Aceptar el plan de Dios
La historia de Kyle y Bobbie Robinson

Kyle: Bobbie y yo tuvimos la bendición de criarnos en hogares piadosos. Cuando nos casamos, asumimos el compromiso de continuar el ejemplo de fe que nos habían dado nuestras familias. Íbamos a la iglesia, asistíamos a estudios bíblicos, servíamos al prójimo y hacíamos todo lo posible por llevar una vida piadosa. Y Dios nos bendijo de muchas maneras palpables.
Suponíamos que estas bendiciones estaban relacionadas directamente con hacer lo correcto. Creíamos que, si obedecíamos a Dios y lo servíamos, Él nos iba a proteger de las dificultades. Y como nuestro sistema de fe nunca había sido puesto a prueba de verdad, no teníamos motivo para pensar que no era así.
Ahora, eso no significa que nunca enfrentamos dificultades. Las tuvimos, pero parece que siempre podíamos solucionar los problemas usando la mente, o trabajando mucho, con perseverancia y aprovechando las conexiones que teníamos.
Así que cuando Bobbie y yo no lográbamos quedar embarazados, reaccionamos como siempre. Buscamos opciones, desarrollamos un plan e hicimos lo que podíamos para concebir—desde el punto de vista científico y físico. Y, por supuesto, orábamos.
Ambos siempre quisimos tener hijos. Y aunque al casarnos sabíamos que concebir podía ser difícil, igual teníamos fe. Teníamos esperanza de que llegara el hijo, aun cuando no había esperanza, como nos dicen que la tuvo Abraham en Romanos 4:18.
Mientras esperábamos nuestro pequeño milagro, le hicimos promesas a Dios. Una era así: “Dios, si nos permites concebir, te devolveremos a nuestro hijo para que lo uses como Tú decidas”.
Seguimos el ejemplo de Ana en el relato bíblico que se encuentra en 1 Samuel 1. Como Bobbie, Ana sufría de infertilidad. Durante décadas ella había orado fervientemente por un hijo y había intentado concebir.
La Biblia nos dice que Dios oyó el ruego de Ana y la bendijo con un hijo. Lo llamó Samuel, que significa “Se lo pedí al Señor”. Bobbie y yo decidimos que Samuel sería el nombre perfecto para nuestro hijo algún día.
Bobbie: Se pueden imaginar nuestra emoción cuando descubrimos que estaba embarazada por primera vez. Dios hasta nos había ayudado a concebir en forma natural. ¡Nuestra fe se disparó rápidamente!
Pero llegaron los abortos espontáneos. Cinco. Kyle y yo nos esforzábamos al máximo para mantener los ojos enfocados en el Señor. Nos aferrábamos a la esperanza, recordándonos que con Dios nada es imposible. Pero no era fácil.
Finalmente nació nuestro hijo en el verano de 2011. Kyle y yo alabamos a Dios por su bondad y el hermoso regalo que fue nuestro bebé. Sabíamos que Dios tenía un gran propósito para Samuel, y estábamos impacientes por ver cuál sería.
Agradecidos, empezamos a recorrer el camino de la paternidad. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que mamá, con su intuición, me hizo notar que algo andaba mal. Samuel no se estaba desarrollando como otros niños. No usaba las manos, ni hacía contacto visual, ni nos sonreía. Casi todo el tiempo tenía la mirada perdida o movía la cabeza hacia delante y hacia atrás.
Llevamos a Samuel al pediatra y a otros médicos, hasta neurólogos, pero nadie tenía respuestas. Yo tenía sospechas de lo que podía llegar a ser, pero los médicos me aseguraban que Samuel saldría de lo que fuera que le estaba pasando. Pasaron meses sin que hubiera cambios. Desesperados, Kyle y yo le rogamos a Dios que nos mostrara cuál era el problema de nuestro hijo. Pero parecía que Dios había dejado de hablarnos.

Kyle: Cuando Bobbie y yo pasamos de la euforia a la tristeza, nos empezó a invadir la duda y la confusión. Se suponía que Dios era un Padre bueno, que tenía planes maravillosos. ¿Qué había de bueno en lo que estábamos pasando?
Habíamos sido sirvientes fieles del Señor. Hasta le habíamos ofrendado a nuestro hijo. ¿Dónde estaba Dios? ¿Por qué permitía que nos sucediera esto? ¿No era que Él evitaba a Sus hijos los momentos difíciles?
Demasiadas noches con Bobbie nos sentábamos en la cama y lo único que hacíamos era llorar. Los sueños para nuestro hijo y nuestra familia estaban desparramados a nuestro alrededor. Sentíamos como que estábamos caminando solos en el valle de la sombra de la muerte y estábamos aterrados.
Fue un momento tan oscuro para nosotros cuando dudamos de nuestra fe. Nada tenía sentido. Habíamos hecho todo bien y Dios nos había concedido un hijo de manera milagrosa, pero ahora había algo en él que no estaba bien. No era “perfecto”. Samuel era un bebé inocente. ¿Por qué permitía esto Dios?
Bobbie y yo orábamos inclinados sobre Samuel mientras estaba acostado en su cuna y le rogábamos a Dios que lo sanara. Sabíamos que Él podía. ¡Dios podía hacer todo! Pero de verdad, solo queríamos que Dios hiciera que fuera normal. Queríamos que la gente mirara a nuestro hijo y viera algo hermoso, no alguien con una discapacidad.
Pensábamos que seguramente Dios oiría nuestras oraciones. En cualquier momento iba a hacer un gesto con la mano o a decir una palabra y todo iba a estar bien para nuestro hijo y para nosotros. Bobbie y yo estábamos decididos a darle todo el honor y la gloria cuando lo hiciera.

Bobbie: Esa era nuestra esperanza, pero a medida que pasaba el tiempo, finalmente tuvimos que aceptar que tal vez no era el plan de Dios. Me sentí como si me hubieran arrancado la alfombra de abajo de mis pies.
El dolor se apoderaba de mi corazón cada vez que veía a una mamá abrazando a su hijo y tratando de calmarlo. Yo era la mamá de Samuel y, tal como esas mamás, se suponía que haría cualquier cosa para que mi hijo se sintiera mejor. Pero no podía. Tampoco podían las personas cercanas a mí. Ni mis padres, que siempre me habían apoyado, ni mi esposo, ni siquiera los médicos.
Y Dios tampoco lo estaba mejorando.
Kyle y yo seguimos rogando, suplicando y haciendo tratos con Dios. Para cuando Samuel tenía un año, ya habíamos agotado todos los medios humanamente posibles. La autocompasión, la ira, la ansiedad y la desilusión se apoderaron de nosotros. Pero una noche recobramos la lucidez. Nos pusimos de rodillas, levantamos los brazos y finalmente pusimos en manos del Señor a nuestro hijo y a lo que creíamos debía ser nuestra vida.
“Padre”—oramos—“no entendemos Tus caminos. Pero optamos por confiar en Ti y en Tu plan, sea lo que sea. Dios, no sabemos qué hacer. Ayúdanos, por favor. Danos sostén. Úsanos. Sabemos que nos diste a Samuel por un motivo. Tómalo, es Tuyo. Amén”.
Por primera vez reconocimos que Dios era nuestra única esperanza. Necesitábamos que la Luz del Mundo iluminara nuestra oscuridad. Fue increíble, pero cuando Kyle y yo terminamos de orar, el Señor le susurró a mi corazón: “Yo me ocupo”. Sentí un gran alivio.
Dios estaba con nosotros y a pesar de lo desoladora que parecía nuestra situación, Él seguía teniendo un plan. No se nos había acabado la vida y no estábamos solos en este valle oscuro. Había leído el salmo 23, pero ahora por fin lo entendía. Seguro, todavía tenía preguntas, pero también tenía paz. Y eso era mejor que tener respuestas.

Kyle: La presencia de Dios también me envolvió con Su paz esa noche. Como esposo y padre, me había sentido angustiado y frustrado. Tendría que haber podido mejorar las cosas para mi esposa y mi hijo, pero a pesar de todos los esfuerzos, no logré cambiar nada.
Con nuestra oración, había puesto el peso de arreglar la situación de nuestra familia—un peso que nunca había sido intención de Dios que cargara—en los hombros del Señor. Y por el gran amor que Él sentía por mi familia y por mí, Él lo aceptó (1 Pedro 5:7).
Me sentí más liviano físicamente cuando me quité de encima el peso de mis preocupaciones. Se disipó la niebla de duda, angustia, temor y desilusión. Mi perspectiva cambió radicalmente y por fin podía ver nuestra situación de otra manera.
Entendí que el hecho de que la vida había dado un vuelco inesperado y desafiante no significaba que Dios nos había abandonado. No había arruinado nada y, por cierto, no estaba tratando de castigarnos ni de darnos una lección. Dios nos estaba invitando a compartir con Él un viaje que iba a cambiar nuestra vida.
Al entender esto, Bobbie y yo nos dimos cuenta de que teníamos que salir de esa cárcel de autocompasión, temor e ira en que nos habíamos encerrado y empezar a luchar por nuestro hijo y nuestra familia en el terreno espiritual.
Bobbie y yo habíamos leído el libro de Mark Batterson Dibuja el círculo con un grupo pequeño de personas de la iglesia. Habíamos aprendido la importancia de “dibujar un círculo” alrededor de algo o de alguien cuando oramos.
Decidimos hacer un círculo alrededor de Samuel en nuestra oración. Literalmente nos turnamos para caminar alrededor de nuestra casa, orando para que se haga la voluntad de Dios para nuestro hijo. A la noche, en medio del caos, encendíamos todos los reflectores y nos turnábamos para caminar alrededor de la casa, orando en voz alta. ¡Estoy seguro de que los vecinos pensaban que estábamos locos!
Cuando Samuel tenía 18 meses, finalmente nos dieron el diagnóstico de autismo. Era lo que siempre había sospechado Bobbie.

Bobbie: Fue un alivio tener una respuesta por fin, pero trajo consigo un montón de otras preguntas. ¿Cómo sería el futuro de Samuel? ¿Alguna vez lograría comunicarse con nosotros? ¿Alguna vez podría ir a la escuela?
Poco después aprendimos que cada caso de autismo es distinto. Ahora le decimos a la gente: “Si conoció a alguien con autismo, conoció a una persona con autismo”. El autismo se manifiesta de tantas maneras distintas y no teníamos forma de saber en qué parte del espectro iba a estar Samuel.
Kyle y yo nos cansamos de luchar para conseguir respuestas que nadie podía darnos, así que nos enfocamos en la única pregunta a la que podíamos responder: ¿Cómo podríamos ayudar a Samuel para que desarrolle el potencial que le había dado Dios? Nuestra respuesta a la situación era lo único que podíamos manejar.
Sabíamos que cuanto antes consiguiéramos ayuda, mejor resultado tendríamos. No queríamos mirar hacia atrás un día y pensar que podríamos haber hecho más, así que empezamos a investigar los recursos disponibles para niños con autismo.
El centro más cercano estaba en Winston-Salem, a casi tres horas en auto de nuestra casa en Greenville, Carolina del Norte, y Samuel necesitaba terapia diaria. Mis padres vivían en la zona y nos invitaron a Samuel y a mí a mudarnos con ellos. Kyle se quedó en casa por compromisos de trabajo. Los fines de semana, él iba a Winston-Salem para estar con nosotros o Samuel y yo volvíamos a casa.
Todo nuestro mundo giraba alrededor de la terapia de Samuel. Hubo que hacer muchos sacrificios y no fueron solo de nuestra parte. Fue algo increíble, pero mi papá dejó para más adelante su jubilación, para ayudarnos a cubrir los gastos que generaba la terapia de Samuel.
Fue difícil aceptar la ayuda de familiares, amigos e incluso extraños. Siempre habíamos sido tan independientes. Pero Kyle y yo pronto entendimos que no podíamos lograrlo si no teníamos la humildad de recibir ayuda cuando nos la ofrecían. También tuvimos que aprender a pedir ayuda; el camino era demasiado difícil para recorrerlo solos.
El establecimiento de Winston-Salem fue un regalo de Dios. A los pocos meses, Samuel estaba haciendo progresos notorios. Empezó a hacer contacto visual y a usar las manos. Tomaba un lápiz y lo golpeaba en la mesa. Kyle y yo festejábamos cada logro como un regalo de Dios; no dábamos nada por sentado.
Cuando Samuel cumplió 3 años, oímos su voz. Fue el sonido más hermoso del mundo. Al año, dijo las palabras que deseaba oír: “Te amo, mamá”.

Kyle: Nunca voy a olvidar el día que entré en casa y Samuel me llamó, diciéndome “papi”. Samuel tenía cuatro años y antes no sabía si alguna vez iba a entender quién era yo. Me quebré y eché a llorar.
Nos aferrábamos a cada victoria, grande y pequeña, mientras le hacíamos frente a los desafíos de criar un hijo con autismo. Lo seguimos haciendo. Tener presente cuánto ha progresado Samuel nos permite seguir remando para llegar al fin de cada día impredecible. Agradecemos que Dios continúe dándonos su fortaleza. Cuanto más débiles somos, Él demuestra que es más fuerte (2 Corintios 12:9).
En el centro terapéutico conocimos muchas familias que estaban recorriendo el mismo camino incierto que nosotros. Bobbie y yo estábamos agradecidos de ser parte de esa comunidad maravillosa de gente y tener acceso a esos servicios que cambian la vida. Pero no podíamos evitar pensar en las muchas familias que no tenían nuestra suerte.
Años antes, en una de nuestras “caminatas de oración”, Bobbie y yo habíamos tenido la idea de crear un centro terapéutico en Greenville. Después de ver los efectos de la terapia en Samuel y cómo había ayudado a nuestra familia, empezamos a considerar la idea más en serio. Las familias en el este de Carolina del Norte necesitaban tener acceso a terapia. ¿Sería que Dios nos estaba llevando a dar un paso adelante por ellos y hacer brillar Su luz en su camino?
Era algo emocionante y aterrador a la vez. No teníamos idea de cómo proceder ni qué hacer. (Y si hubiéramos sabido todo lo que Dios nos tenía preparado, tal vez habríamos salido corriendo del miedo). Pero dijimos: “Sí, Dios” y dimos un paso de fe.
Pronto Dios nos reveló cuál sería nuestro primer paso. Debíamos conseguir un terapeuta para ayudar a Samuel, que también pudiera atender a otras familias. Nuestros amigos y algunos empresarios organizaron un torneo de tenis al que llamaron “Aces para el autismo” a fin de recaudar fondos para el sueldo de ese terapeuta. Eso fue en 2015, y así nació Aces.
En 2016 comenzamos a ofrecer servicios en la iglesia bautista Oakmont. Allí organizamos un evento para que las familias supieran sobre las posibilidades de terapia. Nos preguntábamos si alguien iría. Quedamos apabullados al ver la larga cola de familias que daba vueltas por el salón.

Bobbie: Había tantos niños como Samuel, tantas familias con sueños destruidos. Y aquí estaban, ¡todos esperaban hablar con nosotros! Notábamos la desesperación en los rostros. ¿Cómo podíamos ayudarlos? Parecía una tarea imponente e imposible.
Al mirar la cola de personas, Kyle y yo nos recordamos que Dios estaba con nosotros y que Él no nos había llamado a ayudar a estas personas por nuestros propios medios. Él estaba con nosotros y no solo eso: Aces fue Su idea. En definitiva, Dios iba a proveer para estas familias, no nosotros. Lo único que nos pedía era que prestáramos atención y diéramos con fe el paso siguiente que Él había puesto en nuestro corazón.
Estábamos decididos a que Aces fuera más que un centro para brindar servicios. Sería un ministerio del amor de Dios. Queríamos caminar junto a estas familias, darles herramientas que les cambiaran la vida y rodear a la gente con nuestros brazos. Les decimos a todas las familias: “Van a superar esto. Sí, va a ser difícil, pero Dios los va a ayudar. Y nosotros, también. Juntos vamos a enfrentarlo día a día”.
Kyle y yo no teníamos idea de cómo Dios lograría hacer crecer Aces con los años. Es una aventura increíble. Desde 2016, tenemos el privilegio de acompañar a 81 familias. Y ya nos quedaron chicos varios lugares, dado que agregamos servicios y terapeutas que necesitábamos.
En 2022 Aces va a colocar la piedra fundamental de un edificio nuevo de 30.000 pies cuadrados en Greenville. Más de 300 familias esperan los servicios. Alabado sea Dios. Por otra parte, Dios está usando a Aces como modelo para los centros de todo el país. Y nos ha utilizado a Kyle y a mí para luchar por nuevas leyes, para que haya mejor acceso y alojamiento para familias con autismo.
Ahora nos reímos al recordar nuestra oración a Dios para que Samuel fuera “normal”. Dios nunca vio nuestra situación—ni a Samuel—como nosotros. Él tenía un plan, y era mucho mejor de lo que podríamos haber imaginado.
Supongamos que Dios hubiera respondido a nuestra oración como nosotros queríamos. Nos habríamos perdido la alegría de Samuel y experimentar a Dios en una manera tan fuerte y personal. Nuestra situación nos obligó a depender del Señor, a confiar en Él como nuestra fuente constante de provisión. Además, nos habríamos perdido el privilegio de conocer y ayudar a cientos de familias de nuestra zona.

Kyle: Ha sido una aventura, sin duda. Hemos pasado por increíbles momentos buenos y malos, pero Dios ha estado con nosotros en cada paso de nuestro viaje. Bobbie y yo no cambiaríamos esta vida por nada.
Ahora Samuel tiene 11 años y continúa progresando. ¡Este muchachito que no hablaba ahora habla sin parar! Es increíble cómo pasó de no emitir un sonido a tener esta personalidad elocuente, que lo hace saludar a todo el mundo. Samuel tiene un corazón gigante y, vaya adonde vaya, hace sonreír a todos.
Como familia todavía enfrentamos muchos desafíos, especialmente ahora que Samuel se está poniendo más grande y más fuerte. Todos los días Bobbie y yo debemos confiar en que el mismo Dios que nos ayudó a sortear los obstáculos del pasado continuará cuidándonos en el futuro. Él se ocupará de todas nuestras necesidades: las de Samuel, las de nuestra familia y las de Aces.
Dios también nos bendijo a Bobbie y a mí con otros dos hijos: un varón que ahora tiene 6 años y una niña de 3. Solo por gracia de Dios podemos mantener el equilibrio y asegurarnos de que cada uno de nuestros hijos reciba el amor y la atención que necesita. No es una tarea sencilla.
Tal vez esté recorriendo un valle oscuro muy parecido. Tal vez se sienta solo y con miedo, o enojado y confundido. Bobbie y yo sabemos cómo se siente. Pero queremos que sepa que hay esperanza. Con Dios, puede salir adelante. Él está con usted y a pesar de las apariencias, Él sigue teniendo un plan para su vida. Y Él va a hacer que se cumpla.
Si aún no lo ha hecho, entréguele al Señor la manera que creyó que debía ser su vida. Dele todos los fragmentos de sus sueños destrozados. Él va a volver a poner todos los fragmentos juntos de maneras que no puede imaginar (Efesios 3:20).
Eso no significa que va a ser fácil o que no va a haber dolor alguno. Dios no siempre evita que Sus hijos pasen por dificultades, pero los ayuda a atravesarlas.
Un día a la vez. Confíe en que el Señor le dará Su fortaleza, Su sabiduría, Su paz y Su gozo. Cuando Él le envíe gente para ayudarlo, acepte la ayuda. No se aísle; no se puede caminar por el valle de la sombra de la muerte solo. Necesita al Señor y a la comunidad.

KYLE Y BOBBIE ROBINSON son los fundadores de Aces por el Autismo. Las familias que buscan apoyo para casos de autismo pueden comunicarse con Aces por el Autismo por correo electrónico a info@acesforautismnc.com o llamar al (252) 689-6645.