Conocí a Jesús en el porche de mi casa el 23 de diciembre de 2001. Estaba ahí afuera fumando marihuana, escribiendo música y enfrascado en lo mío, cuando Él interrumpió mi letra con Su propio rap.

¡Ya sé, ya sé! Ya oigo a algunos protestar: “Michael, Dios no rapea” o incluso “Dios no nos habla de esa manera”. Pero Dios tiene un historial de hacer cosas increíbles para acercarse a quienes están perdidos y ese día Él se acercó a mí.

La Biblia está llena de ejemplos en los que Dios habla de la manera más original. Le habló a Moisés en medio de una zarza en llamas (Éxodo 3:1–14), a Balaam a través de la boca de una burra (Números 22:21–40) y al Rey Belsasar con un mensaje escrito a mano en la pared (Daniel 5).

En mi caso, combinó música y letra de manera tan única que atrapó mi atención y cautivó mi corazón. En el momento que oí esas palabras, comenzó a desmoronarse la pared de ladrillos que rodeaba mi corazón. Por primera vez, comprendí que Dios existía y que era más poderoso que cualquier cosa que hubiera conocido hasta entonces.

Pero antes de seguir ahondando en los detalles de ese día, tengo que darle un bosquejo de lo que había sido mi vida hasta ese momento.

Desde que tengo memoria, la soledad había sido mi compañera siempre. Tal vez fue porque era un niño mestizo que nunca se sintió realmente aceptado. Quizás fue porque mi papá se ausentó de mi vida. O porque yo era el hijo único de una mamá soltera en un barrio de familias mucho más numerosas.

Por el motivo que fuera, estaba solo y vulnerable. Mi mamá parecía ser la única persona dispuesta a cuidarme.

Mamá hizo su mayor esfuerzo para protegerme del mal y enseñarme a distinguir lo bueno de lo malo. Pero para cuando llegué a los 13 años, ella ya me había perdido, al entrar yo al mundo de la droga y el sexo. A los 15, dejé la escuela y me fui a vivir con una mujer de 22 años que me inició en la venta de crack. Comencé a vender también y participé en tiroteos, robos y otras actividades delictivas.

Mirando hacia atrás, lamento el dolor que le causé a mi mamá. Ahora, como padre de tres jóvenes increíbles, me sentiría destrozado si alguno de ellos eligiera la vida de destrucción que yo llevé en la calle.

Le agradezco a Dios por acercarse a mí en el porche aquel día. Me fascinaba la vida en la calle y estaba enceguecido por el dinero, pero Él abrió mis ojos para encontrar un camino mejor. Me abrió los ojos a la vida y al amor.

Mi única intención ese día de diciembre era sentirme eufórico y escribir música. Una pesada sensación de oscuridad daba vueltas a mi alrededor, mientras buscaba las palabras adecuadas para transmitir mi mensaje. Y entonces, por motivos que incluso hoy no puedo entender, mi atención se desvió del papel y la lapicera al cielo.

Miré al cielo y exclamé: “¡Dímelo Tú! ¡Dímelo Tú!”. Repetí esa frase muchas veces. Cada vez que la repetía, cobraba más intensidad. Después de unas siete veces, el Señor intervino con Sus propias palabras:

 

“Si te digo que te lo dije,

seguirías sin creerme.

Ya  te lo mostré y tú lo viste,

pero caminas con los demonios.

Por todos los motivos equivocados.

Mira las estaciones,

y los desastres misteriosos.

Esta vida pasa pronto.

Debes entrar a la iglesia y

hablar con el pastor”.

 

Me quedé mudo. No eran mis palabras. Y no eran solo palabras. Estaban acompañadas por la presencia y el poder de Dios.

En la calle dicen “Keep it a buck”, que significa “que sea verdad”. Ese día, en ese porche, las cosas se hicieron verdaderamente reales. En presencia de Dios, entendí claramente que nada en mi vida era confiable. La calle me había vendido una mentira y yo la compré.

Tenía 21 años y por primera vez sentí el peso de mi pecado y la profunda necesidad que tenía de Jesús. Me quebré y lloré; le pedí a Dios que me salvara. Sabía que lo necesitaba a Él: necesitaba la verdad.

Esa oración fue el principio de una nueva vida, aunque no fue fácil. El demonio no se iba a alejar sin dar pelea. Inmediatamente comenzó a ponerme dudas en la cabeza sobre el regalo de salvación de Dios y el valor que yo tengo para Él.

“¿Crees que es tan fácil?” dijo, burlonamente. “¿Crees que puedes decir unas cuantas palabras y tener la salvación, así como así? ¿Después de todo lo que has hecho? Dios no te necesita”.

Al oír esos pensamientos, se me rompió el corazón. Eran completamente lógicos; debían de ser verdad. O sea, ¿por qué iba a necesitar Dios a alguien como yo? Mi lugar estaba en la calle y yo había cometido tantos pecados.

Salté del porche y caminé por la calle, tratando de despejar la mente. Pero esas voces demoníacas no paraban. Durante días continuaron recordándome mis pecados y haciéndome sentir abrumado por la culpa y la vergüenza. Creí que me estaba volviendo loco.

Pero entonces, mis pensamientos volvían a Dios y a todo lo que había oído sobre Él. No era mucho, pero ahí estaba. Recordé que Dios había creado el mundo en seis días y que había descansado el séptimo día. También recordé que alguien dijo que Jesús había muerto por mis pecados. Y después recordé algo sobre la necesidad de bautizarse que tenían los creyentes.

Até cabos y se me ocurrió una idea: me metería en la bañera, le pediría a Jesús que venga a mi corazón y luego me sumergiría en el agua durante siete segundos. No sabía qué más hacer.

Ahora sé que mi fe en Jesucristo es lo que me salvó, no mis acciones. Pero estoy seguro de que mi desesperación por Él puso una sonrisa en el rostro de Dios.

Fui a casa, me metí en la bañera y dije con toda sinceridad: “Dios, me voy a sumergir bajo esta agua durante siete segundos. Cuando salga, quiero estar limpio de todos mis pecados”.

Me deslicé bajo la superficie del agua y conté hasta siete. Al incorporarme, vi dos columnas de humo que salían de mi cintura. Quedé maravillado y con la boca abierta. Dios me había permitido ver de manera tangible cómo el mal se esfumaba de mi vida.

Salí de la bañera, me miré al espejo e inmediatamente esas voces perversas comenzaron a gritar sobre la absurdidad de que Dios salvara a un hombre como yo. Clamé a Dios una vez más: “Dios, no sé qué creer. ¡No sé cómo diferenciar Tu voz de la del demonio!”.

Dios habló con claridad: “En adelante, cuando te hable voy a terminar nuestras conversaciones con las palabras ‘hijo Mío’. El demonio no se puede referir a ti como su hijo, porque ya no le perteneces. Me perteneces a Mí”.

Le agradezco a Dios cada día por Su deseo de ayudarme a distinguir Su voz en ese momento crucial.

En medio de este increíble encuentro, alguien golpeó mi puerta. Que quede claro: no había hablado con nadie sobre los acontecimientos de ese día. Fui hasta la puerta, la abrí y allí estaba parado el hombre que vivía detrás de mi casa. Según se decía en la cuadra, este hombre le había vendido el alma al diablo.

Me miró y dijo: “El único motivo por el que Dios te salvó es porque vives detrás del mismo demonio y yo iba a matarte”. Y se fue.

Quedé mudo, pero aunque suene raro, me sentí en paz. De la manera más extraña posible, este hombre acababa de confirmarme que Dios había salvado mi alma. Realmente era un hijo de Dios. El hecho de que el hombre apareciera también sirvió para demostrarme que Dios es más poderoso que Satanás. Así quedó firmemente consolidada mi fe.

Un momento después, Dios comenzó a indicarme que tirara todas las drogas que tenía en casa. Apenas unas horas antes de esta escena disparatada, yo era un drogadicto que vendía droga. Tenía miles de dólares en drogas en casa, listas para vender.

Comencé a negociar. “Dios, de verdad quiero vivir para Ti. Solo déjame vender este último lote y cuando lo haga, habré terminado con el negocio de la droga para siempre”.

“Tíralas”, me respondió Él.

“Déjame que se las dé a Jr., mi jefe”, le sugerí. “Él las va a vender y podemos repartir la ganancia”.

“No. Tíralas”.

“¿Y…si las regalo?”. Esta vez fui astuto. Hay un código tácito en la calle, por el que cualquier persona a la que le diera esa droga, me daría una parte del dinero.

“Tíralas”. Me rendí. Salí, tiré hasta la última onza de droga en el cesto de basura y volví a entrar en la casa.

Pocos minutos después, volvieron a golpear a la puerta. Era un cliente. Traté de decirle que ya no me ganaba la vida vendiendo droga, pero él se quedó ahí parado, riéndose.

“Vamos, Meta” me dijo. “Acabo de comprarte hace un par de horas. ¡Tengo efectivo!”. Contó $500 y me dijo que dejara de reírme de él.

Miré rápidamente el cesto de basura en el cordón de la vereda. Las drogas estaban ahí. Todo lo que tenía que hacer era caminar hasta él y sacarlas. Pero, bendito sea el Señor, me mantuve firme aunque el comprador insistía. Finalmente, le dije que acababa de pedirle a Jesús que entrara en mi corazón y que ya no me dedicaba a eso. Su rostro tuvo un cambio: aceptó mis palabras y se fue.

Dios me hizo poner esas drogas en el cesto de residuos un miércoles. ¡Los recolectores no pasaban hasta el martes siguiente! Todos los días durante casi una semana tuve que resistirme al impulso de sacar esas drogas y volver al negocio. Debía elegir obedecer a Dios. Habría sido mucho más fácil si me hubiera pedido que las tirara al inodoro.

Todavía no sabía demasiado sobre Dios, pero sabía que necesitaba aprender rápido. Conseguí una Biblia y comencé a leer. Durante los ocho meses siguientes, estudié la Palabra de Dios entre 10 y 12 horas diarias. No podía dejarla. En ese tiempo, Dios me mostró cosas increíbles. Y cuanto más aprendía sobre Él y Su amor por la humanidad, más quería compartirlo con los demás.

Comencé mi ministerio con los muchachos que vivían en mi cuadra. Dios me había dado el don de la música y lo usé para contar mi historia con Dios y ayudar a otros a que descubran la suya. Grabé discos compactos y visité iglesias y barrios del Ministerio de Vivienda para ministrar. Incluso fui anfitrión de un programa local de televisión, en el que leía las enseñanzas de Jesús.

Un día estaba jugando básquet con un joven de un barrio del Ministerio de Vivienda y me contó sus sensaciones por no tener padre. Lamentablemente, la suya era una historia conocida. Me miró y me dijo: “Sr. Mike, me gustaría que viniera por aquí más seguido”.

Sus palabras tocaron mi corazón e hicieron nacer en mí el deseo de estar permanentemente en las vidas de los jóvenes que intentaban encontrar su lugar en el mundo. Sabía por mi propia experiencia de la necesidad vital de tener modelos de honestidad a imitar. Si hubiera tenido a alguien que me guiara en el camino de la vida, en lugar del camino perverso que elegí cuando tenía su edad…

Le dije: “Cuenta conmigo, jovencito. ¿Qué tal si te vengo a buscar todas las semanas para llevarte a mi estudio bíblico?”.

Estaba ilusionado. Rápidamente su amigo también se entusiasmó: “¿Yo también puedo ir?”.

Y ese fue el comienzo de mis actividades de ayuda a los jóvenes de mi comunidad. No pasó mucho tiempo hasta que no tuve más lugar para todos los chicos que querían ir en mi auto.

Continué asesorando a jóvenes durante años, adaptando horarios para cumplir con mis obligaciones en el hogar y el trabajo. Dios me había bendecido con una familia maravillosa y un trabajo fantástico. Y cuando uno ha tenido antecedentes penales, sabe qué clase de bendición son esas cosas.

Pero sentí que Dios me pedía dejar la seguridad de tener un sueldo para dedicarme de lleno a mis tareas como consejero de jóvenes. Me lo había confirmado de distintas maneras, pero todavía no me había puesto en marcha. Y de pronto, el instituto de salud mental del que era director me pidió que le entregara la llave de mi oficina, por recorte de gastos.

Supe que Dios me estaba empujando para que por fin tomara la decisión.

Al día siguiente, me ofrecieron un puesto en otra institución. Incluso me dijeron que podía fijar mi propio sueldo. Pero aunque no sabía cuándo ni de dónde saldría mi próximo recibo de sueldo, no me sentía en paz si aceptaba el ofrecimiento. Colosenses 3:15 dice: “Que la paz que viene de Cristo gobierne en sus corazones”. La Biblia Amplificada (Edición Clásica) dice que la deje “actuar como el árbitro” de mis elecciones de vida.

Rechacé el trabajo y confié en Dios. Al hacerlo, Él inmediatamente reconoció mi obediencia y abrió puertas para iniciar el programa de ayuda comunitaria que Él mismo había gestado en mi corazón. Lo llamé “Raising Young Men” (RYM). Su misión es mostrar el amor de Cristo y educar a los jóvenes para que se mantengan alejados de las influencias negativas de este mundo.

Gracias a la generosidad de Open Door, mi iglesia casera, Dios me proporcionó una camioneta de 15 asientos y un lugar donde podía educar a los muchachos. Tengo que sonreír. Dios me quitó una llave de mi llavero y puso dos en su lugar: una para la camioneta y otra para el edificio.

Desde 2012, RYM ha sido un padre para los huérfanos. Enseñamos que siempre hay esperanza cuando se pone la vida en las manos de Dios. Soy prueba viviente de ello. En RYM no hay lugar para la mentalidad de víctima. Nos aferramos a la esperanza de que Dios quiere y Dios lo hará.

Seguro. La vida es difícil para muchas personas en el mundo. Probablemente también sea difícil para usted. Pero no usemos nuestras dificultades como una muleta o un motivo para obrar mal o como excusa por no ser lo mejor que podamos en la vida. Dios puede redimir cualquier pasado y abrir cualquier puerta. Y Él puede usar a cualquier persona, independientemente de lo que tenga o deje de tener. Incluso a mí… ¡e incluso a usted!

Hace casi 20 años que Dios se presentó en mi porche y me habló en un idioma especial para mí. Desde entonces, mi vida no ha sido más que un testimonio milagroso de la maravillosa gracia de Dios. Él salvó mi alma miserable y cambió radicalmente mi vida.

Dejar los hábitos de la calle para amar a quienes estaban en la calle fue la mejor decisión que haya tomado jamás. Ese día en el porche, Dios me dio la bienvenida a Su familia y le dio sentido a mi vida para siempre.

Lo hace por cualquiera que se atreva a creer en Él y a responder a Su invitación a conocerlo personalmente. Romanos 10:13 dice: “Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”.

Todos. Eso lo incluye a usted.

Hoy es el día: en este mismo momento en que está leyendo esta revista. Invoque el nombre de Jesús. Deje que Él haga brillar la luz de Su amor en su oscuridad y le dé esperanza, paz y sentido. Dios quiere ser su Padre y ayudarlo a transitar este mundo. Tome Su mano y salga del porche. Hay todo un mundo que espera experimentar el amor de Dios a través de usted.