Cuando mi mamá fue a la cárcel, yo tenía dos años. Mi papá no era parte de mi vida. Fui a vivir con mis abuelos, que me adoptaron, hicieron que tuviera distintas actividades y me inculcaron una buena ética de trabajo. También hicieron todo lo posible para malcriarme completamente.

Me querían muchísimo, pero yo no entendía por qué no podía estar con mi mamá. Deseaba estar con ella. Por fin mi mamá recuperó la libertad cuando yo tenía nueve años y pude ir a vivir con ella. Era un sueño cumplido…hasta que comenzó a beber. Nuestro hogar se puso violento y volví a vivir con mi abuela, que había enviudado. Decidió mudarse conmigo a Florida para empezar una nueva vida.

Después de mudarnos, me puse rebelde y alejaba a la gente de mí. Tenía tanto dolor en el alma. Sentía que me estaba ahogando en el dolor.

A los 13, ya consumía drogas y fumaba. Volví a ver a mi mamá en Louisiana ese verano, pero se había sumado un padrastro a la escena y había drogas y alcohol en la casa. Me volví más problemático y rebelde.

A los 18, me mudé a Nueva Jersey, viví con mi novia y me sumergí en la vida loca. Me quedé allí durante tres años y vivía de fiesta. Después apareció mi mamá, que quería vivir conmigo. Así que rompí con mi novia y mamá y yo volvimos a mudarnos a Florida para vivir con la abuela. No podría haberme sentido más feliz.

Pero pocos años después, mamá enfermó de gravedad. Yo era la única persona que estaba con ella y las autoridades del hospital me recomendaron que le quitara el soporte vital. Por fin tenía a mi mamá ¿y pretendían que firmara su certificado de defunción? No le puedo contar cuánta culpa y cuánto odio por mí mismo sentí. Ella murió y me hundí en la droga. Todo lo que deseaba era destruir mi vida. Casi lo logré.

Una noche durante una fiesta tuve relaciones con una chica que resultó ser menor de edad. Quedó embarazada y tuvo una hija. Me arrestaron por conducta lasciva y libidinosa con una menor. Estuve en la cárcel durante un año y un día.

Cuando me liberaron, me porté bien durante un tiempo, hasta que decidí que podía consumir algunas pastillas. Lo tenía controlado. Después conocí a una chica que me hizo probar la metadona y pronto perdí el control.

Me negué a cumplir el requisito obligatorio de entregar una muestra de orina al oficial de libertad condicional y me mandaron de vuelta a la cárcel por diez años más. Cuando llevaba dieciocho meses de condena, por fin se me encendió la lámpara. Si quería salir de la cárcel distinto a como había entrado, tenía que hacer cambios importantes.

Entré en un programa de capacitación en oficios y comencé a aprender cosas nuevas. También busqué un grupo nuevo de amigos. Sabía que no iba a poder avanzar si continuaba rodeado de gente que no tenía intención de cambiar.

Pero Dios siempre es fiel y aun en la cárcel, Él puso personas en mi camino que me mostraron una manera mejor.

Un día recibí una llamada en la que me pedían que renunciara a mis derechos como padre, para que la abuela materna de mi hija pudiera hacerse cargo de ella. Pensé en firmar esos papeles, pero sentí un cargo de conciencia muy grande.

Recordé el agujero en mi corazón provocado por el abandono de mis padres. ¿Por qué le iba a hacer eso a mi hija? Era hora de crecer y dejar de salir corriendo de las situaciones difíciles y me hice responsable de mi vida y de mis actos. Necesitaba ser papá.

Llamé al abogado y le dije que no iba a firmar los papeles. Quería ser el papá de mi hija lo mejor que pudiera. El oficial evaluador sonrió, con el pulgar hacia arriba. Desde entonces, he pasado años buscando construir una relación a conciencia con mi hija y ahora tengo una relación maravillosa con ella, su mamá y la familia de su mamá. Hoy en día, mi hija le dice a la gente que está orgullosa de mí y la anima a que dé otra oportunidad a los demás.

Para ser un verdadero papá, tenía que hacer un examen de conciencia real con Dios. Es fantástico aprender oficios y estudiar, pero los logros materiales no podían curar la desolación que había en mi corazón. Tenía heridas profundas que necesitaban atención urgente.

Comencé a reunirme con una pareja que hacía voluntariado en la cárcel. Dave y Cheryl me ayudaron a descargar el dolor de mi juventud con un ejercicio mental. Me dijeron que visualizara dos trenes de carga, que representaban las heridas emocionales y mentales con las que había cargado toda mi vida. Me dijeron que llenara esos trenes con momentos pasados de dolor, rechazo, abandono, temor, culpa, vergüenza y la incapacidad de perdonar que sentía.

¡La incapacidad de perdonar ocupaba mucho espacio en esos trenes! Estaba tan enojado con mi mamá y mi papá por elegir las drogas y el alcohol en vez de a mí. También me odiaba por la muerte de mi mamá. Y todavía me sentía culpable por firmar esos papeles.

Después de llenar durante tres horas los vagones de esos trenes con mi dolor, Dave y Cheryl me dijeron que los empujara mentalmente hasta el pie de la Cruz y los dejara allí. Aprendí que Jesús no solo había muerto para salvar mi alma, sino también para curar mi dolor emocional y liberarme de conductas destructivas. (Ver Isaías 53:5.)

Ofrecerle mi dolor a Jesús me permitió ser libre. Aunque me había convertido en creyente de Jesucristo en la cárcel, todavía tenía mucho bagaje por soltar si quería avanzar con Dios y experimentar Sus planes para mi vida. (Ver Hebreos 12:1–2.)

Cumplí el total de mi condena de diez años, pero dejé la cárcel con un título de estudios bíblicos, un título de técnico en administración de empresas y un montón de certificados de capacitación en distintos oficios. Lo más importante, me fui con Cristo dentro de mi alma. ¡Era otro hombre, por dentro y por fuera!

Sin embargo, la transición de la cárcel a la sociedad de las personas libres no fue fácil. Haber tenido un cargo por agresión sexual lo hace particularmente difícil, ya que la gente no quiere alquilar propiedades ni contratar a agresores sexuales. Al dejar la cárcel, tuve que confiar plenamente en Dios para conseguir un lugar para vivir y trabajar.

Pero no era algo que preocupara a Dios. Me proporcionó todo lo que necesitaba a través de un voluntario de un ministerio carcelario, de nombre Roger Rash. Cuando Roger supo que no tenía dónde ir a vivir, me invitó a quedarme en su casa. Él y su esposa Donna se aseguraron de que yo tuviera todo lo necesario para iniciar mi nueva vida. Siempre les estaré agradecido.

Hoy tengo una empresa pujante, mi propio vehículo y disfruto de pasar tiempo con mi hija. Espero con ansias volver algún día a la cárcel como voluntario. Como Roger, quiero compartir mi historia sobre la fidelidad de Dios con otras personas y ayudarlas a descubrir el amor de Dios. Mientras tanto, confío en que Él utilizará este artículo para llegar a hombres y mujeres, tanto dentro como fuera de las cárceles. Quiero que sepan que Su amor les puede dar la libertad. Quiero que sepa que le dará la libertad a usted.

¿Arrastra mucho bagaje y necesita alivio? Lleve su tren de dolor a la Cruz y déjele sus pesares a Jesús, porque Él lo cuida (1 Pedro 5:7). Luego tómelo de la mano, pídale que le ayude a perdonarse a sí mismo y perdonar a los demás y avance. Su amor es más grande que sus obstáculos y su dolor. Es más grande que su pasado y su presente. Deje que Él sea su futuro.