“Sean, pues, aceptables ante ti mis palabras y mis pensamientos, oh Señor, roca mía y redentor mío” (Salmo 19:14 NVI).

Hace poco dormía profundamente y me desperté mucho más temprano de lo normal, con este versículo en mi mente. Cuando me pasa esto, sé que Dios está tratando de hablarle a mi corazón. Así que me levanté, me serví una taza de café y me senté con mi Biblia. Me entusiasmaba descubrir algo más en este versículo y comprender mejor lo que Dios tenía para decirme sobre mis palabras. Estoy estudiando el tema de las palabras desde que salimos del caos de 2020.

En las Escrituras queda claro que Dios toma nuestras palabras con total seriedad. No son pocos los versículos que se refieren a esta cuestión, especialmente en el libro de los Proverbios. Proverbios 12:18; 13:3; 15:1,4; 18:21; 16:24 y 21:23 son apenas algunos de los versículos que ofrecen abundante material sobre el poder de las palabras. Santiago 3 brinda reflexiones profundas e incluso describe a nuestra lengua como “indomable”.

Estaba haciendo un gran esfuerzo para prestar más atención a mis palabras. Hasta le había pedido a Dios que me pusiera un filtro invisible para que tuviera más cuidado con lo que decía. Elaboré pautas que me ayudaran a medir mis palabras antes de hablar. ¿Quiere conocerlas? Preparados, listos, ¡ya!

Si mis palabras no son verdaderas, amables o útiles…si no son edificantes…si no reflejan la verdad, si no son dichas con amor…si de algún modo buscan mi propio provecho, incluso disfrazadas cuidadosamente de preocupación por otra persona, no las voy a decir. Si mis palabras son de alguna manera negativas o hirientes para alguien o podrían ser destructivas o generar división, no van a escapar de mis labios.

Estaba decidida a dominar el idioma del silencio. Continué guiándome por las lecciones de Dios sobre la importancia de las palabras y pensé que ya tenía todo bastante claro. Esa debería haber sido la primera pista de que estaba por recibir una gran revelación del Espíritu Santo y una buena dosis de convicción.

Dios usó el Salmo 19:14 para corregirme cariñosamente. Temprano esa mañana al leer la Biblia entendí de pronto lo que quería decir el salmista. Él quería que al Señor le agradaran tanto sus palabras como la meditación de su corazón.

Al profundizar un poco más comprendí que la “meditación de mi corazón” significa “mis pensamientos”. David quería que sus palabras y pensamientos agradaran a Dios. Aunque me estaba guardando las palabras, supe en ese instante que mis pensamientos a menudo continuaban siendo negativos, tóxicos y de crítica hacia otras personas y circunstancias. Todo lo que había logrado al impedir que saliera volando de mi boca lo que me venía a la mente fue modificar mi conducta; todavía tenía un problema en el corazón.

Jesús se refirió a este tema en Lucas 6:45 diciendo: “El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca” (NVI). ¡Vaya! Todas esas palabras que aparecían en mi mente eran la consecuencia de un corazón pecador.

Estoy tan agradecida de que el Señor me haya revelado la verdad de estos dos versículos. Todavía tengo que trabajar mucho, pero afortunadamente no estoy sola en esto. Por pedido mío, Dios continúa ablandando los sentimientos de mi corazón por los demás. Me ayuda a descubrir mis pensamientos y esas cuestiones de fondo en mi corazón que necesito entregarle a Él. Una por una, con la ayuda del Espíritu Santo, estoy manejando estas cuestiones.

Mi deseo es que el Señor me haga mejorar permanentemente y moldee mi corazón. Como el salmista, quiero que mis palabras y pensamientos sean auténtico reflejo de un corazón que cada día se parece más a Jesús. Es la única forma en que puedo reflejar su amor de verdad.