Nací rebelde. Desde que tengo memoria, siempre había algo que me ponía loco. Odiaba toda clase de autoridad. Vivía desafiando a los demás: “¿Quién eres para decirme qué hacer? ¿Con qué derecho? ¿Cómo te atreves a pensar que puedes obligarme a hacer eso?”. Me rebelaba contra cualquiera que tratara de enseñarme.

Pero cuando llegué a la adolescencia, descubrí a las chicas. Por escuchar como un tonto los malos consejos que me daban, mi vida iba de mal en peor. “Sexo, drogas y rocanrol” se convirtió en mi lema. Todo parecía divertido en ese momento, pero estaba yendo hacia un pozo sin fondo.

Me arrestaron por primera vez cuando estaba en el décimo grado por posesión de speed. Mis padres quedaron destrozados. Para ayudarme, me enviaron a rehabilitación. No funcionó.

Mi consumo de drogas se fue intensificando: pasé de la marihuana y la anfetamina a la cocaína, la heroína y las metanfetaminas, incluso por vía intravenosa. Mi adicción llegó a tal punto que a veces ponía en una jeringa cocaína y heroína mezcladas (“bola rápida”). Justo antes de inyectármela, cargaba una pipa de crack. Me inyectaba e inmediatamente aspiraba profundo de la pipa.

A nadie asombra que mis antecedentes penales fueran de cinco páginas. Era un adicto y no me importaba. La rehabilitación y la ayuda psiquiátrica no llenaban el vacío en mi alma. La última vez fue en mi propia casa. Tuve una sobredosis con la rutina que describí recién, pero el 911 vino a rescatarme.

Me reanimaron, me salvaron la vida, pero además me encontraron nueve gramos de cocaína en el bolsillo. En la cárcel tuve convulsiones y terminé en la Unidad de Cuidados Intensivos. Cuando volví en mí, tres días después, dejé el hospital contra las recomendaciones de los médicos. Estaba buscando más droga. La ley me encontró, me arrestó y me condenaron por delito mayor. Me enviaron al Departamento Correccional de Texas.

No lo pensé así en ese momento, pero iba a ser una bendición encubierta.

Sentado en mi celda, pensando en lo   que me estaba por pasar y preguntándome incluso si iba a sobrevivir, me vino a la mente la pregunta: “¿Dios existe?”. Me habían agarrado con una sustancia prohibida en mi poder. De lo único que estaba seguro era de que, si sobrevivía, iba a la cárcel.

De verdad se puede sentir el sabor del miedo.

En ese momento no lo sabía, pero mucha gente estaba orando por mí. Dios respondió a esas oraciones con un hombre que llegó a la cárcel del condado de Tarrant en Ft. Worth, Texas. Se llamaba Roger y estaba a cargo de los servicios religiosos en el módulo donde me alojaron. Había algo en él que me atrajo. Roger mencionaba mucho que el Señor me amaba y que me perdonaría simplemente si aceptaba a Jesús como mi Salvador.

Un día decidí que como nada de lo que intenté había funcionado, le pediría a otro recluso que orara conmigo cuando Roger nos preguntara si queríamos la salvación.

Algo increíble pasó en ese momento. Lo recordaré siempre. Cuando le pedí al Señor Jesús que entrara en mi corazón y admití que era un pecador que necesitaba un Salvador, un calor intenso invadió todo mi cuerpo. Pareció como que se ponía todo colorado, desde la planta de los pies hasta la punta de la nariz. En ese instante sorprendente, Dios me liberó de la adicción a las drogas. Me cambió y me convertí en una creación nueva. Desde aquel día en la cárcel, en la época navideña de 1995, jamás volví a tener el deseo de consumir.

El encarcelamiento en Texas no fue como unas vacaciones, pero Dios estuvo a mi lado durante mi condena. Ninguno de los temores que tenía sobre la cárcel se hicieron realidad. Repaso esa época y veo cómo el Señor la utilizó para enviarme de nuevo a la escuela.

No la escuela en el sentido tradicional, pero cada vez que un capellán daba un servicio, allí estaba yo. Mi vida se convirtió en un testimonio para un compañero preso que llegó a conocer a Jesús después. Me escribió para contármelo cuando yo ya estaba afuera. Dios usó esa carta para llamarme a un ministerio que está creciendo de manera insospechada.

Cuando uno se da cuenta de que lo han cambiado por dentro, quiere correr a contárselo al mundo. De verdad, uno espera que los demás le crean que es un hombre nuevo y que Dios lo ha cambiado. Lamentablemente, no siempre pasa eso.

La realidad fue que mi familia me había apartado y a mis amigos ya no les interesaba tenerme cerca. Para ellos, yo era solo un ex presidiario en el que no podían confiar.

El demonio hizo todo lo que pudo para robarme la paz y hacer que volviera a él, pero en cambio, encontré nuevos amigos, me quedé con mi esposa, que había seguido a mi lado mientras estaba en la cárcel y conseguí trabajo como telemarketer. Dios me lo había dado ese trabajo, así lo hice si Él estuviera allí escuchándome…porque de verdad ¡Él estaba ahí!

Al poco tiempo, se hizo notoria mi ética de trabajo. Antes de que terminara mi libertad condicional, un año más tarde, ya me habían ascendido dos veces y manejaba varios comercios minoristas de la empresa. Dios había comenzado el proceso de restauración.

Mi abuela vivió lo suficiente como para ver el cambio que Dios hizo en mi vida. Después de que ella falleció y terminó mi libertad condicional, Fredia y yo nos mudamos a Alabama, donde vivimos ahora. El Señor me dio un trabajo fantástico en una agencia local de autos, donde me ayudó mucho. Después me guió hacia otro trabajo, en el que me fue aún mejor económicamente. En esa época, Él también inició un ministerio nuevo a través de mí. Recibí una carta de un amigo de la cárcel, y mi corazón supo que Dios me estaba llamando al ministerio carcelario. También me dio una visión de cómo debía ser este ministerio.

Tras consultar con mi esposa y orar durante un tiempo, me entregué al llamado. La iglesia a la que íbamos en ese momento me ayudó a comenzar como su emisario en la cárcel local del condado. No sabíamos cuál sería nuestro próximo paso, pero sí que Dios caminaría a nuestro lado.

Cuando se da un salto de fe para seguir al Señor, el demonio aumenta sus ataques febriles. En mi caso, Satanás trató de convencerme de que nadie volvería a confiar en mí. Quería que creyera que yo no había cambiado para nada y que seguiría fracasando.

Decidí que ya era tiempo de ignorar a Satanás y confiar en Dios. Era el comienzo de un nuevo milenio, tenía un buen trabajo y el Señor nos había bendecido tanto que habíamos logrado ahorrar algún dinero.

Trabajar para otros me había impedido tener tiempo para hacer las cosas que el Señor me estaba pidiendo que hiciera. Después de conversarlo mucho y orar, Fredia y yo compramos equipos para abrir nuestro negocio de reparación de computadoras. Trabajo por mi cuenta desde entonces y gracias a Dios, no tenemos deudas.

Trabajar por mi cuenta significa que puedo disponer de mis horarios. Eso me ha permitido verme felizmente involucrado en muchos ministerios. Me he ordenado como ministro y también soy el director de evangelización de mi asociación bautista sureña. Iniciamos un ministerio en la cárcel local; trabajé con la organización Prison Fellowship como director voluntario de su proyecto Operación Línea de Partida; he estado involucrado con el ministerio carcelario Good News como miembro local del Consejo para la capellanía de la cárcel; y fui orador principal del programa de Bill Glass “Tras los muros” en cientos de cárceles de todo el país.

Dios es fiel. Él cumple Su palabra y continúa trabajando en mí para que haga Su voluntad.

Jamás voy a olvidar los sentimientos de total desaliento y soledad que trataba de combatir desesperadamente con cosas frívolas. Saber que hay otros que están tan perdidos como lo estaba yo por no tener a Cristo en sus vidas me empuja a seguir compartiendo las cosas maravillosas que Él hizo en mi vida.

La lección más grande que Dios me enseñó es que Él provee lo necesario a quienes llama. Él tiene muchas maneras de proveer, pero hasta ahora la forma más interesante ha sido a través de las personas.

Con la crisis económica en 2009, el Señor me acercó a un grupo de hombres y mujeres que me ayudaron a crear Fly Right, Inc. El nombre viene del viejo dicho: “Más vale que te endereces y ‘vueles bien’ o terminarás en la cárcel”. Bueno, sumémosle a eso el hecho de que Dios me dio la capacidad de manejar aviones a radio control de una manera que atrae público y ahí tiene el nombre del ministerio: Fly Right, Inc.

A la fecha, nuestra empresa ha brindado servicios ministeriales a cárceles y escuelas de ocho estados, incluso un correccional estatal.

En las escuelas tuvimos la bendición de intervenir en tres casos de posible suicidio; fue en el momento exacto previsto por Dios. Lo que hacemos es pedir a los alumnos que pongan su nombre en una tarjeta y les preguntamos si necesitan ayuda con alguna situación grave. Estas tres jóvenes nos contaron que consideraban la posibilidad de quitarse la vida y pudimos alertar a las autoridades correspondientes e intervenir en su vida.

Dios aceptó mi voluntad de entregarme a Su plan y utilizó toda la basura de mi pasado para llevar un mensaje de esperanza al mundo. Él continúa trabajando en mí mientras crece Fly Right. Parece que a cada paso que doy, Él nos usa para marcar la diferencia.

¿Quiere a Dios en su vida? ¿Quiere marcar la diferencia? ¿Necesita enderezarse y volar bien? Entonces lo invito a que se tome en serio su relación con el Señor. Al hacerlo, Él comenzará una obra con usted que Él va a finalizar. Y lo va a sorprender (Filipenses 1:6; Efesios 3:20).

Solo porque se equivocó y la sociedad lo descartó no significa que Dios no pueda o no vaya a utilizarlo. De verdad. Todo lo que tiene que hacer es ser sincero con Él.

Entréguele por completo su vida a Él y busque Su justicia (Mateo 6:33). Su Palabra promete que, si lo hace, Él le proveerá todo lo que necesite, conforme a Sus gloriosas riquezas (Filipenses 4:19).