Crecí en Indiana, en el seno de lo que se podría llamar una familia cristiana típica. Mis hermanos y yo frecuentábamos la iglesia, nos reuníamos con un grupo juvenil todas las semanas y tuvimos la bendición de poder estudiar en una escuela privada. Hay tres cosas que amo desde que tengo memoria: a Dios, la música y el esquí acuático.

Cuando tenía 19 años, decidí que quería encarar el esquí acuático más en serio. Para resumir, terminé en el sur de Florida, entrenándome con Chet Raley, reconocido en el mundo entero. Además de sus credenciales, Chet es un hombre de inmensa fe. Es mi mentor desde 2007. Lo que comenzó como una relación entrenador/esquiador se convirtió en amistad y luego derivó en trabajo.

Chet me ofreció un puesto como entrenador y conductor de lancha en diciembre de 2011. Acepté inmediatamente. El trabajo me dio la posibilidad de conocer personas de toda clase y de todas partes del mundo, incluso a mi esposa, Vennesa.

Chet y yo a menudo comentamos que ser entrenadores de esquí acuático no es solo nuestro “trabajo”. También es nuestra manera de comunicarnos con otros a nivel personal. Y una vez que se ha forjado una relación, podemos compartir nuestra fe con ellos.

Mi vida cambió un día de 2013. Como lo hacía mañana por medio, ese día desayuné, preparé mi almuerzo y me fui a trabajar al lago. Y entonces, llegó ella. Una alumna nueva. Y me llamó la atención.

No puedo explicar lo que pasó cuando vi a Vennesa por primera vez. Fue algo de Dios. Nunca la había visto antes ni la conocía, pero supe en ese momento que me iba a casar con ella. Ya sé, ¡qué loco! Créame, yo me dije lo mismo. O sea, no sabía nada de ella.

Nos saludamos y luego le dije que iba a estar justo antes que ella en la lista de esquiadores. Como conductor de la lancha, podía ponerme en la lista cuando quisiera para mi entrenamiento personal. Era un beneficio que me encantó poder aprovechar ese día. Necesitaba un motivo para pasar algo de tiempo con ella.

Tras conversar un poco, supe que Vennesa era una deportista australiana que estaba en los Estados Unidos—sola—para intentar clasificarse al exclusivo Campeonato Mundial de Esquí Acuático. Había elegido entrenarse con Chet para lograr su objetivo. Lo que ella no sabía era que su decisión la acercaría a Dios y a una nueva vida como ciudadana estadounidense.

Cada vez que hablaba con Vennesa, sentía mariposas en el estómago. Juntar coraje para invitarla a salir con amigos unos días después me tomó algo más de lo normal. Para mi alegría, me dijo que sí e hicimos planes. Me interesaba llegar a conocerla mejor estando lejos de la multitud que había en el lago y en un entorno donde me sentiría más cómodo haciéndole preguntas.

Pero cuando llegué a casa esa tarde, encontré un mensaje de Vennesa. Me desilusioné al ver que cancelaba nuestros planes. Entonces vi la línea siguiente y recuperé la esperanza.

Ese día, más temprano, había estado hablando con un esquiador británico para ir a la iglesia ese miércoles a la noche. Parece que Vennesa había oído esta conversación por casualidad y en el mensaje me preguntó si podía ir con nosotros. Creo que se me paró el corazón. “¡Es increíble!” pensé. “No solo es hermosísima ¡sino que también es creyente!”.

No me llevó mucho enterarme de que en realidad ella no era creyente. Incluso ni ella misma podía creer que había cambiado nuestros planes por ir a la iglesia. Ahora que lo pienso, ¡el desfase horario puede haber tenido más que ver con que Vennesa dedicara su vida a Cristo que yo mismo! Yo solo fui un instrumento que Dios usó para llevarla en mi auto a la iglesia y que ella tomara la decisión más importante de su vida.

Hace ocho años desde esa primera cita en la iglesia. Ahora Vennesa es una mujer de fe inquebrantable. Primera Corintios 2:9 (NTV) describe exactamente lo que siento cuando pienso en nuestra relación: “Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente ha imaginado lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman”.

No quiero sacar este versículo de contexto, pero es verdad: no podría haberme imaginado que Dios traería a mi vida a alguien como Vennesa. Es cariñosa, paciente, generosa y un millón de cosas más, pero, por sobre todo, es una hija de Dios y ferviente seguidora de Jesús. Y ese corazón que le entregó a Él la hace todavía más bella a mis ojos.

El plan de Dios fue perfecto, si bien inesperado para mí. Él conocía mis sueños antes que yo y los cumplió de manera más perfecta de lo que yo podría haber planificado. Él conoce sus sueños y expectativas también y va a excederlos, sean lo que sean. Siga orando con ese fin y mientras tanto, confié en el momento perfecto de Dios y en Su manera de actuar.