El año 2020 fue imprevisible y todo un desafío en tantos aspectos. Es increíble cómo un virus, una llamada telefónica, un golpe en la puerta o un mensaje de texto puede cambiarnos la vida.

En mi familia, el mundo se desmoronó el 11 de junio, cuando mi hijo mayor Stephen tuvo un accidente de auto. Al principio, solo nos dijeron que se había roto una muñeca y un tobillo. Pero después, los médicos descubrieron que estaba perdiendo líquido cefalorraquídeo. Stephen necesitaba cirugía de columna en cinco vértebras en forma inmediata. El médico estaba seguro de que quedaría paralítico.

También había otras cuestiones médicas. Stephen tenía la pierna izquierda destrozada por completo. Todos los huesos de los dos pies rotos, también, además del tobillo y la muñeca izquierda. Es increíble que no haya perdido la pierna. El mayor milagro de todos fue que no había sufrido ningún golpe en la cabeza.

Rápidamente les avisamos a familiares y amigos por las redes sociales y pedimos en nombre de Stephen que oraran por él y por los médicos que lo atendían. Milagrosamente, Stephen salió bien de las cirugías.

El 28 de julio, mi amorosa nuera compartió en Facebook un testimonio de la bondad de Dios: “Dios es tan bondadoso. Nos rescata de cosas que vemos y otras que no vemos. Está ahí cuando nos sentimos solos y con miedo, cuando nos sentimos perdidos o cuando la vida parece una carga demasiado pesada. Nunca nos deja; es el ancla que nos mantiene seguros”.

En los meses siguientes, la Palabra de Dios y Su amor fiel se convirtieron en nuestra salvación. Nuestra esperanza en Él fue el ancla que mantenía firmes nuestros corazones y mentes cuando nos asaltaban tantas sensaciones (Hebreos 6:19). Después de tres semanas en el hospital y cinco semanas en un centro de rehabilitación, Stephen por fin volvió a casa. ¡Qué felices estábamos! Estaré eternamente agradecida a Dios por poner Su mano sobre mi hijo.

No importa la edad que tenga un hijo, cuando pasa por una situación traumática, todo lo demás se diluye en un segundo plano. Cambian las prioridades. Mi prioridad número uno pasó a ser la oración. Stephen necesitaba distintos milagros puntuales para cada parte de su cuerpo. Busqué escrituras relacionadas con sanación y recité la Palabra de Dios por él.

Cuando oraba leyendo estos pasajes, siempre ponía el nombre de Stephen en lugar de “yo” o “mi”. Él es creyente en Jesucristo. Por ejemplo, leía el Salmo 107:20 y otros versículos pidiendo por él: “Padre, Tu Palabra ya es parte de Stephen. Corre por su flujo sanguíneo. Llega a cada célula de su cuerpo, devolviéndole la salud y transformándolo. Tu Palabra se ha hecho carne, porque Tú enviaste Tu Palabra y le devolviste la salud a Stephen”.  (Ver otras escrituras en la pág. 29s).

¿Sabía que las palabras de fe hacen que el poder de Dios fluya desde el plano invisible al plano visible? Según Hebreos 4:2, la fe consiste en entregar por completo nuestro ser a Dios, con total seguridad y confianza en Su poder, sabiduría y bondad. Este año nuestra familia confió en Dios y Dios demostró ser totalmente confiable.

Repasar el año 2020 me recuerda qué importante es prepararse para lo imprevisible antes de que suceda. Lo que elegimos hacer cada día define si vamos a poder soportar los momentos difíciles cuando lleguen. Si hoy decidimos dedicarle tiempo a nuestro Padre Celestial y disfrutar de Su presencia, estaremos mejor preparados para enfrentar el día de mañana.

¿Cómo se prepara para mañana? Dedíquele un tiempo a Dios antes de sumergirse en el trajín diario. Dígale cuánto lo ama y que necesita Su sabiduría. Pídale al Espíritu Santo que lo guíe y que le haga saber qué cosa de su vida no es de Su agrado. Cuando Él le haga ver esas cosas, pídale que lo perdone y que Su paz llene su corazón. Estudie Su Palabra y úsela en oración. Como hijo de Dios, alábelo por Su poder de resurrección, que vive dentro de usted.

Su poder y Su presencia lo mantendrán a salvo durante los momentos más imprevistos y complejos. Es la promesa que Él le hace a usted. Dios es el ancla que nos mantiene seguros, a pesar de la tormenta.