Primero Pedro 4:12–13 dice: “Queridos hermanos, no se extrañen del fuego de la prueba que están soportando, como si fuera algo insólito. Al contrario, alégrense de tener parte en los sufrimientos de Cristo, para que también sea inmensa su alegría cuando se revele la gloria de Cristo.”

No puedo decir que estuviera feliz en 2016 cuando mi familia sufrió una serie de pruebas de fuego. Pero hoy estoy feliz y sinceramente le agradezco a Dios las pruebas y su fidelidad al ayudar a nuestra familia para las que atravesamos. Si no hubiera pasado por ellas, jamas hubiera sabido como Dios se manifiesta.

Me hace pensar en el pasaje donde Job le dijo a Dios: “Hasta ahora solo había oído de ti, pero ahora te he visto con mis propios ojos” (Job 42:5 NTV). Como Job, yo había oído hablar de Dios, pero no lo había visto con mis propios ojos. Me crié en un hogar cristiano en el que se enseñaban las cosas de Dios y se mostraba el amor de Dios. Acepté a Jesucristo como mi Salvador desde pequeña. Pero fue recién cuando me vi enfrentada a esas pruebas de fuego que llegué a conocer a Dios por experiencia propia. Recién entonces aprendí a reconocer su voz, a ver su providencia y a sentir sus brazos amorosos rodeándome. Recién entonces experimenté su paz que sobrepasa toda comprensión (Filipenses 4:7).

Esas pruebas de fuego hicieron que me diera cuenta de cómo mi deseo de llevar una vida cómoda había eclipsado mi deseo de tener una vida piadosa. Me demostraron que me había vuelto algo pasiva en el aspecto espiritual. Hizo falta el fuego de esas pruebas para quemar las muchas impurezas que se habían colado en mi corazón y en mi mente: impurezas que estaban impidiendo que la gloria de Dios fuera puesta de manifiesto a través de mi vida.

Esas impurezas no aparecieron de la noche a la mañana. Se fueron instalando sin dar aviso. El materialismo, por ejemplo. Comenzó cuando a mi esposo se le presentó una nueva oportunidad en el sector de la salud. El potencial de ingresos parecía demasiado bueno para ser verdad: y así fue. En ese momento, pensé que Dios había abierto una de esas puertas increíbles de bendición económica para nuestra familia. Bueno, tal vez sí, pero nosotros tomamos esas bendiciones y las aprovechamos a nuestro modo.

Con más ingresos a mi disposición, comencé a buscar gratificación en cosas materiales. No pasó mucho tiempo para que lo que el mundo me ofrecía, el estatus social y las relaciones se volvieran más importantes que conocer a aquél que me había dado la vida.

Y de pronto, el Día de la Madre de 2016, recibimos una llamada que iba a cambiar nuestro mundo. Todas las cosas que había puesto por encima del Señor estaban derrumbándose y las estábamos perdiendo.

Un cliente de mi esposo llamó para decirnos que el FBI estaba investigando su empresa (y a raíz de esto, a la empresa para la que trabajaba mi esposo) por fraude al sistema de salud. Durante los dos años siguientes, todo a nuestro alrededor era incertidumbre. No sabíamos cómo afectaría la investigación a nuestra familia.

Ya estábamos empezando a pensar que estábamos libres de sospecha, pero en 2018 el FBI comenzó a investigar a mi esposo y a indagar a sus empleados. El abogado de mi esposo le sugirió efectuar una negociación de culpabilidad. No había intención de su parte, pero el riesgo de ir a juicio era demasiado alto. Mi esposo aceptó el consejo de su abogado y efectuó una negociación de culpabilidad por la que estará en la cárcel hasta 2021.

Pero antes de que mi esposo fuera a la cárcel, nuestra familia enfrentó otra prueba de fuego cuando nuestro hijo cayó enfermo a consecuencia de una malformación cavernosa, una anomalía muy poco frecuente de los vasos sanguíneos del cerebro. Como mamá, me morí de miedo. Unos pocos meses después del diagnóstico, las cosas empeoraron aún más.

Una prueba de fuego tras otra buscaba destruir a nuestra familia. Perdimos nuestra casa en un incendio provocado por un desperfecto en la caja eléctrica. Alguien irrumpió en el departamento de mi hija con un cuchillo en la mano. Después el gobierno embargó nuestros bienes. Hasta el día de hoy, sigo esperando para ver cómo se resuelve esa situación.

Durante estas pruebas, hubo momentos en los que pensé que me volvería loca. Siempre asumí la responsabilidad de asegurarme de que mi familia estuviera segura, feliz y disfrutando de la vida. Así que cuando todos esos fuegos destrozaban todo a su paso por nuestras vidas, traté desesperadamente de apagarlos y de aliviar la carga que estaba soportando nuestra familia. Pero parecía que cuanto más lo intentaba, más complicada se volvía nuestra vida.

Vivir con tanta incertidumbre era insoportable y el miedo entró a mi vida con una fuerza que me paralizaba. Cada noche estaba en mi cama despierta y me preguntaba qué ocurriría con mi familia. ¿Qué pasaría si perdíamos todo? ¿Y si quedábamos en la calle? ¿Cómo iba a mantener a mi familia? ¿Nuestro matrimonio podría sobrevivir al encarcelamiento? ¿Y si a mi esposo lo lastimaban? En mi imaginación se daban cita todas las situaciones posibles. Los ataques de pánico comenzaron a asestar sus golpes brutales en mi corazón y en mi mente.

Poco después, cualquier situación que creía no poder manejar me dejaba fuera de combate. Me daba pánico cuando mis hijos estaban fuera de mi vista o cuando tenía que viajar. Tenía demasiado miedo de subir a un avión. Mis familiares y amigos estaban preocupados por mi nivel de ansiedad, pero yo esquivaba su preocupación dándoles excusas respecto de por qué no podía hacer tal o cual cosa. La realidad era que tenía demasiado miedo.

Cuando la vida parecía tan dolorosa que se hacía insoportable, por fin me di cuenta de que necesitaba a Dios. Había crecido rodeada de las cosas de Dios, es verdad, pero como mi vida familiar había sido tan hermosa, nunca había sentido la necesidad de confiarle las cosas de mi vida diaria. Tenía todo lo que necesitaba—y le agradezco a Dios por eso—pero la falta de momentos difíciles había hecho que viviera separada de Él. Oraba de vez en cuando, sí, pero después de orar, seguía con mis ocupaciones habituales sin volver a pensar en Dios.

Pero con mi vida que de pronto se había vuelto tan caótica, finalmente me rendí y clamé a Dios: “Señor, perdóname por vivir mi vida separada de ti todos estos años. Perdóname por desear las cosas de este mundo más de lo que te deseaba a ti. ¡Mi vida se ha convertido en un caos total! Estoy cansada, confundida, temerosa y frustrada. No entiendo qué está pasando ni por qué. Te necesito, Dios. Necesito que tú nos cuides. Necesito que tú asumas el control.”

Dios, en su gracia, puso sus brazos amorosos alrededor de mí y me abrazó fuerte. Se convirtió en mi refugio (Salmo 18), mi ayuda segura en momentos de angustia (Salmo 46:1). Aprendí que mientras yo había quitado mis ojos de Dios, Él nunca había quitado sus ojos de mi familia ni de mí. Había estado tan cerca todo ese tiempo, simplemente esperando a que pronunciáramos su nombre y lo invitáramos a entrar en nuestras vidas.

Con esta revelación, comencé a devorar la palabra de Dios, y eso le dio paz a mi mente perturbada. Filipenses 4:6–8 se convirtió en mi salvavidas. En lugar de preocuparme por situaciones inciertas, comencé a orar por ellas. Le decía a Dios qué necesitaba y ponía cada preocupación en sus manos. Y cuando lo hacía, su paz protegía mi corazón y mi mente e impedía que mi pensamiento se internara por caminos oscuros y de temor.

Ahora, eso no significa que ya nunca siento ansiedad. Incluso mientras escribía este relato, tuve un enorme ataque de ansiedad. Acababa de decirme a mí misma: “¡Vaya, Denise! ¡Lo estás haciendo bien de verdad! Estás confiando en Dios y sigue creciendo tu fe.” Y de pronto, ¡Bam! El miedo me desestabilizó.

Oí un rumor de que mi esposo y varios presos más habían sido transferidos a otro establecimiento. No nos dieron ninguna información sobre dónde estaban. Con la situación de la COVID-19, me preocupé inmediatamente. Esas preocupaciones no controladas inevitablemente llevaban a los escenarios hipotéticos que le abrían la puerta al enemigo para que me atacara y me hiciera sentir miedo (1 Pedro 5:8).

Esa noche, pensamientos oscuros invadieron mi mente y me convencieron de que mi esposo iba a morir. Mis pensamientos se multiplicaron hasta que apenas podía respirar. Había tanta oscuridad en mi habitación. Estuve despierta toda la noche y al día siguiente ni siquiera pude levantarme de la cama.

Pero Dios, tan lleno de gracia, no me castigó. No me condenó por dejarme avasallar por esas preocupaciones. En cambio, Él me ayudó poniendo mi nombre en el corazón de dos de mis hermanas en Cristo, que se comunicaron conmigo por teléfono en el momento justo. El Espíritu Santo de Dios les dio a estas mujeres las palabras de aliento y las oraciones poderosas que me ayudaron a ponerme de pie otra vez y mantenerme firme en mi fe. Me ayudaron a reconocer las verdades que me permitirán ganar mi próxima batalla contra el miedo. Y me ayudaron a ver que, si bien yo no había ganado esa batalla, estaba ganando la guerra. He llegado tan lejos y aprendido tantas cosas que pueden ayudar a los demás, tal vez incluso a usted, a lograr la victoria.

Si alguna vez ha tenido que lidiar con la ansiedad, sabe qué desanimado se puede sentir cuando el miedo se apodera de uno. Quisiera compartir algunas de las cosas que me han ayudado.

Primero: descubrí que la cura para la ansiedad es Jesús. Es el nombre que está sobre todas las cosas, incluso el miedo (Filipenses 2:9). Cuando empiezo a sentir ansiedad, digo su nombre inmediatamente. Digo: “Jesús, te necesito ya. Jesús, cubre mi mente.” Sigo repitiendo su nombre hasta que siento paz. Llenar mi lugar de música cristiana me ayuda. Cuando adoro a Dios con oraciones y canciones, la oscuridad desaparece.

He aprendido a vigilar mi mente. Si no presto atención a lo que estoy pensando, se apoderan de mí preguntas como “¿qué pasa si…?” y conversaciones imaginarias. Esto requiere un esfuerzo consciente porque los pensamientos de temor para mí son tan naturales como respirar. Entrenar mi mente para pensar distinto no ha sido fácil. He tenido que ser paciente en este proceso.

Cuando descubro que mis pensamientos no coinciden con los de Dios respecto de mí o de mi situación, los reemplazo con su verdad. Como dice 2 Corintios 10:5, llevo cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo. Tengo que estudiar la Biblia para conocer la verdad de Dios y reconocer los ataques del enemigo a mi mente. Tomo la verdad de Dios, se la digo a esos pensamientos de temor y ellos desparecen.

A medida que buscaba la verdad de Dios, se fue convirtiendo en mi salvavidas. Recuerdo que estaba en la Red Roof Inn después del incendio de nuestra casa, rogándole a Dios me diera una palabra de aliento. Abrí mi devocional diario y allí estaba; Proverbios 3:25–26: “No temerás ningún desastre repentino, ni la desgracia que sobreviene a los impíos. Porque el Señor estará siempre a tu lado y te librará de caer en la trampa.” Era la palabra perfecta en el momento preciso. Dios me recordaba que todos los desastres repentinos de este mundo eran insignificantes para Él. Reclamarle esta promesa me permitió acostarme y dormir, aunque mi casa todavía estaba echando humo y las cosas se estaban caldeando en el caso de mi esposo.

En la vida siempre habrá momentos de incertidumbre. Solo Dios conoce el futuro. De modo que decidí que lo mejor es continuar y simplemente dejarle el mañana a Dios. Cuando elijo dejarle a Él la incertidumbre de mi futuro y creer que Él va a ocuparse de cada detalle para mi bien y su gloria (Romanos 8:28), encuentro paz. Tengo el hábito de visualizar cómo tomo mis preocupaciones en mis manos y luego se las entrego a Él. Después me pongo de rodillas, porque es allí donde gano la guerra. Allí encuentro paz, porque sé que mientras estoy orando, Dios está presentando batalla por mí (Éxodo 14:14). Me está dando la victoria.

Esta es una oración habitual para mí: “Señor, hoy elijo entregarte mi esposo, su caso y nuestro matrimonio. Elijo entregarte mis hijos y el futuro de nuestra familia. Elijo entregarte nuestras posesiones. Tómalo todo, Señor; de todos modos es tuyo. Enséñame qué quieres que aprenda y pon mi familia donde tú deseas que estemos.”

La oración tiene tanto poder. Vea cómo impacta mi vida reconocer que necesito a Dios y confiar en Él. Proverbios 3:5–8 dice: “Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas. No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al Señor y huye del mal. Esto infundirá salud a tu cuerpo y fortalecerá tu ser.” Cuando confío en Dios encuentro el rumbo, la salud (física y mental) y las fuerzas para hacer el viaje.

Ahora, en lugar de esperar hasta que se presente un momento crítico, reconozco que necesito a Dios incluso antes de empezar mi día. Al levantarme, digo: “Buenos días, Dios. ¿Cómo estás? ¿Qué tienes en tu agenda para mí hoy?” Lo que mi corazón desea es que Dios guíe mis pasos para que se haga su voluntad perfecta.

No hay lugar para la ansiedad cuando camino junto a Dios. Está bajo control cuando mantengo mis ojos enfocados en Él y tomo cada día como viene. Si pienso en el futuro lejano, me siento apabullada. No puedo cambiar el mañana, de modo que no vale la pena malgastar mi energía preocupándome por él (Mateo 6:27).

Debo admitir que a menudo quisiera que Dios se apure y me muestre qué va a pasar. Todavía hay tanta incertidumbre sobre nuestros bienes y nuestras obligaciones financieras. Soy una persona que siempre quiere saber qué va a pasar. Pero estoy aprendiendo a confiar en los tiempos de Dios. A veces me basta con repetirme: “No hace falta mirar el horno todo el tiempo. La torta va a estar lista cuando esté lista.”

Sé que es verdad. Dios está cocinando algo hermoso para mi familia y para mí. Cuando esté listo—cuando Él haya terminado su trabajo en nuestra situación—Él va a sacar esa torta del horno y habrá quedado perfecta. Solo tengo que tener paciencia. De otro modo, si apresuro las cosas, voy a tener una torta a medio cocinar ¿y a quién le gusta?

Así que espero y mientras tanto, le agradezco por lo buena que estará su torta cuando esté lista. Le agradezco por todas las bendiciones que ya me ha dado Él. Y miro los muchos regalos hermosos que Él me ofrece cada día. Me doy cuenta de que están todos a mi alrededor, cuando recuerdo elevar mi mirada en lugar de enfocarme en mis pruebas difíciles.

Así es cómo enfrento cada día. Aprender a confiar me ha ayudado no solo a sobrevivir, sino a crecer, además, durante mis pruebas de fuego. Creo que si usted pone en práctica estas cosas, también podrán crecer. Podrá derrotar la ansiedad y conservar una paz perfecta, incluso cuando su mundo esté sufriendo un incendio imposible de apagar. Hasta podría llegar a sentir el mismo entusiasmo que yo por lo que Dios está cocinando para usted.

No deje que la incertidumbre del mañana le haga quitar los ojos de Dios. Él cuida de sus mañanas, y Él no le va a fallar.

Déjeme decirle, Dios está trabajando de distintos modos que no puede ver. Está cocinando algo hermoso y especial para usted, al calor de esas pruebas de fuego. Confíele el proceso a Él.