Mi cuerpo, que entrego por ustedes

Fue la noche que me arrestaron.

Hacía bastante tiempo que las autoridades me buscaban para aprehenderme. Habían estado muy ocupados reuniéndose y distorsionando “pruebas” y consiguiendo testigos. A nadie le importaba saber la verdad; solo querían borrarme de la escena. Me temían y me malinterpretaban.

Oré mucho esa noche, rogándole a Dios que apartara de mí la copa de sufrimiento que estaba a punto de beber. El plan de Dios iba a costarme todo, incluso la vida. Sin embargo, estaba en paz.

Sabía que lo que vendría era necesario. Era parte de Su plan mayor y por el bien de todas las personas. Así que encontré el valor para someter mi voluntad a la Suya y llevar a cabo el último de los propósitos que tenía para mí.

Sin embargo, los que estaban más cerca de mí no entendían. No querían aceptar mi destino. El plan no estaba teniendo el final que creían que debía tener. Rara vez ocurre.

No podían ver más allá de lo que estaba pasando porque no conocían el final de la historia. Pero un día lo conocerían y estarían agradecidos por el plan. Incluso harían sus propios sacrificios.

Le rogué a Dios que rodeara con Sus brazos a mis seres queridos. Necesitaban sentirse reconfortados por Su presencia y la protección de Su amor para soportar los días que se avecinaban. Satanás no perdería ninguna oportunidad para inundar sus corazones de miedo y sus mentes de duda. Solo podrían mantenerse firmes concentrándose en las promesas de Dios y estando unidos en Su amor.

Fue todo un espectáculo cuando los soldados y guardias llegaron para arrestarme. Estaban armados y listos para pelear. Yo no iba a pelear y los que estaban conmigo, tampoco.

Delante de ellos estaba un amigo que me había traicionado por una bolsa de dinero. Sabía dónde iba a estar yo esa noche porque a menudo habíamos ido juntos. Era parte de mi círculo íntimo. Había compartido todo con él. Sin embargo, su decisión de traicionarme le costaría caro. No sirve de nada que un hombre gane el mundo si para hacerlo pierde el alma.

Al resto del grupo la traición de este amigo lo tomó por sorpresa, pero yo sabía que iba a pasar. A menudo se dejaba ganar por la codicia. Lamentablemente, no sería el único que me iba a traicionar antes de que terminara la noche. Mi amigo más fiel e íntegro estaba por negar que me conocía.

La naturaleza humana suele poner el propio bienestar por sobre la lealtad y la integridad.

Pero ya los había perdonado. No quería soportar la carga que me dejarían el enojo y el resentimiento. Los puse a ellos y a todos mis enemigos en las manos de Dios y confié en que Él utilizaría sus acciones para Sus propósitos. Dios no descarta nada: especialmente el dolor, la decepción y la adversidad. Es Su forma de actuar: entreteje todo para Su gloria.

Los oficiales me hicieron un juicio breve. No era más que una formalidad. Demasiada gente quería eliminarme y nada iba a cambiar el final.

No importaba que yo fuera inocente. Según los oficiales, yo era culpable del peor de los delitos. Estaba condenado a muerte y me iban a torturar con el máximo rigor que permitía la ley.

Cientos de personas observaban mientras íbamos al lugar de mi ejecución. Se fueron juntando más, esperando mis últimos momentos. Algunos lloraban y lamentaban la injusticia de lo que me estaba sucediendo. Pero la mayoría festejaba mi muerte. Aullaban y gritaban, reían y se burlaban y me lanzaban insultos. Algunos hasta me escupieron el rostro. Las llamaradas de odio en sus ojos eran tan intensas como las llamaradas de dolor que me recorrían el cuerpo por los golpes brutales que me dieron. Los oficiales incluso hicieron sorteos para ver quién se quedaba con mi ropa.

Me dolía el corazón por la escena caótica. “Oh Padre, perdónalos” oré. No tenían idea de lo que estaban haciendo, en realidad, ni a quién se lo estaban haciendo.

Después vi a mi querida mamá. Le rodaban las lágrimas por la cara. Se le notaba una angustia profunda. Yo podía sentir su dolor. Dios la había elegido para una tarea especial, también, y su vida no había sido fácil. Pocas personas habían entendido el plan de Dios para ella. Los caminos de Dios a menudo son difíciles de comprender, pero, aun así, podemos confiar en Él. De todos modos, a pesar de las dificultades mi mamá me amó y se ocupó de mí cada día, tal como Dios tenía previsto.

Sé que sintió impotencia por no ponerme a salvo del odio y la injusticia del mundo, pero ni siquiera su amor podría haberme salvado de esto. Lo único que cualquiera podía hacer ahora era confiar en que Dios pondría las cosas en su lugar. Por supuesto, sabía que lo haría, pero…estaba tan agradecido de que Él y mis amigos fieles se ocuparían de ella cuando yo ya no estuviera.

De pronto, un dolor intenso me recorrió todo el cuerpo, devolviendo mi mente a la realidad de mi situación. Los soldados habían atravesado mis manos y pies con estacas grandes. Esas estacas y unas sogas ásperas eran lo único que me mantenía sujeto a esa cruz vieja y tosca. Bueno, eso y el motivo por el que estaba allí.

Me chorreaba sangre de la frente y se me metía en los ojos, a causa de la corona de gruesas espinas que los soldados habían colocado a presión durante sus juegos previos a la ejecución. Se me empezó a nublar la vista. Cada minuto que pasaba, me sentía más débil y tenía más sed. La cruz estaba resbaladiza por la sangre que me salía de las manos y los pies. La gravedad me empujaba hacia abajo y ya no encontraba las fuerzas para empujar hacia arriba y contrarrestarla. Los pulmones se me habían llenado de líquido y no podía respirar.

Había dos delincuentes colgados de cruces a mi izquierda y a mi derecha. Estaban sufriendo el mismo dolor y oía sus quejidos. Hacía horas que nos habían colgado ahí. Nuestro tiempo en la Tierra se estaba acabando.

“Si eres tan poderoso” se burló uno de ellos, “¿por qué no te bajas de la cruz y te salvas? Y, ya que estás, nos salvas a nosotros”.

Él no se daba cuenta, pero mi crucifixión era la única forma en que yo podía salvarlo. Lamentablemente, su orgullo y sus deseos egoístas le impedirían recibir el regalo de la salvación por parte de Dios. A él no le preocupaba su destino eterno; solo quería salir de la situación en que estaba en ese momento para poder volver a su vida sin futuro. No tenía por qué ser así.

El otro delincuente veía las cosas de manera distinta. “¿No le temes a Dios?” se quejó. “Tú y yo tenemos lo que nos merecemos por las cosas que hicimos, pero este hombre no ha hecho nada malo”. Después me dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino”.

Él no me pidió que lo bajara de la cruz. En cambio, me habló con lo único que podía—el corazón—y me pidió que lo llevara conmigo al Cielo. En un momento de claridad mental, se concentró en las cosas por venir y deseó experimentar una vida distinta de la que había llevado. Con sus palabras de fe, de pronto todo se acomodó para él.

Encontró paz y esperanza en medio de la dificultad. Sus errores del pasado quedaron borrados por la sangre que brotaba de mis venas. Porque él aceptó sus culpas y reconoció mi inocencia y creyó que yo era el Mesías, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, ahora tenía la promesa de vida eterna.

La muerte no fue el fin para él; fue el principio. Oí que el Cielo se regocijaba cuando este hombre se arrepintió de su pecado. Estaba tan agradecido de que el amor de Dios lo hubiera alcanzado en su hora más aciaga y en un lugar donde su pecado había quedado expuesto públicamente. A Dios Padre no lo había espantado su pecado y a mí tampoco. Dios no quiere que nadie perezca, ni siquiera un delincuente.

¿Sabe? Bajé del cielo para salvar a personas como él. Personas que han cometido errores graves y se han desviado del camino del bien. Personas a las que el mundo odia y quiere eliminar. Personas que se sienten inferiores, que no tienen esperanza para su futuro.

Dios lo amaba a él (y al resto del mundo) tanto que me envió a mí, Su único hijo, a morir. Con mi vida, yo pagué el castigo por su pecado: Yo era el sacrificio perfecto que se necesitaba, el Cordero Inmaculado. Era un precio que jamás podrían pagar, porque el precio del pecado es la muerte. Pero Dios dispuso que todo el que invoque mi nombre con fe será salvado. Gracias a mí, ahora pueden experimentar la luz, el orden y la sanación en sus vidas oscuras, caóticas y maltrechas.

Miré al hombre abatido que estaba a mi lado. “Hoy” le prometí, “vas a estar conmigo en el Paraíso”.

Nuestra conversación terminó cuando de pronto el lugar quedó envuelto en oscuridad. Era pleno mediodía, pero la Tierra se puso tan oscura como si fuera de noche. Durante las tres horas siguientes estuve colgado allí agonizando mientras el pecado del mundo entero caía directamente sobre mis hombros. Se desató sobre mí toda la ira de Dios. Estaba destrozado, tal como lo había anticipado el profeta Isaías.

Pero me quedé allí. Sabía que era el plan de Dios, y soporté el dolor en la cruz por el gozo de saber que otros serían salvados. Aunque eso no lo hizo más fácil.

El peso del pecado del mundo y la agonía de mi corazón nubló mis sentidos y ocultó la verdad del amor de Dios. Ya no podía sentir la presencia de Dios.

“Padre mío” grité. “¿Por qué me has abandonado?”. Estaba solo. Sin embargo, incluso en ese lugar de total oscuridad, confiaba en lo que sabía que era verdad a la luz del día: el amor de Dios nunca me iba a abandonar.

“¡Está hecho!” grité lo más fuerte que pude.

Mi tarea en la Tierra había finalizado. Había sido obediente y seguí el camino; había entregado mi vida voluntariamente. Ya no quedaban obstáculos de ningún tipo, no era necesario hacer nada más, no más condena a muerte por el pecado. Yo había abierto el camino—el único camino—para que toda la humanidad llegara a Dios. Mi sacrificio había cumplido todas Sus exigencias definitivamente. Mi cuerpo, mi sangre, los entregué por todos voluntariamente.

Para todos los demás, todo parecía desesperante en ese momento, pero yo sabía que llegaría la mañana. Siempre llega.

Yo, Jesús, la Luz del Mundo, iba a resucitar.

Jesús, la Luz del Mundo

¡Vaya, amigos! Estoy tan feliz de que la ejecución de Jesús no haya sido el final de la historia, ni para Él ni para nosotros. La Biblia nos dice que tres días después, Él se levantó de esa tumba completamente vivo, completamente Dios y completamente hombre. Al hacerlo, Jesús probó Su divinidad, venció a la muerte y destruyó cada obra de Satanás, nuestro enemigo.

¿Sabe qué es lo que más me gusta de la historia de redención de Dios? Que la Luz del Mundo regresó junto a quienes amaba. Si hubiera sido yo a la que castigaron, escupieron y clavaron en una cruz las personas a las que había venido a salvar, habría salido disparada a mi hogar y mi trono en el Cielo.

Pero Jesús no. Se quedó en la tierra otros 40 días para alentar a Sus amigos, incluso a los que lo habían negado, abandonado y dudado de Él. Él les confirmó Su amor y les recordó la verdad. Y antes de irse, prometió enviar un Consolador—el Espíritu Santo—para guiarlos y protegerlos. Los seguidores de Jesús jamás volverían a estar solos.

Y nosotros, tampoco. Su Espíritu está aquí, fortaleciéndonos y haciendo que cumplamos Su voluntad y para transformarnos a Su imagen. No hay lugar al que podamos ir donde Su mano de esperanza y Su corazón de luz no nos vayan a encontrar.

Amigo, Dios nos ama tanto que, a través de Jesús, se hizo de carne y hueso para poder identificarse con nosotros en todos los aspectos. Entiende nuestro dolor porque Jesús debió enfrentar todo tipo de cosas desagradables en esta tierra: humillación, rechazo, persecución, abandono, tentaciones, penurias, hambre y sed, la muerte…y la lista es interminable. Él quiere poner Su mano en nuestro dolor para salvarnos.

De hecho, Él está tratando de llegar a usted en este preciso momento: pero usted debe tomar Su mano. Como el hombre que estaba en la cruz, debe invocarlo con los labios y acercarse a Él con el corazón. Sí, así de simple. Romanos 10:9 NTV dice: “Si declaras abiertamente que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo”. En el momento que reconocemos nuestro pecado y la necesidad de que Jesús sea nuestro Salvador, Dios alcanza nuestra oscuridad y nos salva. No tenemos que hacer nada para ganar Su amor. Ni siquiera tenemos que estar limpios previamente. Su amor y Su sangre nos limpian.

Cuando Dios lo mira, no ve “un ladrón en una cruz”. Él ve a alguien que vale la mismísima vida de Su Hijo. Usted es el motivo por el que vino Jesús. Usted es el motivo por el que Él se quedó en esa cruz y sufrió una muerte brutal. Aunque usted fuera pecador, Jesús murió por usted. ¿No le parece fantástico que Dios haya salvado a ese hombre que estaba colgando de una cruz, con su pecado totalmente expuesto? Hay esperanza para todos los que acepten a Jesús.

Satanás ha trabajado horas extra para mantenerlo alejado de la luz y la vida que se encuentra en Cristo. Él reconoce su potencial y conoce el poder y la seguridad que Dios le da a través de Su Hijo. Es por eso que lo ha atacado desde que nació y ha tratado de convencerlo de que Dios no lo ama o que usted no le importa, o que Él no existe.

Pero Satanás es un mentiroso: Juan 8:44 lo llama el padre de la mentira. No permita que él lo mantenga en la oscuridad. No sea como el hombre de la otra cruz, que prefirió morir enojado, resentido y solo. Su destino fue la oscuridad eterna porque rechazó el regalo de la vida eterna que le ofrecía la Luz del Mundo.

Elija la vida. Tome la mano de esperanza de Dios. Deje atrás su oscuridad y acérquese hoy a la Luz de Cristo.

Pero tal vez haya tomado esa decisión hace mucho. Quizás tomó Su mano, pero después los problemas del mundo y los deseos de su corazón lo apartaron del camino. ¿Es demasiado tarde para usted? ¿Llegó demasiado lejos? ¡No! Así y todo, Dios aún lo ama. Así y todo, Jesús murió en la cruz por usted. Vuelva y agárrese fuerte otra vez. Nunca es demasiado tarde para volver a Aquel que jamás dejará de amarlo.

Kristi Overton Johnson estimula y da herramientas a las personas para que logren la victoria mediante sus historias, conferencias y el ministerio carcelario. Para más información, visite kojministries.org.