Mientras revisaba mi celda, un guardia encontró mi “bicho del agua” debajo de la pileta. (Es un aparatito que usamos con mi compañero de celda para calentar el agua para el café a la mañana).
Cuando el oficial preguntó de quién era, admití que era mío. Se lo llevó al puesto de observación. Yo me preguntaba si me iba a hacer un parte por tenerlo.
Mi compañero no entendía por qué no había mentido. “Podrías haberle dicho que era del preso que ocupó la celda antes que tú y que no sabías que estaba ahí”.
Le hablé sobre el versículo que había leído en mi Biblia esa mañana: “El Señor aborrece a los de labios mentirosos, pero se complace en los que actúan con lealtad” (Proverbios 12:22 NVI).
Más tarde, el guardia regresó y me devolvió el bicho del agua. Mi compañero de celda y yo estábamos sorprendidos. “Si se lo devuelvo” dijo el guardia, “es porque no mintió. No tolero a los mentirosos”.
Dios tampoco, pensé mientras se iba.
“Parece que el proverbio era verdad” me dijo mi compañero.
“La Biblia siempre es verdad” le dije. “Por eso la leo todos los días. Tiene información valiosa que sirve para enfrentar cualquier cosa que pase ese mismo día o en cualquier momento”.
Mi compañero de celda estaba intrigado y me di cuenta de qué importante es que mis palabras y actos sean un reflejo de la Biblia.
La situación me recordó un relato de la Biblia sobre un guardiacárcel que se convirtió en creyente por lo que hicieron los prisioneros. A Pablo y a Silas, que eran seguidores de Jesús, los habían desnudado, golpeado y echado en la cárcel. Encadenados, pasaron la noche orando y cantando alabanzas a Dios mientras los demás presos escuchaban.
Entonces, alrededor de la medianoche, se produjo un terremoto tan fuerte que se soltaron las cadenas y arrancaron las puertas de las bisagras (Hechos 16:23–26). El carcelero se despertó y fue corriendo a la cárcel, suponiendo que los presos se habían escapado.
Estuvo a punto de quitarse la vida para evitar lo que habría sido su castigo por la fuga de los presos. Pero Pablo lo detuvo, gritando “¡No te hagas ningún daño! ¡Todos estamos aquí!” (Hechos 16:28 NVI).
El carcelero se sintió tan conmovido porque habían decidido quedarse en la cárcel, que tuvo curiosidad por ese Dios al que adoraban y les preguntó: “¿Qué tengo que hacer para salvarme?”.
¿Alguna vez se le ocurrió que las decisiones que tomamos revelan en qué creemos y qué apreciamos? Cuando elegimos hacer el bien, en vez del mal, nuestras acciones pueden llevar a alguien a preguntarse sobre Dios y a buscarlo.
La mañana siguiente al incidente con el bicho del agua, mi compañero de celda se despertó temprano. Noté que me observaba mientras yo leía mi Biblia y le pregunté si quería saber qué decía el proverbio de ese día. Asintió con la cabeza y le leí el que casualmente era mi versículo preferido del libro de los Proverbios: “Confía en el Señor de todo corazón y no en tu propia inteligencia” (3:5 NVI).
“Ese me gustó”, me dijo.
“A mí también. ¿Sabes qué significa ‘no confiar en tu propia inteligencia’?”.
“No estoy seguro”.
“Significa que no debes confiar solo en ti mismo o en tus ideas. Fíjate primero para saber qué dice Dios antes de actuar. No te creas sabio. Busca consejos sabios. Ora al Señor y pon todo en Sus manos”.
Como el guardiacárcel que intervino en el episodio de Pablo y Silas, mi compañero de celda quiso saber más sobre mi Dios y Sus caminos. Esa mañana, tuve el privilegio de guiarlo al Señor. A partir de ese día, nos levantamos temprano todos los días y estudiamos juntos la Palabra de Dios.
Cuando tenga la posibilidad de hacer las cosas como Dios quiere—de la manera correcta—hágalo. Si usted quiere que lo reconozcan como cristiano, tenga presente que la gente estará observando su vida. Ponga en práctica la Palabra de Dios y su vida atraerá a los demás hacia el Señor.