En julio de 2012 me informaban por correo que le habían otorgado la custodia total provisoria de nuestros dos hijos a quien pronto sería mi ex esposo. A los dos días, mis hijos y yo estábamos separados. Se me partió el corazón en mil pedazos.

Pasé de la tristeza a la furia y adopté el papel de víctima. Crecieron en mí profundas raíces de amargura y lastimé a muchos (Hebreos 12:15). Sufrí vergüenza y una fuerte depresión, y caí en un pozo nada prometedor. Perdí toda noción de quién era y del propósito de mi vida.

No podía culpar a nadie más que a mí. Los siete años de malas decisiones a causa de la adicción a las drogas y el alcohol me habían llevado a lugares oscuros en los que había descuidado a mis hijos. El juez decidió que tendría visitas supervisadas, debía pagar manutención completa de los niños y asistir al programa de rehabilitación del juzgado durante un año.

Me dispuse a recuperar mi condición de mamá, pero pronto me sentí apabullada porque no conocía al Señor y estaba peleando sola mi batalla. A los cuatro meses de empezar el programa del juzgado, me hicieron un test aleatorio que dio positivo. El juzgado me aplicó una medida disciplinaria, pero yo no tenía el valor ni las fuerzas para cumplir los requisitos que me exigían.

La vergüenza y el egoísmo eran los obstáculos que me impedían asumir la responsabilidad y luchar por mi vida. Me rendí y me entregué de lleno a la adicción y a una vida descontrolada. Me convertí en una persona sin techo, que pasó años entrando y saliendo de hospitales psiquiátricos y cárceles. Mis hijos eran un recuerdo lejano.

Si leyó mi historia en la edición 03/2022, sabe que la luz de Jesucristo eliminó la oscuridad de mi vida (Juan 1:4–5) mientras aguardaba mi condena en la cárcel. Allí mismo Cristo me convirtió en una persona nueva: me dio un corazón nuevo, una mente clara, nuevos deseos y una nueva voluntad de volver a vivir y a amar. Su presencia y Su Palabra me dieron fortaleza, valor y esperanza para reunirme con mis hijos en el futuro. Mi corazón se aferró a la promesa de que, con Dios, todo es posible (Mateo 19:26).

Después, Él intervino para que fuera a la Misión de Rescate de Phoenix, un establecimiento centrado en Cristo que brinda solución a personas atrapadas en situaciones de calle, adicciones y pobreza. Allí entregué todo mi ser—corazón, mente, cuerpo, voluntad, sentimientos—como sacrificio vivo a Dios y lo renové a diario (Romanos 12:1). Puse mi relación con mis hijos y su papá en el altar de Dios. Solo Dios podía darnos la restauración que necesitábamos.

Durante los primeros meses en la Misión, no me permitían más contacto con el mundo exterior que mediante cartas a una lista aprobada de personas. Todas las semanas les escribía a mis dos hijos. No sabía si recibían mis cartas, pero continué acercándome a ellos con fe.

A los tres meses de entrar en el programa, me dieron autorización para llamarlos dos veces por semana. Dios plantó las palabras compromiso y perseverancia en mi mente. Compromiso y perseverancia eran nociones nuevas para mí, pero a partir de ese momento entendí que son factores indispensables para cambiar de vida.

Un par de meses después autorizaron que mis hijos me visitaran. ¡Me encantaban esas visitas los fines de semana! Conversábamos, nos reíamos y jugábamos. Estaba agradecida a su papá por permitir ese contacto.

Al tiempo conseguí un auto y con él, más libertad aún. Me sentía llena de esperanza y entusiasmo. Estaba lista para volver a ser su mamá y tener visitas sin supervisión. Pero el papá dijo: “Todavía no”.

Esa postergación me dolió y me sentí rechazada. Me había esforzado mucho y había hecho progresos importantes. Pero mi adicción, mis actos y mi debilidad habían destruido la confianza de muchos, especialmente la del padre de mis hijos. Llevaría tiempo deshacer el desastre que había provocado y recomponer la situación. Tenía que confiar en el momento perfecto de Dios y en Su capacidad para sanar y transformar el corazón. Si yo apuraba el proceso, podía causar más demoras.

“Compromiso y perseverancia, Sheridan”. El Señor me instaba a mantenerme en mi camino, no reaccionar por mis sentimientos heridos y a mantener mis ojos fijos en Él. Sus planes eran buenos (Jeremías 29:11); solo debía confiar en ellos.

Después me enteré de que mi ex y su familia, mis hijos incluidos, se mudaban a Georgia. Se me partió el corazón al ver que se desbarataba mi plan de reunificación. “¡Dios, no!”—me lamenté. “¿Para qué salvarme y transformarme, si ibas a permitir que mis hijos se fueran lejos?”.

Me debatí con mis sentimientos, pero regresé a la verdad: Dios tenía un plan en el que podía confiar. Vi que tenía dos opciones: sucumbir al peso devastador de la noticia y la incertidumbre respecto del proceso de reconciliación o “no depender de mi propio entendimiento” (Proverbios 3:5–6) y “quedarme quieta y saber que Él es Dios” (Salmo 46:10).

Depender de mi entendimiento escaso y equívoco me había llevado a la destrucción una y otra vez. Debía mantener mi compromiso y perseverancia en mi relación con Dios, a pesar de lo que me sugirieran mis sentimientos. Dios sabía cuándo finalizaría mi reconciliación desde el principio (Isaías 46:10). Iba a ganar Su plan. “El corazón humano genera muchos proyectos, pero al final prevalecen los designios del Señor” (Proverbios 19:21 NVI).

Me asombraba cuánta paz tenía en el corazón. Antes de entregarle mi vida a Jesús, una circunstancia como esta me habría destruido. Me habría puesto en el papel de víctima, habría consumido, habría peleado por mis derechos, me habría deprimido y habría caído presa de la desesperación.

En cambio, gracias a la presencia de Dios, Su poder y Sus promesas para mi vida pude recibir la noticia sin caer en ese pozo nada prometedor. Él había transformado mi corazón y mi mente y me había hecho una creación nueva (2 Corintios 5:17). Esta creación nueva ya no hacía las cosas como antes. ¡Alabado sea Dios!

Mis hijos a menudo me preguntaban cuándo me mudaría cerca de ellos. No les podía responder con exactitud y eso me dolía. Todavía tenía que terminar el programa en la Misión y cumplir los tres años de libertad condicional antes de poder ir a algún lado.

“Cuando Dios lo permita” les decía. Tuve que rendirme a lo desconocido y confiar en que Dios estaba trabajando entre bastidores para que se cumpla Su plan. ¿Y sabe qué? Es lo único que Dios me pidió.

Mientras esperaba, me esforcé por seguir siendo fiel al Señor. Comencé a trabajar en un ministerio, completé el período de libertad condicional, recuperé mis derechos civiles y volví a estudiar.

Dios le habló a mi corazón para que pagara la manutención de mis hijos, incluidos los siete años que adeudaba. No tenía idea de cómo hacerlo; los números no me cerraban. Ya tenía dos trabajos y no me alcanzaba para cubrir mis propias necesidades. Pero al poco tiempo Dios me bendijo con un ascenso. Las palabras “compromiso y perseverancia” me zumbaban en los oídos.

Pasé el año siguiente volando de Arizona a Georgia para visitar a mis hijos. No pasó mucho para que el padre aceptara que yo pasara tiempo con ellos sin supervisión. Rompí en llanto de la alegría por la noticia y un año después me mudé a Georgia.

Actualmente mi esposo y yo compartimos la crianza de los niños con mi ex y su esposa. Solo Dios podía curar tal dolor y producir algo tan bello (Joel 2:25). Solo Él podía transformar mi ser desenfrenado en una mamá que ahora es parte de la solución, no del problema. Y solo Él pudo haber ablandado el corazón de mi ex esposo para llevarnos a tener este arreglo.

¿Sabe? Dios puede hacer lo mismo por usted. Pero tiene que entender que la transformación y la restauración llevan tiempo. Es un proceso que comienza cuando le entrega a Dios el corazón, la mente, la vida y los deseos. Exige compromiso y perseverancia con Dios y hacer lo que sea necesario para encaminarse al objetivo, a pesar de lo difícil que sea o cuánto tiempo lleve.

Al hacerlo, Dios le dará Su fortaleza, Su paz y serenidad para continuar. Confíe en Él.

 

Sheridan Correa es consejera bíblica y tiene estudios sobre la atención integral basada en el trauma. Está casada, es mamá de dos muchachos adolescentes, cantante y corredora entusiasta, cuya vida Jesús ha cambiado radicalmente. Se unió a la familia de Victorious Living en 2022 como administradora de nuestras redes sociales.