“¿Qué es lo que hay para agradecer del encierro?”, me quejé. “Estoy solo en una celda las 24 horas del día, los siete días de la semana… ¿y por cuánto tiempo?”

El Espíritu Santo me respondió rápidamente: “El encierro te da la posibilidad de que pongas tu vida en mis manos”.

Hace décadas que estoy encerrado en la cárcel. He tenido que aprender a confiar en Dios y a darle gracias todos los días. Es la única forma que encontré para sobrevivir a las dificultades que presenta la vida en la cárcel. Pero un período en el que estuve en confinamiento solitario puso a prueba mi nivel de gratitud.

Mi madre acababa de tener una cirugía de corazón y estaba conectada a una máquina de diálisis por el funcionamiento de sus riñones. Nadie esperaba que sobreviviera. La enviaron a un centro de rehabilitación y luego a la casa con cuidados paliativos. Estaba preocupado. Cada vez que oía que alguien tenía cuidados paliativos, parecía que esa persona fallecía al poco tiempo. Tenía miedo de que le pasara eso a mi madre. Oraba, le pedía a Dios que me permitiera verla una vez más.

Y entonces me pusieron en confinamiento solitario.

Durante mi primera semana allí, recibí una carta de mi madre. Me encantó leer que se estaba sintiendo mejor y progresando día a día. Me prometió que vendría a visitarme con mis hermanas apenas yo volviera a estar en la población carcelaria general. Me inundó el alma de alegría.

Le agradecí a Dios por la carta y la salud de mamá. ¿Estaba agradecido por el confinamiento? No demasiado, pero estaba agradecido por muchas otras cosas. No importa dónde está uno, siempre hay algo para agradecer y yo estaba decidido a descubrir qué era.

Desperté el Día de Acción de Gracias, todavía en confinamiento, pero con el corazón agradecido. Escribí cartas a mamá, a mis hermanas y a mis amigos. Escribí artículos sobre las cosas que Dios me había enseñado con Su Palabra y en mi vida.

Le agradecí a Dios por Su Espíritu Santo, que me da la fortaleza para seguir avanzando y parecerme más a Cristo. Le agradecí a Jesús que—aunque sufrió—se mantuvo enfocado en cumplir la voluntad de Su Padre. Su ejemplo me ayuda a mantenerme enfocado también.

Le agradecí a Dios por todas las bendiciones que me había concedido: por el empleado de la capellanía que me había dado una excelente novela cristiana para leer y para el oficial que me dio una taza extra de leche. Le agradecí por mis amigos Lucy y Roy, que me enviaron cartas. Simplemente saber que había personas que estaban orando por mí me daba aliento y fuerzas para enfrentar cada día.

El Salmo 92:1–2 dice: “Es bueno dar gracias al Señor, cantar alabanzas al Altísimo. Es bueno proclamar por la mañana tu amor inagotable y por la noche tu fidelidad” (NTV).

Mi confinamiento probó que esos versículos decían la verdad. Al mantenerme agradecido y quitar los ojos de mis circunstancias para mirar a Dios, los días dejaron de ser tan largos y solitarios. Estaban llenos de la paz de Dios y hasta de gozo. No voy a decir que me fascinaba estar en confinamiento, pero estaba agradecido de que Dios estuviera conmigo.

Nunca llegué a apreciar totalmente la época que pasé solo hasta que me sacaron de allí, pero ahora sí. Me ayudó a darme cuenta de que independientemente de donde esté, puedo poner mi vida en manos de Dios. Él siempre tiene el control. Su amor y fidelidad no conocen límites: ¡nunca están confinados!