¿Cómo manejas un evento que cambia tu vida? Todos hemos vivido, de una forma u otra—eventos que cambian la trayectoria de nuestras vidas. De hecho, si estás vivo, es probable que haya otro esperándote. Eventos que cambian la vida (EE.C.V.) o nos matan o nos fortalecen.
Eventos que cambian la vida pueden ser tanto positivos como negativos. Los EE.C.V. positivos incluyen eventos como casarse, tener hijos, un acenso en el trabajo, y comprar una casa. Celebramos estos eventos positivos. Por otro lado, los EE.C.V. negativos son más difíciles de sobrellevar. Estos pueden incluir la pérdida de un ser querido, el divorcio, la pérdida de un buen trabajo, o la adicción a las drogas o el alcohol. Hay dos categorías de los EE.C.V. negativos—los que están fuera de nuestro control y aquellos por los cuales tenemos toda o parte de la culpa.
Puedo identificar dos EE.C.V. negativos que han impactado profundamente el desarrollo de mi persona. Soy culpable del primero—mis propios actos me mandaron a prisión por 12 años. El segundo, la muerte de mis padres, habría sucedido aunque no estuviera encarcelado. Su muerte ha dejado un gran vacío en mi vida que sólo mi fe puede llenar. ¿Pero la prisión? Eso fue totalmente culpa mía.
Ver nuestras propias faltas y defectos en el espejo proverbial no es fácil. De hecho, la mayoría de nosotros preferimos culpar a otros por lo que vemos en ese espejo, antes que tomar responsabilidad por lo que sabemos que hicimos. Si logramos convencernos a nosotros mismo (y a otros) que lo que haya pasado no fue nuestra culpa, entonces podemos jugar el papel de víctima.
Y cuando ya no funciona el culpar a otros, comenzamos a justificarnos. Protestamos, “Todo mundo lo hace.” “Nadie se va a enterar, y como quiera no le hago daño a nadie.” Pero esto no beneficia a nadie. Peor aún, nos engañamos a nosotros mismos.
Mientras apuntamos dedos y nos auto justificamos, por dentro nos estamos llenando de negatividad. Tardé muchos años para poder analizarme honestamente y aceptar mi propia culpa por las circunstancias en mi vida. Mi orgullo, mi ego, mis prioridades—éstos me llevaron a creer que estaba por encima de la ley. Mis hechos traicionaron mi crianza y los valores que pensaba eran propios. Como resultado, pasé 12 años en prisión.
Cuando por fin analicé mi vida con honestidad, la realidad era abrumadora. Estaba separado de mi familia, había perdido el respeto de la gente que me importaba, y aún me quedaba una larga condena en prisión. De repente, la ira que había estado proyectando al culpar a otros y justificando mis propios actos, se tornó interno. Me enfurecí conmigo mismo por las cosas que había hecho. El peso del dolor que había causado a otros amenazó con polvorizarme. Estaba avergonzado de la forma en que había vivido mi vida. Esto me estaba consumiendo.
Lo único que pasaba por mi mente eran los errores que había cometido y las consecuencias de mis actos. Ya no me acordaba de las cosas buenas que había hecho. Yo había sido un buen empresario, un buen hijo, padre, amigo. Pero todo eso ya no existía. Lo que quedaba en mi mente eran las pocas decisiones monumentalmente malas que había tomado.
Tuve que aprender que la única forma de superar estos sentimientos y la negatividad que producían en mí era perdonándome a mí mismo por lo que había hecho. Era imposible volver atrás y cambiar los eventos, pero tampoco podía vivir con el odio hacia mí mismo que amenazaba con destruirme. ¿Pero, merecía yo el perdón?
Al reflexionar sobre mi vida para ver lo que me faltaba, poco a poco me di cuenta de que le había dado la espalda a mi fe. Neciamente había permitido que mi éxito externo se convirtiera en el sustituto de mi relación con Cristo. Encarcelado, solo, recluido de los demás…en esos momentos oscuros, volví a descubrir mi fe.
La esencia de ser cristiano está en reconocer que Jesús fue crucificado para otorgar el perdón de pecados de todo aquel que cree en él. Y si él me perdona, ¿cómo no perdonarme a mí mismo?
Un pasaje que me sostuvo durante este tiempo fue Mateo 9:13, donde Jesús dijo, “Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (NVI). Reflexiono sobre este pasaje todos los días. El perdón de Cristo es lo que más importa en mi vida. Me permite realizar el propósito que él tiene para mí.
Mi vida cambió cuando tomé responsabilidad de mis propios actos, confesé mi pecado y mi necesidad de Cristo, y le entregué el control de mi vida. Aún tenía que cumplir mi condena, pero ahora tenía un propósito. Podía enseñarle a otros lo que había aprendido a través de mis experiencias vividas y ayudarles a estar mejor preparados para volver a la sociedad con una mentalidad positiva, un buen fundamento espiritual, un plan significativo de empleo y vivienda, y restauración de relaciones familiares.
Desarrollé un programa llamado Values Aligned Goal Setting© (establecer los objetivos con valores alineados), la cual enseña a aquellos que han experimentado un evento que cambia la vida cómo superar los retos y las barreras que quedan por delante.
Tuve el privilegio de presentar el programa a cientos de mis compañeros de prisión durante los últimos cinco años que estuve en prisión. En los dos años que llevo de integración en la sociedad, Dios me sigue dando la oportunidad de ayudar a otros a través de los programas que dirijo y al compartir mi testimonio.
Aún lloro la pérdida de mis padres. Aún quisiera haberme comportado diferente en 1996 cuando cometí mi crimen. Lucho con el hecho de que hay personas que no me han perdonado. Pero estas son cosas que no puedo cambiar.
Mis malas decisiones me pusieron en un lugar terrible, pero Dios las usó para traerme devuelta a él. Soy un ser humano falible, pero los errores que cometí no definen mi persona ni mi carácter.
Acepto la responsabilidad de mis hechos y estoy profundamente arrepentido de haber lastimado a otras personas. Pero mi fe tiene sus raíces en el perdón, y eso me permite avanzar y alcanzar muchas cosas en mi vida.
Todos vivimos con algún grado de lamento; sin embargo, a través de la fe y el perdón a uno mismo, podemos seguir adelante con propósito, determinación, y compromiso de ser la mejor versión de uno mismo.