Cuarenta y cinco años en la cárcel por un jean. Bah…un jean y el guardia de seguridad, que declaró que lo había atropellado con el auto a propósito cuando trataba de escaparme. El juez convirtió esa acusación en una condena por robo a mano armada. Ahora, admito que lo que hice estaba mal. Pero la condena parecía totalmente exagerada para el delito que había cometido. Si había un Dios, seguramente no se estaba ocupando de mí.

O así me parecía. Pero no sabía mucho sobre Dios—ni me importaba—en esa época.

Conocí a Jesús como mi Señor y mi Salvador en la cárcel. Entonces oré fervorosamente para que Él hiciera que me liberaran. Todos los días le pedía que estuviera conmigo y confiaba en que Él me iba a ayudar. Pero los días fueron meses y los meses fueron años y los años fueron décadas. La espera era insoportable y la vida en la cárcel era difícil.

Cuestionaba a Dios. No entendía cuál era Su propósito ni el plan para mi vida. ¿Por qué me pasaban tantas cosas desagradables? ¿Por qué no las solucionaba? ¿Por qué no respondía a mis oraciones? Parecía que a Dios no le importaba.

A menudo luchaba contra la decepción. ¿Dios se había olvidado de mí? A veces hasta me preguntaba para qué molestarme en adorarlo. Me sentía abandonado, incluso cuando estaba con otros creyentes. Satanás trabajaba sin descanso, susurrándole mentiras desalentadoras a mi corazón lleno de soledad.

Pero la Palabra de Dios me dijo la verdad: a Dios le importaba todo lo que tenía que ver con mi vida y siempre estaba conmigo. Dios era mi Creador eterno, que todo lo sabía, todo lo podía, siempre presente e incomprensible. ¡Era Dios! Pero también era mi amigo y el Salvador que me ama, vive dentro de mí y me asegura que nunca me va a abandonar. La verdad también me dijo que el plan de Dios era perfecto, aunque Sus tiempos fueran difíciles de entender.

La verdad me recordó que los patrones de Dios son muy distintos de los míos y que debía aceptar los patrones y la autoridad de Dios y confiar en Su cuidado. Cuando lo hice, fue más fácil esperar—con confianza y paciencia—que Él respondiera a mis oraciones.

Estuve en la cárcel durante más de treinta años y sé que cada instante de todo ese tiempo encajaba en el plan perfecto que Dios tenía para mí. Me aferraba a la verdad expresada en Salmo 86:5. Dice: “¡Oh Señor, eres tan bueno; estás tan dispuesto a perdonar, tan lleno de amor inagotable para los que piden tu ayuda!” (NTV). Este versículo me permitió recordar la constante bondad y misericordia de Dios. También sabía, por Romanos 8:28, que todo lo que estaba pasando terminaría siendo por mi bien, porque Él estaba conmigo y de mi lado.

No sé qué oración espera que Dios le responda, pero sé que Él lo está escuchando.

Su respuesta podría no ser la que está esperando, pero será la mejor de todas. Tampoco sé cuánto va a esperar, pero sé que la respuesta llegará en Su momento perfecto. Mientras espera, busque Su verdad.

Las verdades de Dios, que recibimos en la Biblia, son las cuerdas de salvación que nos mantienen concentrados con firmeza en el caudal de amor y cuidados de Dios. Que Su verdad le recuerde todo lo que Él ha hecho por usted en el pasado. Que lo convenza de todo lo que hará ahora y en el futuro. Dios siempre está trabajando, haciéndonos a imagen de Su Hijo. Y ser como Jesús bien vale la espera.

Esperar requiere paciencia y persistencia. Aprenda a ser como la viuda mencionada en Lucas 18. No se dio por vencida. ¡Siguió pidiendo hasta que el juez le otorgó lo que quería! Persistencia no es repetir una y otra vez. Es tener fe inquebrantable. Es mantenerse firme y no dejar de creer en Dios a pesar de todo.

Ya sea que la respuesta esté a la vista o su situación parezca desesperante, acérquese siempre al trono de la gracia de Dios. Encontrará la ayuda que necesite en el momento que más la necesite (Hebreos 4:16). Dios sabe lo que hace y nunca deja de escucharlo, así que no deje de orar.

Oré durante muchos años, pidiéndole a Dios que cambie mi situación. Pero ahora sé que Dios estaba usando mi situación para cambiarme a mí. Aquel que todo lo sabe, sabía qué era lo mejor para mí. Ahora puedo entenderlo y he recibido una bendición tras otra que lo prueba.

ROY BORGES cumplió una condena de 31 años en el Correccional de Florida, donde comprendió que necesitaba un Salvador. Mientras estaba preso, Roy ayudaba a otras personas con sus escritos, de los cuales se han publicado más de 300. Ahora vive en Tampa, Florida y es parte del equipo de redacción de Victorious Living.