Cuando ha estado en el medio de un problema ¿alguna vez se preguntó dónde está Dios? Yo sí, muchas veces. Pero aprendí que, aunque no lo vea en ese momento, Dios está presente en cada tormenta que enfrento. De hecho, Isaías 43:2 nos asegura que Él está con nosotros en toda dificultad.

Dios me enseñó esta verdad de una manera especial en 2004. Tenía 34 años y debía someterme a varias cirugías en el Hospital Pediátrico de Boston para corregir una malformación congénita de cadera.

Luché contra el miedo y la soledad todo el viaje. Volé de Florida al Aeropuerto Internacional Logan de Boston y tomé un taxi al hospital para los estudios prequirúrgicos. Mi esposo iba a ir conmigo, pero un desagradable virus de la gripe lo había atacado la noche anterior. El único viaje que hizo ese día fue de la cama al baño.

No hablé mucho con el taxista; tuve una profunda conversación interna con Dios. Al principio, sentía como que hablaba sola, pero cuando llegamos a un semáforo, Dios me respondió de la manera más extraña: a través de una ardilla.

No, esa ardilla gordita y despreocupada no abrió la boca para hablarme. Ni siquiera se enteró de que yo estaba ahí. Pero Dios utilizó la presencia de esa ardilla para hablarle a mi corazón. Boston había tenido temperaturas bajo cero la semana anterior ¡tal fue el frío que el puerto de Boston se había congelado por completo! Así y todo, esta criatura había sobrevivido y allí estaba, agazapada al lado de un árbol congelado, comiendo contenta un bocadito delicioso.

En ese momento el Espíritu Santo le susurró a mi corazón: “Si yo puedo ocuparme de esa ardillita en los días más crudos de invierno, brindarle cobijo y alimento, ¿cuánto más me voy a ocupar de ti?”.

Luego recordé Mateo 6:25–26, cuando Jesús dijo: “Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o beberán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán… Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?” (NVI).

La imagen de esa ardilla y la promesa de ese versículo aumentó mi fe y me ayudó a atravesar con valentía las puertas de ese hospital para enfrentar una tormenta compleja y dolorosa.

Ya adentro, Dios se acercó a mí nuevamente con otro poderoso recordatorio de Su amor. En el vestíbulo, vi a padres que llevaban amorosamente a los hijos en los brazos para ver al médico. Era adulta, por supuesto, pero la escena me recordó que Dios también me estaba llevando en Sus brazos y que juntos íbamos caminando hacia el quirófano. No solo eso: mientras estuviera anestesiada, Dios también estaría cuidándome y luchando mis batallas. (Ver Deuteronomio 1:30–31.)

¿Y sabe qué? Así fue. Y Él continúa a mi lado aún hoy. De hecho, jamás me falló.

¿Está pasando por una tormenta ahora? ¿Su matrimonio u otra relación importante está en aguas borrascosas? ¿Su caso judicial no puede ir peor? ¿Su salud? ¿Su trabajo? La realidad es que en el último año todos hemos enfrentado desafíos imprevistos a causa de la COVID-19.

A pesar de lo que esté ocurriendo—ya sea soledad o miedo, dolor o dificultad que esté enfrentando—no está solo. Tal como Dios estuvo con esa ardillita, tal como Él estuvo conmigo y con todos los que aparecen en esta revista—Dios también está con usted. Cualquiera sea la tormenta, puede estar seguro de que Él lo está ayudando. Lo está cuidando y luchando sus batallas. Dios no le va a fallar.