Un amigo, experto en jardinería, me dio una planta de amarilis como regalo de Navidad en 2019. Con muy poca información. “Ponla afuera y déjala ahí” me dijo.
Así lo hice. La coloqué en el suelo junto a un árbol y la dejé ahí. Con el cambio de estación, la única flor de color rojo brillante que tenía la planta empezó a morir. Pronto desapareció esa flor hermosa y solo quedó una hoja verde grande y larga.
A medida que pasaba el año, continuaba observando la planta desde la ventana y preguntándome si alguna vez volvería a florecer. Esperaba y esperaba. Tantas veces estuve a punto de rendirme y tirarla a la basura. Pensaba que podía reemplazarla por otra.
Pero por algún motivo, no podía. Algo me decía que la dejara en paz y que tuviera paciencia. Tal vez iba a crecer otra vez. Tenía fe, aunque del tamaño de un grano de mostaza (Mateo 17:20).
Y ocurrió. Casi un año después de que muriera la primera flor, miré por la ventana y vi una manchita roja. Para mi emoción, encontré una flor abierta.
A los pocos días, apareció otro pimpollo y otro más a la semana. Se abrieron tres bellísimas flores rojas ante mis propios ojos. Y después vi que se estaba formando otro pimpollo. Iba a tener cuatro flores en esa planta que en algún momento fue estéril.
Intrigada, examiné la planta y vi que el bulbo se había “abierto paso” en el suelo y había fijado su propio sistema de raíces. Ese sistema estaba bien diseñado y le proporcionaba a la planta todos los nutrientes que necesitaba para crecer, desarrollarse y florecer.
Lo que había visto en esa planta me pareció algo tan simbólico y espiritual. A través de esa experiencia, Dios me reveló muchas cosas. Primero, me reveló que sus tiempos no son los míos. Eclesiastés 3:1 dice que hay un momento oportuno para todo bajo el sol y Dios sabe cuál es el momento adecuado para que florezca todo en mi vida.
Segundo, comprendí mejor que el concepto que Dios tiene de paciencia es distinto del mío. Durante un año había esperado impacientemente una prueba de que la planta podría sobrevivir. Cuando no llegaba, supuse que ya no era útil. Pero estaba equivocada. Dios estaba trabajando, creando flores hermosas, tal como está trabajando en mi vida detrás de escena, haciendo que ocurra exactamente lo que necesito cuando lo necesito. Simplemente debo tener fe y esperar que Él haga que aparezcan las pruebas (Salmo 5:3; Romanos 8:25).
Luego aprendí que Dios hace que se multipliquen las cosas buenas. Cuando me regalaron la planta, tenía una flor pequeña. Pero con el paso del tiempo, salieron cuatro pimpollos. Esto superó mis expectativas. Del mismo modo, Dios puede multiplicar las cosas buenas que he plantado en mi vida y superar mis sueños más locos (Efesios 3:20). Donde una vez hubo un atisbo de belleza, puede aparecer un espectáculo majestuoso.
También aprendí que el crecimiento y la prosperidad son consecuencia de un sistema de raíces bien alimentado. El Señor me recordó que Jesús es el Agua Viva y el Pan de la Vida. Al alimentar mi alma con Su Palabra y echar raíces en Su amor y Su verdad, tendré el alimento que necesito para prosperar en cada estación y producir Sus frutos en mi vida (Efesios 3:16–19).
Por último, aprendí que la belleza visible es la consecuencia natural de este sistema de raíces bien establecido. Esa planta no necesitaba pensar en florecer y, si tengo mis raíces en Cristo y permanezco en Él, yo tampoco necesito pensarlo. El Espíritu Santo traerá frutos naturalmente que pueden cambiar el mundo (Juan 15:1–8).
¿Siente como que sus días fructíferos ya pasaron? ¿Se dio por vencido con una relación, una idea, un sueño o una carrera? Recuerde que los tiempos de Dios no son como los suyos. Él está trabajando, incluso ahora mismo, trayéndole resultados a su vida con las cosas buenas, las cosas de Dios que usted ha plantado. Lo único que debe hacer es mantener firmes las raíces en Su amor y tener fe.
En Su momento perfecto, Él va a producir muchos frutos: una muestra de belleza que cambiará el mundo.

VENNESA VIEKE es una devota hija de Cristo, esposa y mamá de dos niños. Es profesional del esquí acuático en el sur de Florida, donde entrena y utiliza su título de fisioterapeuta para enseñar Pilates. Vennesa es una apasionada por la salud y el bienestar físico; ama cocinar, inventar recetas divertidas y hablar de la bondad de Dios.