Pasé muchos años echado en literas de penitenciarías y cárceles, mirando el techo sin esperanzas. Había creído la mentira de que había ido demasiado lejos y que ya era demasiado tarde para mí.

El miedo, la culpa y la frustración me convencieron de que había malgastado los mejores años de mi vida. Esos pensamientos eclipsaron cualquier sensación optimista sobre mi futuro. El dolor que tenía en el alma era tan intenso que lo sentía en el cuerpo.

Intenté librarme del peso de estas sensaciones con drogas, pornografía y el juego, pero esas cosas solo lograron hundirme más en la oscuridad. Habría muerto de una sobredosis si Cristo no hubiera respondido a mis súplicas, pero lo hizo. Él entró a mi tumba y me rescató (Job 33:28, Jonás 2:6).

Jamás me reprendió ni me juzgó. En cambio, me rodeó con Sus brazos y puso mis pies en tierra firme. Él cambió mis pantalones de preso por Su manto de justicia y resucitó mi vida, dándome una nueva que tiene sentido. Gracias a Jesús, ahora mi vida es testimonio de la restauración poderosa que guía a otros a la libertad (Salmo 40:1–3).

Como hijo de Dios redimido, ahora traspaso con confianza los muros que alguna vez me tuvieron preso. Soy un veterano experimentado con muchas heridas de guerra, pero también soy un vencedor gracias a Jesucristo. Solo Él me ha entregado las llaves de la libertad y he asumido el compromiso de compartirlas con mis hermanos encarcelados.

Nunca deja de asombrarme cómo mi pasado doloroso me ayuda a estar a la altura de los demás. Cuando se enteran de lo que Dios ha hecho y sigue haciendo con mi vida, sienten esperanza. Se dan cuenta de que si Él pudo ponerme en libertad ¡puede poner en libertad a cualquiera!

Con Jesús, nada es un desperdicio en mi vida, ni siquiera mis peores errores. Cada experiencia se ha convertido en una posibilidad de aprendizaje y un testimonio poderoso de la bondad de Dios.

¿Sabía que el apóstol Pablo escribió las dos terceras partes del Nuevo Testamento en una celda de la cárcel? Pablo gozaba de su sufrimiento y quería que todos comprendieran que el tiempo que pasaba encadenado tenía un propósito divino. Decía: “Hermanos, quiero que sepan que, en realidad, lo que me ha pasado ha contribuido al avance del evangelio” (Filipenses 1:12 NVI).

En este sentido me identifico con Pablo porque mi encarcelación también ha servido para propagar el evangelio. Desde ya, mi encarcelación se debió a mi desobediencia a Dios, no a mi lealtad hacia Él. Pero la misericordia de Dios es para quienes están en los dos extremos: el pecador y el santo. Él transforma las cenizas en belleza para Su gloria, sin importar cómo se formaron nuestras cenizas (Isaías 61:3).

Es hora de que vea su pasado a través del lente del propósito de Dios. Entréguele esas cenizas. No compre la mentira de que su vida es un desperdicio. Dios nunca desperdicia nada.

Cada camino en mal estado que ha transitado lo prepara de manera especial para ayudar a otras personas. Con su historia de vida puede acercar a los demás a Cristo; algo que otros no pueden hacer. Y cada vez que encuentra el valor para dar a conocer la bondad de Dios, su testimonio destruye el control que tiene el enemigo sobre otra persona (Apocalipsis 12:11).

Pero el propósito comienza cuando le entrega su vida destruida a Cristo y luego la transita con valentía a Su lado. A pesar de todo el dolor que haya sufrido, puede tener una victoria aplastante gracias a Cristo, que lo ama (Romanos 8:37).

Su testimonio es la llave para la libertad de otra persona. Por favor, no se la guarde.

 

Kory Gordon pasó 11 años en la cárcel, donde le entregó su vida a Cristo. Ahora es un evangelista que comparte la Buena Nueva que le dio la libertad. En 2021 fundó Damascus Road, un programa de discipulado sin fines de lucro con albergue para combatir adicciones, reincidencias y la falta de hogar. Para más información, escriba a damascusroad2021@gmail.com.