A veces la vida sencillamente es dura. Todos pasamos por las pérdidas, las dificultades y la disrupción que causa el dolor, pero este último año ha sido especialmente difícil para mi familia.
Las palabras del rey David en el cautiverio y la desesperación suavizan los golpes de mi dolor. “Tú llevas la cuenta de todas mis angustias”, dice, “y has juntado todas mis lágrimas en tu frasco; has registrado cada una de ellas en tu libro” (Salmo 56:8 NTV).
Últimamente, mi familia ha quedado atrapada en un invierno interminable. A veces parece que la montaña que se eleva ante nosotros se ha congelado en el tiempo y que el sufrimiento nunca se desvanecerá. Tal vez usted se sienta identificado.
Mi amada abuela ha enterrado a sus tres hijos. Ver su corazón destrozado rompe el mío. Y recientemente, otro ser querido se despidió de sus hijos.
La pena no deja de golpear con fuerza y velocidad. Es inesperada e inoportuna. No dejo de recordarme a mí misma que Dios está a mi favor y nada puede separarme de Su amor (Romanos 8:31–38). Pero los días aciagos son muchos.
Además, mi pasado de destrucción y drog adicción asoma su horrible rostro…de nuevo. La vergüenza y el arrepentimiento se ciernen sobre mí para causar más dolor a mi corazón ya roto. Sin embargo, este sufrimiento me golpea de manera diferente. A veces me hace dudar del amor, la gracia y la capacidad de perdón de Dios.
¿Cómo podría un Dios perfecto absolver a una pecadora como yo, alguien cuyas decisiones han causado tanto dolor a sus seres queridos? ¿Por qué me disculparía? Todavía hay gente en mi vida que no ha podido perdonarme. Han pasado seis años desde que el Señor me dio la desintoxicación y aún estoy excluida de la existencia de esas personas.
Este rechazo me recuerda constantemente de las cosas horribles que he hecho. Y si no me cuido, solo veré mi pasado de pecado en lugar de la gracia de Dios. Me siento indigna.
Sentir que no merezco el amor de Dios ha sido mi mayor dificultad como seguidora de Cristo. Creo que Jesús murió en la cruz y que Su sangre lavó mis faltas. Sé que Él pagó con un gran sacrificio mi pecado (Mateo 26:28).
Lo triste es que al parecer no puedo hacer que mis creencias bajen de mi cabeza y se asienten en mi corazón.
Seguramente esto es obra del enemigo. La vergüenza, la culpa y el remordimiento son todas herramientas que usa Satanás para que solo veamos nuestro pasado y dudemos de nuestro valor. Digo esta oración: Dios, ayúdame a aceptar Tu perdón de una vez por todas. Ayúdame a poner mi pasado bajo Tu sangre y mis relaciones rotas en Tus capaces manos.
Lamento esos nexos perdidos. El Señor sabe que he tratado de hacer las paces. Pero mis esfuerzos han sido inútiles. La nube de dolor sigue haciéndose más grande y oscura a medida que se afianzan más el rechazo, el fracaso y la decepción.
Incluso en este momento, caen lágrimas sobre mi teclado. Pero al verlas, recuerdo que este llanto no es solo mío. Mi corazón y el de Jesús se rompen juntos. Él llora conmigo toda la pérdida y el dolor, aunque yo haya causado la mayor parte.
Sin embargo, Dios me insta a rechazar el sufrimiento que pretende el enemigo por el daño que causé (Génesis 50:20) y a recordar que Su gracia es más grande que cualquier pecado. Por un momento, encuentro la paz.
Pero ¿qué pasa con aquellos que no me disculpan? ¿Cómo puedo lograr que me extiendan el perdón?
Pues, no puedo. Solo Aquél que se inclinó y me sacó del pozo hace seis años puede ablandar sus corazones (Salmo 40: 2). Debo confiar en Su tiempo y amor. La Biblia me dice que mi Cristo Jesús está con el Padre en este momento intercediendo por mí (Romanos 8:34). Y si usted es Su hijo, Él está allí intercediendo por usted también.
¿Qué necesita poner al cuidado de Dios? Confíe en Él. Entréguele sus preocupaciones y acérquese para que Él le vende las heridas (Salmo 147:3). “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido” (Salmo 34:18 NVI).
AMBER LEASON trabaja en educación especial y disfruta compartir el amor de Jesús con sus estudiantes. También sirve en Thrive, un ministerio femenino que propicia un espacio para que las mujeres se conecten con Dios y se alienten mutuamente en su fe.