Busqué llamar la atención desde que tengo memoria. El dinero, las cosas materiales, los deportes…lo que se le ocurra, los usé para parecer importante. Voy a ser sincero: el deseo soberbio que tenía de ser el centro de atención venía con etiquetas de precio alto. Pero a pesar del costo, seguía pagando el precio.

Durante los 80, mi papá tuvo un enorme golpe de suerte financiero. De pronto, la familia pasó de vivir con el sueldo de un maestro a ser rica. Pero todo ese dinero no era barato.

Antes de continuar, quiero dejar todo en claro. No quiero faltarle el respeto a nadie contando mi historia. Quiero a mi papá, a mis dos hermanas y a mi mamá, que ya falleció. Agradezco que hayan formado parte de mi vida. Mi papá ha hecho muchísimo por mí. Él nunca me dio la espalda, ni siquiera cuando mis actos hicieron que se burlaran de nuestro apellido.

Mis padres me enviaron a la escuela militar cuando tenía 10 años. Había desafiado su autoridad desde el día que aprendí a caminar y estaban cansados de lidiar con mi personalidad rebelde. Pero en lugar de ser una solución, las cosas empeoraron. Muchachos que educaban a muchachos. ¿Cómo podía pasar otra cosa que no fuera un desastre? La escuela estaba llena de hostigadores y muchachos rebeldes como yo, que tenían el dinero y los medios para hacer cualquier cosa. Fui a esa escuela varios años.

Era tan inmaduro. No entendía la importancia de trabajar fuerte ni el valor del dinero. En lugar de agradecer por lo que tenía, lo dilapidaba como el hijo pródigo (Lucas 15:11–32).

El dinero fue algo que me cambió totalmente. Con los años, tuve muchas cosas que llamaban la atención como un Mercedes, joyas caras y ropa de las mejores marcas. El dinero me trajo muchos “amigos”. Qué pena que no me di cuenta en ese momento que la mayoría de ellos no eran amigos de verdad; solo querían el dinero que tenía en el bolsillo. Pero, aunque hubiera tenido en cuenta sus motivos, no me habría importado.

Amigos de verdad o no, esas personas me hacían sentir importante y que me necesitaban. Adondequiera que fuera, sacaba a relucir los billetes, lo que tenía mi familia y a quién conocíamos. Yo era el rey cuando se trataba de soltar nombres.

El 22 de septiembre de 1990, salí a beber con un ex-cadete que había sido expulsado el año anterior. Mi tutor me rogó que no fuera, pero no lo escuché. Horas más tarde, fui despedido de un vehículo que iba a más de 100 millas por hora. La pelvis me quedó destrozada y mi pierna izquierda salió volando.

Milagrosamente, los médicos lograron poner las piezas en su lugar. Usaron músculos de mi abdomen para reimplantarme la pierna izquierda. La pierna derecha también sufrió lesiones graves. Estuve en el hospital tres meses, luchando con infecciones agudas y sometiéndome a muchas cirugías.

Durante una de las cirugías, estoy seguro de haber visto una imagen del infierno. Me recordó a un videojuego de Mario Bros. Me veía corriendo y luego cayendo de pronto en un lugar de oscuridad total. Tal vez Dios me estaba advirtiendo sobre el lugar al que me dirigía si no cambiaba mi forma de ser. Cualquiera pensaría que esto me haría evaluar mi vida a fondo, pero no. Tenía 17 años y era demasiado importante para hacer eso.

Había sobrevivido al accidente, pero por dentro estaba destruido. Varias universidades me habían ofrecido becas por ser jugador de fútbol, pero ahora solo era un chico frágil y flaco, con una pierna destrozada. No podía jugar al fútbol ni haciendo un esfuerzo colosal. Y, además, estaba el hecho de que iba a terminar el último año de secundaria en la escuela local, donde no era el tipo más popular. En cambio, andaba cojeando por los pasillos, tratando de encontrar la manera de volver a ser el centro de la escena.

Me gradué en 1991 y empecé una carrera universitaria que duró diez años. Me burlaba del sistema y seguía en la facultad, viviendo del dinero de mi papá. Una década de vivir de fiesta me dejó infinitas peleas en bares, dos cargos por conducir bajo la influencia del alcohol y más accidentes automovilísticos. Pero sin importar lo mala que fuera la situación en la que yo mismo me metía, papá siempre me apoyaba. A pesar de mis malas decisiones, siempre podía contar con una solución fácil para salir de las dificultades a sus expensas.

En los clubes, siempre me aseguraba de que todos supieran lo rico que era. Le contaba a quien quisiera escucharme sobre mis empresas de limusinas, gimnasios, restaurantes, galpones, empresas de construcción y hoteles. Hacía alarde de mi casa en la playa y el penthouse que tenía.

Mentiras, mentiras y más mentiras. Nada de eso era mío; todo era de mi papá.

En 1997, me puse a hacer levantamiento de pesas. Era una manera genial de satisfacer mi ego. El muchachito flaco de la secundaria desapareció. Cuanto más grande y fuerte me ponía, más atención conseguía. Al poco tiempo recurrí a los esteroides para aumentar mi volumen y mi fuerza y así nació Big Mike. Era imposible que la gente no me viera. Era inmenso: la típica bestia de gimnasio. Adonde iba, todas las cabezas se volteaban para mirarme y la gente me decía: “Hola, ¡Big Mike! ¿Cómo vas, viejo?”. ¡Me encantaba!

Además de los esteroides, empecé a consumir éxtasis. Big Mike sabía cómo divertirse. Vivía de fiesta, y todo con la intención de tratar de ser alguien, porque por dentro estaba bastante seguro de que no era nadie.

Y una noche, la fiesta terminó y me desperté en una agonía mental, envuelto en oscuridad y muerto de miedo. El abuso de esteroides me había llevado a la depresión con tendencias suicidas. La oscuridad duró varios días y no podía comer ni funcionar normalmente.

Me sentí como un conejillo de Indias cuando los médicos buscaban la droga que le devolviera el equilibrio a mi mente. Finalmente encontraron los medicamentos adecuados para ayudarme. Para entonces, yo sabía que el alcohol disparaba mi depresión, así que trataba de evitarlo. Sin embargo, de vez en cuando perdía el control, salía, me emborrachaba y me llevaba a mí mismo a un infierno viviente otra vez. La oscuridad en que me vi envuelto en enero de 2004 casi me destruye.

Esa vez fue más intenso que nunca y estaba plagado de pensamientos suicidas. No podía escapar de la oscuridad que controlaba mi mente. Llamaba a mi médico todo el tiempo, rogándole que me ayude. “¡Esta cosa no me deja en paz, doctor. Me voy a morir!”. Estoy agradecido a los médicos y a toda la ayuda que me envió el Señor. Solo por gracia de Dios logré salir vivo en ese momento.

Por fin entendí que si no había un cambio me iba a morir. Solo era cuestión de tiempo. Terminé asistiendo a un servicio de la iglesia del pueblo donde oí hablar de Jesús y de cómo Él podía ayudar a las personas como yo. Cuando el pastor le extendió a la gente una invitación para recibir a Jesús como su Salvador fui adelante, tomé el micrófono y le dije a todo el mundo que iba a probar a Jesús.

Ese fue el inicio de mi viaje junto a Dios, pero me iba a llevar otros 17 años poner a Big Mike en el altar del sacrificio, dejar de mirarme a mí mismo únicamente y de ser quien no era.

La vida mejoró durante un tiempo, desde que empecé a participar en la iglesia. Ese año conocí a una muchacha hermosa, llamada Liz. Es el regalo más grande que recibí de Dios. La invité a ir a la iglesia conmigo y aceptó. Nos casamos dos años después, en 2007.

Desde el principio, Liz estaba comprometida con el Señor. Pero por algún motivo, cuanto más se acercaba a Dios, yo me separaba más de Él. No pasó mucho hasta que volví a caer en mi mundo de miseria y durante 15 años, Liz vivió un infierno secreto. Estoy muy agradecido de que nunca me haya dado por perdido.

En 2008, el dolor en mi pierna izquierda era intolerable y decidí amputarla. Tuve que pasar por dos cirugías de amputación y mucho dolor para lograr el resultado que quería. Créase o no, volví al gimnasio en silla de ruedas una semana después de la operación. ¡Hasta empecé boxeo! Quería animar a otras personas a que no se rindan. Quería que mi experiencia fuera prueba de que todo es posible. Tenía el corazón en el lugar adecuado, pero todavía estaba presente el deseo de hacerme ver.

Todavía me sentía muy mal por dentro y planeaba salidas para escaparme a beber. En 2010, después de emborracharme, tuve otro episodio de depresión suicida que duró varios días. En ese momento no estaba con mi familia.

Fue tan oscuro y prolongado que estaba seguro de que me iba a morir. A los cinco días, logré por fin salir de ese pozo y me juré que nunca volvería a beber. Fue la única cosa buena que me dejó ese momento oscuro: hace más de una década que estoy sobrio.

Cuando no estaba en el gimnasio fortaleciendo mi ego o en casa arruinándole la vida a mi esposa, estaba trabajando para mi papá. Él había creado un puesto en su empresa para mí, gastando miles de dólares en equipos para que su hijo perdido pudiera manejar los galpones vacíos. Cortaba el pasto, paleaba piedra, lavaba paredes, limpiaba zanjas, reparaba aislantes y eliminaba hormigueros.

Sabía que estaba desperdiciando mi vida. Infinidad de veces me senté en las máquinas para cortar pasto y en los tractores oruga de mi papá y solo lloraba. Miraba esos enormes galpones vacíos y recordaba que papá siempre decía que un galpón vacío (que nadie rentaba) era el féretro más grande del mundo. Me sentí como esos galpones.

Estaba vacío y esperando llenarme de vida. Y no cualquier vida, sino la vida eterna y abundante que solo Jesús puede brindar (Juan 3:16; Juan 10:10). Necesitaba que Su Espíritu me llenara y me guiara. Y necesitaba un propósito desesperadamente.

Un día se me prendió la lamparita y me dije: “Como papá me pone a trabajar en estos edificios enormes y vacíos, entonces yo los voy a poner en óptimas condiciones y a encontrar quien los rente”. Nunca antes había tenido un pensamiento como ese. De pronto, quería que papá se sintiera orgulloso de mí. Toda mi vida había sido un desastre total.

Trabajando para mi papá, entendí por fin el valor del trabajo y el dinero. Empecé a aprender del negocio y a tomar alguna iniciativa. Lentamente, mi trabajo tuvo sus frutos. Al poco tiempo conseguí un arrendatario pequeño, después uno más grande y luego un arrendatario con contrato a largo plazo que pagaba muchísimo dinero.

Mirando en retrospectiva, me doy cuenta de que cuando empecé a honrar a mi papá en vez de usarlo y robarle, mi vida empezó a cambiar. Cuando empecé a ser honesto haciendo cosas pequeñas, como cortar el pasto, mi vida se volvió productiva. Es tal como dice la Biblia en Lucas 16:10: si somos honestos en las cosas pequeñas, Dios abrirá puertas para oportunidades mejores. Éxodo 20:12 también dice que, si honramos a nuestros padres, nos irá bien en la vida.

Aunque las cosas habían mejorado en el trabajo, la relación con mi esposa todavía era tensa. Vivíamos en la misma casa, pero emocionalmente, estaba a millas de ella y nuestros dos hijos. Hasta que Dios se me reveló de una manera distinta.

Con Dios, no existen las coincidencias. Sin embargo, existen los encuentros por designio divino. Su elección del momento siempre es perfecta.

Para ese entonces, hacía un año que asistíamos a una iglesia nueva. Disfrutaba del mensaje cada semana, pero aún no había experimentado la transformación completa de mi corazón.  Escuchaba la Palabra, pero no la ponía en práctica (Santiago 1:22). Dios estaba por cambiar todo eso. Estaba por hacer caer a Big Mike de una vez por todas. Y Él utilizó a mi pequeño para preparar mi caída.

Ese domingo había decidido quedarme en casa. Pero Asher vino corriendo hacia mí con su hermosa sonrisa y me dijo: “Vamos, papi, vamos a la iglesia”. Estaba tan entusiasmado que no quise desilusionarlo.

Había un orador invitado esa mañana, que predicaba sobre el poder del Espíritu Santo o, como mencionó algunas veces, “el Ayudante”. Es la primera vez que recuerdo haber oído hablar del bautismo del Espíritu Santo.

¿Espíritu? ¿Ayudante? ¡Vamos, hombre! No tenía problema en creer en Jesús, que me bautizaran en el agua o ir a la iglesia. Pero toda esa habladera de un Espíritu Santo me estaba haciendo sentir incómodo. Al final, el pastor invitó a acercarse a todo aquel que quisiera recibir al Espíritu Santo. La gente inundó el altar y se formaron filas de personas que oraban.

Buscando distraerme, estudié el ambiente. Vi a mi amigo. Como parecía que todos los demás andaban de un lado para otro, me acerqué a él. Liz se quedó en nuestro banco, alegrándose por dentro de que su esposo testarudo y rebelde se estaba entregando a Dios. Hacía años que oraba para que yo pudiera encontrar el poder del Espíritu Santo capaz de cambiar vidas y estaba segura de que ese era mi momento. Pero esa no era mi intención.

Me abrí camino entre la multitud y me acerqué a mi amigo. “Hola, amigo, ¿qué tal?”. Pero no me respondió. Entonces me di cuenta de que estaba orando. No solo eso, sino que estaba en la fila esperando recibir el poder del Espíritu Santo. ¡¿Qué?!

Me di vuelta para volver a mi asiento y de pronto me encontré frente al Pastor Tyler, uno de nuestros pastores en el campus. En ese momento, estaba libre para orar—si alguna vez hubo un arreglo divino, fue ese.

No quería orar, pero me encontré diciendo: “Está bien, vamos a hacerlo”. La gente que oraba a nuestro alrededor hacía tanto ruido que no podía oír bien. Pero recuerdo que el pastor apoyó sus manos sobre mí, clamando a Dios por mí y diciendo mi nombre y apellido. Tras su oración, volví a mi lugar y me paré junto a Liz. Ella tenía lágrimas en los ojos.

Volvimos a casa y mi mente pasó de los eventos de la mañana a tomar decisiones de negocios. Liz y yo comprábamos casas para arreglarlas y venderlas desde hacía años y me preguntaba si debíamos seguir con eso. Pensaba en distintas opciones y después, mentalmente agotado, me eché sobre la cama. Un amigo me había dicho que tenía que orar por mis decisiones. Tal vez había llegado el momento.

Desde mi cama, empecé a hablarle a Dios. Fui directo y sincero. “Bueno, Dios, aquí estoy. Soy Tuyo. Haz lo que quieras. Si Liz y yo debemos seguir comprando y vendiendo casas, házmelo saber. Si no, muéstrame qué hacer con el dinero que tenemos”.

A las 5:30 de la mañana siguiente, vi mensajes de texto de Kevin, el agente inmobiliario. Me había enviado información de dos casas en venta que se podían refaccionar y vender. No les presté atención porque las casas eran demasiado caras. No íbamos a ganar nada. Además, esa no era la manera en que conseguía negocios ni encontraba casas para refaccionar y vender.

Pero Kevin insistió y antes de que me diera cuenta, estaba parado en la entrada al garaje de esa casa. Les hice una oferta baja, pensando que la iban a rechazar automáticamente. Pero los dueños estaban listos para vender y cerramos el negocio en una semana. Dios nos envió excelentes obreros para hacer el trabajo rápidamente. Diecisiete semanas más tarde vendimos la casa. Todavía estamos maravillados por lo que Dios hizo con ese proyecto.

Cuando el negocio recién empezaba a encaminarse, recordé el mensaje sobre el Espíritu Santo, la oración del pastor Tyler, y esa oración espontánea en mi cama. Sorprendido, me di cuenta de que el mensaje de Kevin me había llegado en el momento preciso en que le había entregado mis decisiones de negocios y mi vida a Dios. Cuando le pedí a Dios que me enseñara qué hacer, lo hizo. ¿De esto se trataba la orientación, la guía y el poder del Espíritu Santo? Tenía que ser así. Este negocio no se dio a mi manera. Fue a la manera de Dios y salió mejor.

También me di cuenta de que tenía sentimientos distintos por Liz. Estaba experimentando un amor por mi esposa que nunca había sentido antes. El pastor dijo que el Espíritu Santo instilaría en mí el amor de Dios por los demás. Lo hizo y no solo por Liz sino por todos. De pronto me gustaba abrazar y amar a la gente también. ¡¿Qué?! Los amaba más que a mí mismo. Quería utilizar mis recursos para que otros tuvieran la bendición de Dios.

Desde que el pastor Tyler oró por mí y le entregué mi vida a Dios, el Espíritu Santo ha estado trabajando, haciendo brillar Su Santa luz en mi corazón y mi mente, y haciéndome ver qué aspectos debía cambiar. Y Él me está ayudando a cambiar. También puede ayudarlo a usted.

Muchas personas andan vagando por la vida, buscando la píldora mágica que lo mejore todo. Yo era uno de esos. Pero estoy aquí para decirle que hay una sola manera de lograr cambios en la vida real y llevar una vida que valga la pena. Es entregándole la vida a Dios, estableciendo una relación con Su Hijo Jesús, y confiando en el poder de Su Espíritu Santo. El Espíritu Santo de Dios es el agente del cambio. Es real, y lo tiene a su disposición.

Big Mike murió el día que me entregué. Desde entonces, he dejado de abrirme paso a empujones para estar adelante y que el mundo me vea. En cambio, me refugié en Cristo y me convertí en un hombre nuevo. Un hombre lleno de paz, amor y gozo. Por fin entiendo que, a los ojos de Dios, soy suficiente. Siempre he sido suficiente y eso es todo lo que importa.

¿Y sabe qué? Usted también es suficiente. Deje de buscar el aplauso de los demás. No necesita pelear para progresar o para que lo vean. Créame: esa es una lucha que no tiene fin. Entréguele su vida a Dios y cambie sus formas por las de Él. Al hacerlo, el mismo poder que levantó a Jesucristo de la tumba lo va a sacar de su forma de vida sin vida (Santiago 4:10; Romanos 8:11).

 

MIKE WILSON es propietario de galpones de uso comercial, y además compra y recicla casas. Levantador de pesas muy entusiasta, ahora Mike está en la batalla buena de la fe, levantando a Jesús dondequiera que va.