De niña, soñaba con ser cantante, agente del FBI o tal vez una investigadora forense como las que se ven en las series de televisión. Lo que no se me había ocurrido era trabajar en el sistema penitenciario. De hecho, decidí temprano en mi vida que tener un empleo allí no era algo que iba a hacer.

Nuestra casa en Raiford, Florida, estaba rodeada de prisiones, y mis padres y otros familiares trabajaban en una de las cercanas. No era raro ver camionetas del Departamento de Correccionales (DOC, por sus siglas en inglés) pasar corriendo frente a nosotros por fugas y otros incidentes. Era la única vez en que cerrábamos las puertas en nuestro pueblito. Pero yo no tenía ningún interés en lo que ocurría tras ese alambre de púas.

Mis padres eran jóvenes cuando me tuvieron. Se casaron y crecieron más rápido que si hubieran esperado para formar una familia. Poco después de que llegara mi hermana menor, se separaron. Mis hermanas y yo vivíamos con nuestra mamá y visitábamos a papá los fines de semana y en las vacaciones escolares.

El divorcio implicó muchos desafíos, como una sensación de incertidumbre para mis hermanos y para mí. Pero logramos adaptarnos, incluso cuando nuestros dos padres se volvieron a casar. Lo bueno fue que ganamos nuevos hermanos y hermanas, a quienes llegué a querer profundamente.

Mi mamá trabajaba muchas horas, hacía turnos dobles para llegar a fin de mes. Papá era estricto y protector con sus hijas. Decía lo que pensaba y no toleraba los novios, las tonterías ni faltas de respeto en su casa. Viví con él durante un tiempo cuando estaba en secundaria, y recuerdo quejarme de que yo era la única alumna de último año que tenía que estar en la cama a las 9:30 p.m.

Toda la familia tenía como prioridad mantenernos a las niñas en la iglesia. Pasábamos mucho tiempo allí y en eventos juveniles. Aprendí a ver al Señor con reverencia y temor (Salmo 111:10; Proverbios 9:10).

Si no fuera por los valores de fe que me inculcaron al inicio de mi vida, pude terminar siendo una cifra de estadística. Pero Jesús no solo me salvó para la eternidad, sino que también me protegió de mí misma y las trampas del mundo.

Adquirí una sólida ética de trabajo en la secundaria. Mi empleo en Hardee’s después de clases me ayudaba a ganar dinero para lo que necesitaba. Me esforzaba para alcanzar todo lo que tenía, incluyendo mis buenas calificaciones. Me gradué con una beca que me abrió la puerta para ir a la universidad.

Trabajar a tiempo completo en un restaurante de comida rápida y tener un horario de clases completo era agotador, pero estaba decidida a completar lo que había comenzado y graduarme con al menos un título técnico. No sabía lo que quería hacer, pero estaba segura de que mi carrera no implicaría correccionales.

Pero la agenda de Dios para mi vida era muy diferente a mi plan (Isaías 55:8–9), y no perdió el tiempo poniendo a las personas y oportunidades adecuadas en mi camino.

Un día, una señora de la iglesia me habló de una oferta de trabajo. “Tenemos un puesto temporal en el Centro Médico y de Recepción (RMC). ¡Sería perfecto para ti!”.

El RMC era una prisión cercana que albergaba a reclusos recién condenados y a los que necesitaban atención médica especializada. ¿Por qué yo? Me preguntaba. Tenía solo 17 años, y el puesto era para trabajar en administración haciendo operaciones bancarias para los reclusos. Seguramente no estaba calificada.

Pero el aumento salarial era atractivo. Es solo un trampolín, me convencí a mí misma. No estarás allí para siempre. Además, tienes que pagar las cuentas y comer de alguna manera.

Tres meses después de graduarme de secundaria, acepté el trabajo temporal en el RMC, notifiqué en Hardee’s que me retiraba y cambié mis clases a las noches para trabajar a tiempo completo durante el día. Poco después, Dios me bendijo con un empleo de tiempo completo con beneficios en la oficina administrativa. Usó lo que creí era solo un trampolín como cimiento para mi carrera de 30 años en el Departamento de Correccionales de Florida.

Al principio de mi carrera, el Señor me rodeó de mujeres de fe. Estas madres y hermanas espirituales oraban conmigo y por mí, y me animaban en todo, desde terminar mis tareas hasta solicitar ascensos. Celebraron conmigo cuando me casé y me convertí en mamá. Si tenía un problema o una decisión difícil, me dirigían de nuevo a Jesús. Me recordaban que Él era el autor de mi historia y Aquel en quien debía buscar respuestas. No puedo decir cuán importantes fueron esas mujeres en mi vida.

Trabajé en la oficina administrativa hasta que obtuve mi licenciatura en justicia penal. Luego hice una maestría en liderazgo educativo. Con mis títulos en mano, me sentía mejor calificada para enfrentar lo que se me presentara.

Rápidamente aprendí que un corazón dispuesto era el único requisito real que necesitaba para responder al llamado de Dios en mi vida. Él me equiparía para el viaje. Deseando ir adonde Dios pudiera usarme, me entregué a Su guía.

“Señor”, oré, “iré adonde me envíes”.

Dije esas palabras en serio, pero no me esperaba que Él me llevara directamente a esa carrera en el DOC de Florida que mi yo más joven había estado decidida a evitar. Luché contra esa posibilidad, pero el Señor me recordaba continuamente que Él prepara a quienes llama para cualquier tarea.

Así que acepté seguir Su voluntad y me comprometí a mantenerlo al mando de mis decisiones mientras Él dirigiera mis pasos. Lo que pasó luego fue increíble. A lo largo de 30 años, pasé de un puesto administrativo inicial a ser alcaide y directora regional.

El Señor abrió mis ojos a la vida tras el alambre de púas. Me permitió mirar más allá de las diferencias que separaban al personal de los privados de libertad para poder ver a ambos grupos a través de Sus ojos.

Todos eran Sus hijos, y cada bando tenía necesidades y preocupaciones genuinas que yo tenía que considerar al tomar decisiones. Vivir y trabajar en un entorno carcelario puede ser deprimente y, la verdad, peligroso. Necesitaba que el Señor me mostrara cómo mejorar las cosas.

Se requería disciplina y concentración para no sentirse abrumada por los desafíos. Para dirigir con eficacia, debía equilibrar la misericordia y la justicia. Tuve que buscar formas de mostrar compasión y a la vez ver que las personas se responsabilizaran de sus acciones.

Ser mujer en una posición de liderazgo en un campo predominantemente masculino no fue fácil. A algunos no les gustaba mi estilo de dirigir o la mentalidad que imaginaba para las prisiones que supervisaba. Aun así, Dios me dio la fuerza y la determinación para mantener el rumbo y tomar decisiones que lo honraran y ayudaran a otros. Mi fe no siempre era bien recibida, pero no era un aspecto negociable. No podía andar evangelizando por las instituciones, pero para nada me callaba que Jesús era el Señor de mi vida.

Mis compañeros del departamento me brindaron una fantástica tutoría y formación, lo que me ayudó a perfeccionar mis habilidades. Estaba ansiosa por aprender y crecer, así que estudié intensamente a los líderes humanos buenos e incluso los no tan buenos. Sin embargo, los mejores consejos de liderazgo siempre venían directamente de la Biblia.

Encontré ejemplos de líderes femeninas fuertes como Ester y Débora. Estas damas vivían en una cultura que daba poco valor a la mujer, pero eso no impidió que Dios las usara en posiciones de gran autoridad. Las admiraba a ambas porque no se dejaron atrapar por la ambición egoísta ni el apetito de poder. En cambio, se concentraron en Dios y el bienestar de las personas que guiaban.

Me identifiqué con la historia de Ester debido a sus humildes inicios. (Lea el Libro de Ester y vea cómo Dios usó a esa niña huérfana para influir sobre la vida de muchos). Su historia me dio el coraje para atravesar cualquier puerta que Dios me abriera, incluso cuando no sabía adónde me llevaba o cuando parecía que me dirigía a un lugar donde no quería estar.

Débora era una guerrera a quien Dios llamó para guiar al pueblo de Israel en Jueces 4–5. De su vida, aprendí que tener la autoridad para tomar decisiones era importante, pero también había que ser capaz de trabajar a través de otras personas para que las cosas se hicieran.

Débora empoderaba y alentaba a otros dándoles la confianza que necesitaban para cumplir su misión. Me gustó especialmente cómo valoraba a los voluntarios (Jueces 5:9). Ella me enseñó a confiar en Dios en todo lo que hacía, a darle las alabanzas y la gloria de todas las victorias, y a mirar el panorama general al tomar mis decisiones.

Ya sea que estuviera trabajando en clasificación o reingreso, como alcaide o como directora regional, recordaba cómo esas mujeres dirigieron a su pueblo. Veía cada puesto como una misión: estaban en juego almas. Dios imprimió en mi corazón la idea de pensar en las existencias que dependían de las decisiones que tomaba.

Cada persona tiene un nombre y una historia. Aprender los detalles claves de sus vidas me ayudó a entender por qué cada una podía comportarse o responder de una manera particular. Era así cómo realmente podían resolverse los problemas.

Me retiré de FLDOC en 2018 cuando era alcaide del Centro de Recepción de Mujeres de Florida (FWRC, por sus siglas en inglés), pero cada decisión, puesto y vínculo que tuve durante mis años en el departamento me formó y moldeó para el llamado continuo de Dios en este nuevo capítulo de mi vida.

Todavía tengo una meta hoy en día, pero ahora sirvo mediante fabulosas organizaciones de voluntarios. Como miembro, hablo libremente de la esperanza de Jesús con hombres y mujeres en prisiones de toda Florida e incluso de otros estados. He tenido el privilegio de bautizar a cientos de mujeres que han escogido a Jesús como el Señor de sus vidas. Qué emocionante es ayudarlas a recomenzar su viaje en prisión con la luz y la esperanza de Jesús.

Dondequiera que usted se halle en el camino de la vida, lo animo a que haga crecer sus raíces de fe en la profundidad de Cristo. Dios lo empoderará a cada paso del camino con fuerza interior a través de Su Espíritu Santo (Efesios 3:16). Escuchemos las promesas de Efesios 3:17: “Entonces Cristo habitará en el corazón de ustedes a medida que confíen en él. Echarán raíces profundas en el amor de Dios, y ellas los mantendrán fuertes” (NTV).

No importa quiénes seamos o dónde vivamos, necesitamos raíces de fe para mantenernos fuertes. Y necesitamos que el amor de Dios nos guíe y nos enseñe cómo vivir para que podamos influir sobre el mundo para Su gloria.

Todo lo que Él necesita es nuestra confianza y un corazón dispuesto.

 

Chris Southerland es voluntaria de su iglesia y The Jesus Infusion y Timothy’s Gift, dos ministerios que brindan a los encarcelados esperanza, salud mental y el amor de Jesús. Chris atiende a los “más insignificantes de estos”, desde delincuentes juveniles hasta condenados a cadena perpetua. A Chris le gusta pasar tiempo con sus tres hijos y dos nietos.