El Diccionario Universitario Merriam-Webster define el miedo como “una sensación desagradable, a menudo intensa, provocada por la anticipación o conciencia del peligro”.

Creo que todos estamos de acuerdo en que el año 2020 ha golpeado en el centro mismo de nuestros miedos más profundos. Por la pandemia de la COVID-19, se apoderó de nosotros el miedo a enfermarnos o morir. Tuvimos miedo de la inseguridad económica, de no tener recursos suficientes y de estar en lugares públicos. Hasta tuvimos miedo de quedarnos sin papel higiénico y corríamos frenéticamente de una tienda a otra para acumular reservas. Después, tuvimos miedo de que nos juzgaran por tener miedo.

El miedo es una táctica poderosa que usa Satanás para distraernos y destruirnos la vida. Su objetivo es empujarnos al aislamiento, hacer que reaccionemos y respondamos de manera injustificada y a veces hasta con hostilidad a las circunstancias que están fuera de nuestro control.

El espíritu temeroso hace que nos enfoquemos en nuestras propias necesidades e ignoremos a los demás. Satanás espera que recurramos al mundo en vez de a Dios para encontrar soluciones provisorias a nuestros problemas. Nos tienta a cuestionarnos si Dios nos ama y, en la duda, espera que tengamos miedo de que Dios no se vaya a ocupar de nosotros a tiempo.

Me sentí ahogada por el miedo al comienzo de la pandemia. Incluso antes de que nos dijeran que teníamos que practicar el distanciamiento social, ya había empezado a aislarme. Eso es peligroso para alguien que ha batallado con trastornos mentales y adicciones. Antes de que pudiera darme cuenta, ya le había dado al miedo del enemigo de dónde agarrarse y entrar a mi vida, y estaba dominando mis pensamientos.

El cambio abrupto en mi rutina diaria me tomó por sorpresa e hizo tambalear mi sensación de seguridad. De pronto tuve que enfrentar la situación de darme cuenta de que había permitido que las cosas, circunstancias y gente que tanto temía perder habían ocupado el lugar de Dios en mi vida. Ellos se habían convertido en mi fuente de consuelo y seguridad. Se habían convertido en mis ídolos.

A causa de la COVID-19, el Señor me hizo ver muchos ídolos que tenía en mi vida. Dios nos prohíbe poner nada por delante de Él, incluso el ministerio. Había estado tan ocupada sirviendo a Dios y yendo a la iglesia, que había perdido por completo de vista la verdad de que Él era el único motivo por el que había logrado algo que valiera la pena en mi vida.

Pero Él es fiel y me rodeó de las personas adecuadas para que me señalaran Su Palabra y volviera a tener en ella mi fuente de verdad.

Una amiga me invitó a memorizar 2 Timoteo 1:7. Dice: “Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio” (NVI). Me dijo que la repitiera una y otra vez hasta que se arraigara en mi corazón.

Entender la realidad de que el miedo no viene de Dios me ayudó a encontrar el coraje que necesitaba para salir de mi temible pozo de oscuridad. Me recordó que Dios es la verdadera fuente de mi paz, gozo, consuelo, seguridad, protección y providencia.

A Dios no lo sorprende nuestro miedo. Tampoco se enoja con nosotros cuando dudamos de Él. Él sabía que el miedo era algo con lo que todos íbamos a tener que luchar en este mundo caído. Por eso Él se ocupa del tema a lo largo de toda Su Palabra. “No temas” es la orden que más se repite en la Biblia.

En Isaías 41:13, Dios promete que no debemos sentir temor porque Él nos ayudará. Recordar ese versículo me ayuda cuando estoy por sentir miedo, y puede ayudarlo a usted también.

Podemos pedir a Dios con toda confianza que cumpla esta promesa porque Él está a nuestro lado, peleando nuestras batallas. Así que ¡no tema!