Desde que tengo memoria, me sentí atraída a Cristo. Cuando era niña, mi escuela tenía retiros espirituales y días de reflexión que nos permitían pensar en Dios. Nos daban cruces cristianas y otros símbolos del amor de Dios. Sabía que estas personas tenían algo que yo necesitaba, pero mi papá, a quien quería muchísimo, era ateo. Por respeto a él, negaba todo lo que fuera cristiano. Después de todo, era Papá y yo confiaba en él.

Mi Papá y yo disfrutábamos haciendo esquí acuático juntos. Vivíamos en Australia Occidental y él me llevaba a competir por todo el país. Competimos durante 10 años y yo quería ser campeona mundial. Tuve la posibilidad de representar a Australia en distintos eventos internacionales.

A los 18, empecé a trabajar en una tienda de surf en Perth, mi ciudad natal. De pronto, parecía que cada vez que me daba vuelta, aparecía en mi camino alguien que quería evangelizarme. ¡Los cristianos estaban en todos lados!

Un día alguien que trabajaba conmigo me invitó a ir a la iglesia y por algún motivo, decidí ir. Todo lo que el pastor decía tenía sentido para mí y hacía eco en lo más profundo de mi alma. Al final del servicio, el pastor invitó a la gente a aceptar a Jesús en su vida. Mi brazo se disparó hacia arriba instantáneamente y me abrí paso para llegar a la parte de adelante de la iglesia. Recibí a Jesús como mi Señor y Salvador ese día.

Muy entusiasmada me fui a casa y hablé de mi decisión con mis allegados. Pero tal como cuando era chica, mis seres queridos no compartieron mi entusiasmo; estaban seguros de que me había unido a una secta. Inmediatamente sentí culpa y remordimiento por ir contra los deseos y creencias de mi familia. Su aprobación significaba tanto para mí que nunca volví a esa iglesia y negué mi fe en Cristo.

Cuando tenía 21años, mi papá falleció de cáncer de garganta. Su ausencia dejó un vacío profundo en mi corazón y subconscientemente empecé a buscar una figura paterna para reemplazarlo. Lamentablemente, no fui en busca de mi Padre Celestial, el único que podía sanar mi corazón destrozado. En cambio, me volqué a cosas y placeres frívolos. Me concentré en conseguir un título y trabajar mucho. Y cada día que pasaba me volvía más liberal y me dejaba engañar más por las mentiras del enemigo.

Cuando mi papá falleció empecé a esquiar con Steve y Jenny, una pareja cristiana. Yo no lo sabía, pero ellos oraban y hacían ayuno por mí, pidiéndole a Dios que me ayudara a entregarme a Su amor. Había veces que su sola presencia me enojaba, porque sentía como que siempre estaban tratando de inculcarme su fe. Pero sabía en mi corazón que necesitaba lo que ellos tenían.

Años más tarde me confesaron que habían derramado muchas lágrimas mientras le pedían al Señor que salve mi alma. Incluso se habían sentido frustrados y se preguntaban por qué Dios no actuaba más rápido. Pero Dios tenía un plan y estaba trabajando.

En 2012, mi mamá enfrentó la misma batalla que mi papá contra el cáncer y casi la perdí. En ese momento decidí mudarme al norte de Australia. Esperaba escapar de mi dolor, cerrar las heridas y sentirme completa en otro lugar, muy lejos de casa.

Una semana antes de irme, unos amigos me hicieron una fiesta de despedida en su granja. Cuando terminó, me subí a un auto con ellos; todos habíamos estado bebiendo. Yo estaba en el medio, en el asiento de atrás, sin cinturón de seguridad. De pronto el auto se fue de la calle y nos estampamos contra un árbol.

No salí eyectada por el parabrisas delantero solo por gracia de Dios. Uno de mis amigos tuvo lesiones serias. Sufrí una conmoción cerebral, una lesión en el ojo y la fractura de un hueso de la órbita ocular. Nunca voy a olvidar cuando esperaba que llegara la ambulancia. En medio de esa escena sangrienta, empecé a orar y a pedirle a mi Padre Celestial que nos salvara.

Mis amigos y yo sobrevivimos al accidente, pero las lesiones en la cabeza me impidieron irme a vivir al norte. También me obligaron a cancelar las vacaciones que iba a pasar pronto en México. Estaba tan ilusionada por viajar con mis amigos y vivir de fiesta en otro continente. Ahora tenía que dejar en suspenso mi boleto internacional de avión.

Un año después, empezó a revolotear en mi interior el deseo de clasificarme para el campeonato mundial de esquí acuático. No había esquiado en torneos desde que mi padre murió. Recordando que todavía tenía un boleto internacional que podía usar, reservé un vuelo al sur de Florida para entrenarme con Chet Raley, un entrenador de esquí acuático reconocido en todo el mundo. Fue increíble, pero no hacía cinco minutos que estaba en el lugar donde él entrenaba cuando Chet y Noah, uno de sus conductores, empezaron a hablar de Jesús.

No podía creer lo que oía. ¿No podía ir a ningún lugar en este mundo sin tener que oír hablar de Dios? Cada segundo que pasaba, su conversación me irritaba más. Es verdad que había orado a Dios cuando necesité ayuda en la escena de aquel accidente de auto y estaba agradecida por Su intervención. Pero no se me pasaba por la cabeza en lo más mínimo entregarle mi vida a Jesús y seguirlo. Seguía en la etapa de negación y escapándome.

Entonces pasó algo absurdo. Noah me preguntó si quería salir con él y sus amigos unos días después. Acepté la invitación, pero pasé el resto del día pensándolo. No estaba lista para socializar a gran escala. Había venido a Estados Unidos a entrenar y a lograr mi objetivo de convertirme en campeona mundial de esquí acuático. Ir de fiesta no me iba a ayudar.

Pero lo había oído conversar con otra persona sobre hacer algo en una iglesia el miércoles. Terminé escribiéndole un mail para cancelar nuestros planes…y después le pregunté si podía ir con él a la reunión en la iglesia. Apreté “enviar” y ahí me di cuenta de lo que acababa de hacer. ¿Qué demonios? La iglesia era el último lugar al que quería ir. ¿Por qué dije eso?

Ahora sé que Dios estaba haciendo Su trabajo y el resto es historia.

Noah y yo terminamos yendo a la iglesia el 10 de abril de 2013. Jamás voy a olvidar esa fecha, porque es el día en que entregué mi vida a Cristo. En el momento en que puse un pie en la Capilla del Calvario, me rodearon los brazos amorosos de Dios. Me cubrió totalmente con Su presencia. Lo oí susurrar: “Te elegí y te puse aquí. Entrégate. Es hora de que te liberes”.

Acepté el amor de Dios ese día y desde entonces he buscado tener una relación íntima con mi Padre Celestial. Solo de pensar en ese momento, incluso ahora después de ocho años, todavía me emociono. Se me llenan los ojos de lágrimas de gozo.

Vivo permanentemente maravillada por la bondad del Señor. No solo me salvó la vida para toda la eternidad, sino que además me dio un marido piadoso. Hace casi seis años que Noah y yo nos casamos. Tenemos dos hijos pequeños y nos turnamos para cuidarlos, ya que los dos entrenamos para participar en torneos de esquí acuático.

Es gracioso, pero de joven quería desesperadamente ser esquiadora náutica profesional y mi sueño no se hizo realidad. Hoy, a los 37, estoy esquiando mejor que nunca y tengo el séptimo puesto en el ránking mundial en eslalon de mujeres. Y también me divierto. Es porque ahora estoy deslizándome por el agua para la gloria de Dios, no la mía.

Desde que me entregué al Señor, Él puso un fuego en mi interior para que use el escenario del esquí acuático para Su gloria. No sé qué me deparará el futuro en este deporte, pero sé que el deseo de mi corazón es que Dios use mi vida para acercar a otras personas hacia Él, Aquel que persigue a quienes ha creado con Su amor infinito.

Esa es mi historia. Dios es un perseguidor de Su gente. Durante 20 años, Dios me persiguió hasta los confines de la Tierra. Puso personas en mi camino para depositar semillas de verdad en mi vida. Y aunque lo negué una y otra vez, Él nunca se dio por vencido conmigo. Así de extravagante es Su amor. A pesar de mis pecados y errores, Él continuó persiguiéndome con toda determinación.

Tal vez usted también ha estado escapando de Dios, negándose todo el tiempo a entregarle su vida. Pare. Escuche. Quizá lo oiga decir lo que me dijo a mí: “Te elegí y te puse aquí. Entrégate. Es hora de que te liberes”. No dé otro paso sin el Señor. Todo lo que haya deseado alguna vez lo puede encontrar en Él.

O quizás, en lugar de estar escapando de Dios, ha estado orando para que alguien llegue a tener fe. Cuando pienso en mi historia, no puedo evitar maravillarme con el poder de la oración. Por favor, no se dé por vencido con aquella persona que quiere. Siéntase reconfortado por la verdad de que Dios oye sus oraciones y que “la oración del justo es poderosa y eficaz” (Santiago 5:16 NVI). Si Dios me puede salvar, verdaderamente puede salvar a cualquiera. Así que siga orando. Siga haciendo ayuno. Y siga amando.

Dios está en la persecución y Él atraerá a la persona que ama hacia Sí.