Hace un año, yo tenía un plan.

Sabía exactamente qué iba a hacer en los próximos cinco años. Iba a terminar la universidad, trabajar allí durante tres años, ahorrar algo de dinero y hacer un posgrado que esperaba poder pagar.

Solicité el empleo. Sabía exactamente cómo iba a interactuar en mi nuevo puesto, cómo iba a vestirme, cómo iba a decorar el lugar e incluso la reorganización que iba a efectuar. Tenía tantas ideas para el puesto que, me da vergüenza reconocer, pensaba que ya era mío.

Pero no fue así.

Estaba devastada. Tantas personas me habían dicho que estaban seguras de que conseguiría el puesto, que ya había hecho todos los preparativos para quedarme en la ciudad durante un año. Ahora tenía poco dinero, no empleo y ni motivación.

Desilusionada y desanimada, acepté un puesto de media jornada en la tienda Kohl’s. No era lo que había imaginado que iba a hacer al terminar la universidad.

Estaba a unas 12 horas de la casa de mis padres. Hacía seis años que no vivía con ellos y en cada visita, se me hacía cada vez más difícil despedirme de ellos. Un día malo en el trabajo y la internación inesperada de mi mamá en el hospital me hicieron tomar una decisión.

Empecé a buscar. Circunscribí la búsqueda a dos ciudades, ambas a dos horas de casa: Cleveland y Pittsburgh. Al principio me enfoqué más en Cleveland. Busqué sitios de empleo, me ofrecí para todos los puestos que parecían interesantes y esperé.

Nada. Mi contrato de renta finalizaba en julio. Recién estábamos en mayo. Tenía mucho tiempo.

Tenía un plan… Iba a tener un empleo, un departamento y oportunidades que ya estarían esperándome el 1° de agosto.

Para fines de mayo, había tenido noticias de varias cosas en Pittsburgh, pero nada de Cleveland—ni siquiera un correo electrónico automático que dijera “gracias por postularse.” Entonces me enfoqué en Pittsburgh. Finalmente, a principios de julio, tomé un vuelo hacia el norte para dos entrevistas personales. Estaba muy entusiasmada.

Regresé completamente desilusionada. Ninguno de los dos puestos eran lo que habían publicado. Mientras le contaba a mi mamá lo frustrada que estaba, encontré un aviso de un puesto en la Carnegie Mellon University. Solo para distraerme, me ofrecí.

La noche siguiente, recibí un correo electrónico invitándome a una entrevista telefónica. Me quedé dura. Honestamente no esperaba nada, salvo quizás un lindo correo automático diciéndome “Gracias, pero no gracias.”

Saboteé la entrevista. Nunca me había dado cuenta de que me río cuando me pongo nerviosa, hasta esa extraña llamada telefónica. Pasé las dos semanas siguientes temerosa de que me enviaran un correo electrónico para decirme “la conocimos y nos asustó,” pero nunca llegó.

Estaba juntando las cosas de mi estudio diminuto, mi gato y mis recuerdos y mudándome—sí, adivinó—otra vez a casa. Estaba tan desanimada, porque nada sucedía como lo había planeado.

El último día que trabajé en Kohl’s, recibí una llamada de un número de Pittsburgh. Salté de alegría al saber que era de la universidad y que querían tener una entrevista personal conmigo.

Le dejo las fechas: me mudé el 1° de agosto, me entrevistaron el 2 de agosto, me llamaron el mismo día para decirme que era la mejor candidata, me ofrecieron formalmente el puesto el 8 de agosto, firmé los papeles el 9 de agosto y comencé a trabajar el 12 de agosto.

De pronto la vida era un torbellino. Tenía un trabajo nuevo en una ciudad nueva…pero no tenía dónde vivir. Viví durmiendo en distintas casas donde me daban alojamiento durante dos meses muy frustrantes y comencé a dudar una vez más.

Proverbios 19:21 dice: “El corazón humano genera muchos proyectos, pero al final prevalecen los designios del Señor.” En su tiempo perfecto, Él me dio un hogar hermoso y seguro que podía pagar.

Si miro hacia atrás, sé que mi plan me habría hecho sentir muy mal. Estancada en un puesto que no me brindaba posibilidades de crecimiento, trabajando con personas que no me iban a presentar la clase de desafíos que necesitaba. Todo iba a ser demasiado cómodo.

Los tiempos de Dios siempre van a ser mejores que los míos. Sus planes siempre van a ser mejores que los míos. Él me hizo esperar para llevarme al límite. Él me hizo sentir incómoda para que aprendiera a confiar en Él. Aprendí que Él tiene planes perfectos para mí, y que cada desilusión me prepara para algo mejor que Él tiene reservado para mí.