pasado eso. Sin embargo, era un hábito costoso y me sentía mortalmente enferma si no tomaba las pastillas.

Y fue entonces cuando descubrí la heroína. No tenía idea de lo enviciada que estaba hasta que decidí desintoxicarme. Después de muchos intentos fallidos, comencé a asistir a Narcóticos Anónimos (NA), conseguí un tutor y me esforcé para ganar y mantener mi sobriedad. Es un milagro que me conservara limpia durante ese tiempo porque era un desastre emocional.

En 2009, me casé con un hombre que había conocido en NA y tuvimos dos hermosos hijos. Me encantaba ser madre, pero aún me sentía furiosa y hundida. Pensé que llevábamos una gran vida hasta que, después de cuatro años de matrimonio, mi esposo me dijo que estaba enamorado de otra persona, empacó sus cosas y se fue.

No estaba preparada para el peleado divorcio y la batalla por la custodia de mis hijos. Apenas llevaba una vida funcional cuando resurgió la familiar sensación de traición y abandono de mi infancia.

Quería ser buena madre y traté de mantenerme desintoxicada, pero fracasé estrepitosamente. Pronto, recaí y perdí todo, incluyendo la custodia de mis hijos. Ni siquiera me permitieron hablar con ellos, y no supe dónde estaban durante años. Fue la mayor derrota de mi vida.

Mientras lloraba por mis hijos, terminé de nuevo en una casa donde se reunían los adictos. Fue entonces cuando me enredé con un proxeneta terrible. El abuso y la manipulación a los que me sometió destruyeron hasta el último rastro de autoestima que tenía.

Por un momento, ese hombre me decía que me amaba, y al siguiente, amenazaba con matarme. Me golpeaba y me pedía cada centavo que ganaba, sin importarle para nada que el dinero proviniera de tener relaciones sexuales con otros.

Por tres años, estuve enviciada con las drogas, viviendo entre la disfunción y la violencia. Si había una mejor existencia, estaba fuera de mi alcance. Había ido más allá de los límites y, de todos modos, no me la merecía.

Ahora sé que esos pensamientos eran mentiras del enemigo, pero en ese entonces, me los creí.

Un día de 2020 desperté y no sentía las piernas. No podía caminar y no tenía control sobre ninguna de mis funciones corporales de la cintura para abajo. Mi proxeneta me metió en su camioneta y me dejó en la entrada de un hospital local.

Resulta que tenía una infección por estafilococos (SARM) en la médula espinal. Si no me la hubieran diagnosticado, la enfermedad podía haberme matado. Me sometí a tres cirugías de espalda y pasé dos meses recuperándome en el hospital.

Un día, un capellán del hospital visitó mi habitación. Mientras oraba, yo reflexionaba sobre Dios. ¿Quizás Él intentaba decirme algo? Fue algo que duró poco y rápidamente volví a mi desastrosa vida.

Había órdenes de arresto en mi contra, por lo que llamé a mi defensora pública y le dije dónde estaba. Hizo arreglos para mante­nerme fuera de la cárcel dada mi condición y para que me recuperara con mi madre. Mamá me recibió amablemente, aunque llevábamos años sin hablarnos.

Llegué a su casa en silla de ruedas, sin poder caminar ni cuidar de mí misma. Estuve bien unas seis semanas, pero cuando empecé a cojear con un andador, me llamó mi adicción.

Logré llegar adonde mi proxeneta, que estaba visiblemente contrariado. El hecho que yo estuviera en andador era terrible para el negocio. Me amenazó con echarme si no me ganaba la vida. En mi desesperación, usé la tarjeta de débito de mamá para darle efectivo y que me comprara droga. Cuando se acabó el dinero, me hizo salir a trabajar en mi silla de ruedas. Fue entonces cuando toqué fondo.

Robarle a mamá fue una mala idea. Presentó cargos y fui a prisión. Era una mujer devastada cuando ingresé al Florida Women’s Reception Center (FWRC) en 2020.

Los primeros meses fueron un infierno. Lo había perdido todo. Apenas podía caminar, mamá y yo casi ni hablábamos y no tenía idea del paradero de mis hijos. Lloraba todo el tiempo y me aislaba al caer en una depresión cada vez más profunda.

Una chica de mi unidad no paraba de insistirme en que fuera a la capilla. Quería que conociera a la Sra. Nicole, quien hacía servicios en el FWRC a través de su ministerio, The Jesus Infusion. No tenía ningún interés en conocer a esa dama, pero finalmente acepté.

En el momento en que la conocí, supe que la Sra. Nicole era especial. Resplandecía cuando hablaba de Jesús. Se refería a Él con autoridad y obviamente creía cada palabra de lo que decía. Pude sentir su amor y empatía, y supe que su única motivación era que nosotras, las mujeres, conociéramos a Jesús, el Salvador, que murió para que nosotros pudiéramos vivir. Cuanto más hablaba de Él, más atención le prestaba.

Asistía a sus clases con frecuencia. Y un día, durante un llamado al altar, levanté mi mano y entregué mi vida a Jesús. No entendía todo lo que eso implicaba, pero sabía que quería cambiar. Estaba cansada de mi vida.

Además, había probado todo lo demás. ¿Qué tenía que perder? Si el amor de Jesús realmente era tan grande que había muerto por una drogadicta y prostituta como yo, entonces tenía todo que ganar al elegirlo.

Decidí buscar a Dios con la misma tenacidad con la que había ido tras las drogas. Sellé mi compromiso al bautizarme.

Algo sobrenatural sucedió cuando salí de esas aguas bautismales. Toda la ira, la culpa y la vergüenza que había cargado desde mi infancia habían desaparecido. Dios me había dado una nueva vida y estaba decidida a aprovecharla al máximo.

Enseguida noté una extrañísima sensación de alegría dentro de mí. Y ese gozo, el gozo de Dios, pronto se convirtió en mi fortaleza (Nehemías 8:10). Me ayudó a soportar las dificultades de la vida en prisión y continúa haciéndolo en todas las circunstancias desde mi liberación en 2023 (Salmo 28:7).

Dios ha restaurado mucho de lo que destruí con mi adicción. Mi madre y yo nos hemos reconciliado y somos grandes amigas. Y hace poco vi a mis hermosos hijos por primera vez en siete años. ¡Solo Dios puede hacer eso!

Mi vida sigue estando en reconstrucción, pero ya he avanzado mucho. Incluso doy clases semanales en el FWRC y bautizo a mujeres en las aguas donde me bautizaron a mí.

Una noche, mientras esperaba que un oficial dejara entrar a mis hermanas encarceladas en mi salón de clases, de repente me di cuenta de que Dios no había desperdiciado ni una pizca de mi dolor. Desde el momento en que le entregué mi vida, Él ha estado creando un hermoso mosaico con los pedazos destrozados de mi pasado. Y apenas está comenzando.

¿Y usted? ¿Sus esperanzas y sueños están destrozados por el abuso, la adicción, la enfermedad o el encarcelamiento? Dele esos pedazos a Dios. Él puede hacer cosas asombrosas con ellos si se lo permite. Y mientras tanto, puede reposar en el gozo de Su presencia mientras Él lo guía hacia una vida mejor (Salmo 16:11).

 

Jessica Weaver comparte la esperanza y el gozo que ha encontrado en Jesucristo en ambos lados de los muros de la prisión. Hace ministerio en su iglesia local, y la gente les manifiesta a ella y las mujeres del FWRC un gran amor. También es voluntaria en The Jesus Infusion.