Es de mañana. Veo en mi pequeño apartamento los muchos cuadritos que he comprado en baratillos y mercados de pulgas todos estos años. “Nunca te voy a fallar”. “Quédense quietos, reconozcan que Yo soy Dios”.  “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece”. “Concentren su mente en las cosas de arriba”. Cada uno me recuerda una promesa específica de Dios en la Palabra de Dios.

Desde la parte superior del refrigerador, suena en mi equipo mi CD favorito: “Guardado en mi corazón”. Le da paz a mi alma. Hay una guerra ahí afuera y constantemente necesito recordatorios de que Dios está a mi lado.

Cualquiera pensaría que con todos estos recordatorios yo salgo volando por la puerta, listo para desafiar a cualquier enemigo o espíritu maligno que se me cruce y a conquistar el mundo. Pero necesito más que un cuadrito para prepararme para cualquier batalla que se me presente. Amén de la que libro en mi interior: mi lucha diaria contra la angustia, el miedo y la duda.

Y es por eso que antes de salir corriendo por la puerta tengo que hacer algo más importante. Tengo que detenerme para orar y esperar la respuesta de Dios.

Entonces me voy a mi sillón reclinable y empiezo a hacerle un reconocimiento a mi Señor y Salvador. Lo alabo por Su amor y gracia sin fin y, sobre todo, por Su majestuosidad. Leo en voz alta una oración de protección diaria que me dio uno de mis mentores. Y luego le pido que me enseñe qué quiere que lea en Su Palabra. Oigo en mi mente: “Primera carta de Juan”. Entonces la leo y busco atentamente el mensaje que Dios tiene hoy para mí. Tengo un diario cerca para anotar lo que sea que me revele.

Después, le pregunto por quién quiere que ore. Pienso en varias personas y oro por ellas. Luego le pido a Dios que me guíe hacia donde quiere que vaya hoy y me use para Sus propósitos. Me freno a propósito y me niego a dejar que mi humanidad me haga salir corriendo por la puerta.

Recién entonces estoy preparado para salir.

Me gustaría poder decir que tengo ese tiempo y ese diálogo con Dios todas las mañanas. Lo quiero hacer, tengo toda la intención y sé que lo necesito; así y todo, a menudo no lo hago. Y cuando no lo hago, paso el día a los tumbos, trepándome por las paredes y preguntándome todo el tiempo por qué estoy tan angustiado y desconectado de Dios.

Aprendí con dificultad la importancia de empezar cada día contándole a Dios mis sentimientos y escuchando Su voz. ¿De qué otra manera puedo desarrollar una relación más profunda con Él y conocer Su voluntad si no es mediante el diálogo con Él?

No quiero ser la clase de persona que habla sin parar y nunca deja hablar a los demás. Conozco a algunas personas así y, debo confesar, cuando veo esos nombres en la pantalla del teléfono, no sé si contestar.

¿Pero cuántas veces soy yo el que le habla sin parar a Dios? Le pido cosas, soy el que más habla y nunca dejo de hablar para escuchar lo que Él tiene para decirme. No culparía a Dios ni un poquito si no respondiera mis llamadas. ¡Pero no lo hace!

Hablarle a Dios es importante, pero escucharlo es fundamental y realmente estoy tratando de mejorar en ese aspecto. Quiero escuchar a Dios más atentamente, para poder seguirlo mejor. “Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” (Juan 10:27 NVI).

¿Se siente desconectado de Dios y abatido? Tal vez necesite pisar el freno, encontrar un lugar tranquilo y como el salmo 46:10 (y otro cuadrito en mi pared) dicen: “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios”. Dios tiene tanto para decirle, tanto para mostrarle. Tómese el tiempo para escuchar. Y yo voy a tratar de hacer lo mismo.