“Dios, ¿por qué dejaste que pase eso?”.
“Señor, ¿por qué no respondiste a mis oraciones?”.
“Dios, ¿por qué no intervienes en esto?”.
“Dios, ¡¿Cómo vas a pedirme algo así?!”
¿Alguna vez le hizo esta clase de preguntas a Dios? Yo sí. Está por leer historias de personas que confiaron en el corazón de Dios, aun cuando no podían entender Sus caminos.
En teoría, es fácil confiar en Dios. Como cristianos, sabemos que es lo que “se espera” que hagamos. En la práctica, suele ser el primer consejo que damos cuando alguien enfrenta un dilema. “Solo confía en Dios, hermano”, decimos. “Haz lo que Él dice, hermana. Dios no te va a fallar”.
Pero una cosa es decirlo y otra es hacerlo, especialmente cuando la espera es larga, las circunstancias son dolorosas y nuestras oraciones parecen caer en oídos sordos.
En situaciones apremiantes, es fácil querer agarrar por la fuerza una situación (¡o a una persona!) para forzar el desenlace. Esperar nos hace sentir que no tenemos control. Nos angustiamos, tenemos miedo y hasta nos enojamos con Dios. Demasiado a menudo seguimos nuestros instintos, en lugar del consejo de Dios. Pero como pronto le va a quedar claro, confiar en Dios y esperarlo bien vale la pena, porque las bendiciones llegan cuando se confía en Dios.
Por supuesto, normalmente esperamos que las bendiciones de Dios sean agradables. Después de todo, si Dios es bueno, ¿no debería ser bueno también todo lo que Él permite que nos pase? Queremos el ascenso, la salud, la prosperidad financiera, la libertad, las oportunidades…todas las cosas buenas que se nos puedan ocurrir. Y, a veces, Dios sí nos bendice con esas cosas agradables.
Pero a veces las bendiciones de Dios son el fruto de confiar con perseverancia, incluso cuando la espera es larga o las
circunstancias son adversas. Es gracias a esos momentos difíciles que Dios revela Su premio, fidelidad y poder de maneras que, sin el dolor y la espera, jamás habríamos conocido. Entenderá qué quiero decir después de leer este número.
Logré confiar en Dios el día que me di cuenta de que me amaba. Había oído y repetido Juan 3:16 un millón de veces desde niña: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (NVI). Creía en el concepto de que Dios ama a las personas y que envió a Su Hijo para salvarnos. Incluso tenía fe como para confiar en Él para mi salvación a través de Su Hijo Jesús.
Pero no entendía que Dios Todopoderoso, el Creador del universo y de todo lo que hay en él, me amara a mí de manera individual. Él me ve, me conoce, a Él le importa cada detalle de mi vida, tiene un plan puntual para mí y está a mi lado (salmo 139). Mi vida y mi fe cambiaron el día que comprendí que Dios me cuida y yo le agrado (salmo 18:19). ¡Y usted también le agrada!
¿Alguna vez se dio cuenta de que Dios lo ama como persona, de manera individual? ¿Que lo ve y le agrada cada detalle de su vida? ¿Que por amor ha diseñado un plan y un propósito para su vida? ¿Y que, por difícil que parezca, se puede confiar en ese plan?
Oro para que cuando lea este número de Victorious Living tenga una nueva revelación del amor de Dios y que Su amor lo haga sentir completo. Que usted, como oró Pablo en Efesios 3:18–19, “pueda comprender…cuán ancho, cuán largo, cuán alto y cuán profundo es su amor. Que experimente el amor de Cristo…[y] que será completo con toda la plenitud de la vida y el poder que proviene de Dios” (NTV).
Amigo, cuando entienda el amor que Dios siente por usted personalmente y usted eche raíces profundas en Su amor, encontrará la fortaleza para superar las peores tormentas (Efesios 3:17), y verá que Dios logra para usted más de lo que puede imaginar o esperar (Efesios 3:20).
Kristi Overton Johnson
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