La primera noche que compartió mi celda un compañero nuevo, me dijo: “Parece que no solo trabajas en la radio; veo que también aconsejas a la gente”.

Me había oído hablarle a otro hombre que estaba angustiado al lado de nuestra celda.

Su comentario me dejó pensando, porque ni siquiera me había dado cuenta de que estaba aconsejando a ese hombre. Para mí, solo había dejado que se desahogara hablando de su problema y después le di mi punto de vista sobre cómo tomar la situación en que estaba de manera más positiva. Voy a admitir que me había cansado de sus quejas y que estaba deseando que se fuera y me dejara en paz, pero Dios me dio la paciencia y el amor para interesarme lo suficiente como para escucharlo.

Casi todo el tiempo, lo que más necesita la gente es escuchar.

El simple hecho de prestar la oreja puede aliviar la aflicción de otra persona cuando algo abruma su mente. Escuchar es una manera sencilla de cumplir lo que nos dice Gálatas 6:2: “Ayúdense a llevar los unos las cargas de los otros, y obedezcan de esa manera la ley de Cristo” (NTV).

Pero para comprender las necesidades de los demás tenemos que dejar de lado nuestras propias cargas por un instante. No podemos descubrir qué necesidades tienen los demás si siempre estamos concentrados en nuestras propias necesidades y problemas.

Para hacer esto, hace falta humildad.

Dios ha estado trabajando bastante conmigo últimamente en el tema de la humildad.

Especialmente, respecto de soltar mis cargas y entregárselas a Él. Solo cuando suelto mis cargas puedo ayudar a otra persona a llevar las suyas.

Es increíble, pero Dios se ocupa de mis necesidades cuando muestro empatía y me ocupo de las necesidades de los demás. Esta es la razón: cuando me concentro en otras personas en lugar de en mí mismo, me convierto en obrero de Dios, en un cántaro del que fluye Su amor. Lo mismo es válido para usted.

Según 1 Juan 4:12, “si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente” (NVI). Su amor se perfecciona en nosotros y se manifiesta en su máxima expresión. Nuestros problemas quedan atrapados en Su amor.

Es algo loco. Cuando derramamos el amor de Dios en los demás, Su amor funciona en nosotros también. Quedamos sanos en todo sentido cuando Su amor nos atraviesa: mente, cuerpo, emociones y espíritu.

Cuando ayudamos a cubrir las necesidades de los demás, Dios cubre nuestras necesidades al mismo tiempo. Él nos proporciona todo lo que necesitamos, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús (Filipenses 4:19). Su amor no falla jamás.

¿Tiene una carga? Jesús es quien mejor escucha de todos y lo invita a que le lleve sus problemas a Él. “Vengan a mí”—dice—“todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mateo 11:28 NVI).

Pueden recurrir a Dios con cualquier carga y en cualquier momento. 1 Tesalonicenses 5:17 nos dice “oren sin cesar”. Si esto es lo que Dios nos dice, entonces podemos suponer que Él también escucha sin cesar. Al escucharnos, nos ama y consuela como nadie. Y cuando Dios nos consuela, también podemos consolar a los demás (2 Corintios 1:4).

Lo animo a que busque el consuelo de Dios todos los días, poniendo sus cargas a los pies de Jesús. Allí Él le dará la fortaleza para enfrentar cada día. Sus gracias se renuevan realmente cada mañana. Después, busque ser el consuelo de otras personas. Al hacerlo, se sentirá aún más reconfortado. Es parte de un maravilloso círculo del amor de Dios. Él está esperando para brindárselo hoy.

Solo tiene que pedirlo: Dios siempre está escuchando.