Ya hacia dos años que publicaba Victorious Living cuando Dios me reveló Sus sentimientos por los presidiarios y Su deseo de que ejerciera el ministerio tras los muros de las cárceles. Dos semanas después, el Señor me confirmó Su deseo y abrió puertas para que Victorious Living se distribuyera en cárceles de Florida.

Estaba maravillada y le agradecí a Dios cuando envié esa primera lista de 34 centros penitenciarios de Florida a la imprenta para la distribución. Pero debo admitir que, al enviar la lista, le puse una marca mental de verificación a “ocuparme de los presos” y seguí mi camino. Estaba haciendo lo que Él me pidió.

Pero unos dos meses después, Dios me reveló otro aspecto del ministerio carcelario que Él quería implementar a través de Victorious Living. Ocurrió cuando noté una pila de correspondencia en mi escritorio. Al mirar bien, me di cuenta de que las cartas eran de reclusos.

Que me estuvieran escribiendo me dejó anonadada. Algunos querían ser amigos por correspondencia, mientras que otros querían saber más sobre el Dios de la esperanza. Voy a ser sincera: me empecé a preocupar un poco, ya que seguían llegando cartas. Esa preocupación pronto se convirtió en pánico.

No quería decepcionar a nadie. Me di cuenta de que cada carta representaba una vida. La había escrito alguien que le importaba a Dios y merecía una respuesta pronta y sincera. Pero no había manera de que pudiera responder cada carta. La persona cumplidora que hay en mí también se debatía con esta situación.

Entonces recordé que el Señor me había guiado hacia el ministerio carcelario. Le había abierto la puerta a Victorious Living, y ya sabía que los reclusos iban a escribir. Yo no lo había planeado. Y como a Dios nada lo toma por sorpresa, Él debía de tener un plan.

La tranquilidad reemplazó al pánico cuando dejé de fijarme en mis deficiencias para buscar al Señor. Como enseña Filipenses 4:6–8, le dije a Dios lo que necesitaba y le agradecí por adelantado su respuesta. Y vaya que excedió mis expectativas.

Primero el Señor me mostró que debía escribir y enviar cartas devocionales a todos los que me escribieran. Sería una manera de responder y al mismo tiempo llevar a cabo nuestra misión de estimular, dar herramientas y fortalecer a las personas para que tengan vidas victoriosas para Cristo. Pero no serían cartas personales, individuales.

Entonces Dios cubrió mis necesidades con una mujer muy valiosa, llamada Linda Cubbedge. Había conocido a Linda en un evento para mujeres donde yo había sido la oradora invitada. Resultó que Dios había estado preparando a Linda para esas cartas durante años. Claramente nos confirmó a las dos que ella sería parte del programa carcelario de Victorious Living.

Eso fue en 2014. Desde entonces, Linda ha leído decenas de miles de cartas y orado por quienes las enviaron como nuestra Directora del Equipo de Comunicación con las cárceles. Ha verificado que cada uno reciba la respuesta adecuada de nuestro equipo de voluntarios locales, que son personas preparadas y llenas de amor. Además, Linda elaboró procedimientos e implementó cursos de redacción para nosotros llamados “Brille y escriba”.

Tenía tanto miedo al fracaso al principio. Estaba enfocada en lo que me faltaba: tiempo, palabras y recursos físicos. Pero Dios no buscaba mis aptitudes, sino mi confianza.

Dios ya había preparado todo y a todos los que necesitaba para que se haga realidad cada aspecto de este ministerio con amor y excelencia (Filipenses 4:19). Y continúa ocupándose de Victorious Living y de nuestra familia de reclusos a la perfección.

Hace poco Linda anunció que va a pasar su antorcha de luz y esperanza a quienes Dios ahora designó para que la lleven en adelante. Está por jubilarse y siempre le estaré agradecida a Dios por el regalo que me envió en la persona de Linda: una mujer fuerte de fe cuya amabilidad, compasión y amor inquebrantable ha ayudado a muchos, incluso a mí, a depender de Dios cada vez más.

Linda: de mi parte, de parte de nuestra familia de reclusos de Victorious Living y del equipo de comunicación, te agradezco desde lo más profundo de mi corazón. Puedo oír al Señor que te dice: “Bien hecho, sierva buena y fiel”.