No hace mucho Vennesa Vieke, deportista de élite, me preguntó qué creía que hacía falta para ser campeón. Durante el año siguiente, ella y yo pasamos bastante tiempo juntas hablando de cómo yo había conseguido el éxito. Fue divertido recordar mi carrera como deportista durante 35 años y compartirlo con mi nueva amiga. (Ver su historia en el N.° 03/2021).

Lo que aprendí es que si uno quiere ser campeón en algo—deportes, relaciones, carreras, ministerios, lo que se le ocurra—los fundamentos son los mismos. Si quiere lo mejor para su salud física, mental y emocional, debe poner en práctica estos fundamentos. Pero hay una contra: aceptarlos mentalmente no lo va a llevar a ningún lado. Va a tener que hacer todo el trabajo fuerte, sacrificarse y perseverar a diario.

Si quiere ser campeón para el reino de Dios, tendrá que implementar estos mismos fundamentos.

Hablemos de esa frase, “ser campeón para el reino de Dios. Elegí esas palabras a propósito porque noto que hay muchos campeones de Dios que no son campeones que trabajen activamente para el reino de Dios. Hay una diferencia enorme.

Como creyentes, todos somos campeones a los ojos de Dios. Y nuestra calidad de campeones no tiene que ver con lo que hacemos, sino con el simple hecho de que somos hijos de Dios. No hay tontos en la familia de Dios, solo campeones.

Tal vez ahora mismo piense: “No hay manera de que yo sea un campeón. Nunca hice nada bien. No tiene idea de lo que hice o de lo que me ocurrió. Dios nunca podría ver en mí a un campeón”.

La Biblia dice otra cosa. Si usted puso su fe y su confianza en Jesús para que lo salve, usted es Su campeón. La sangre de Jesús lo hizo campeón. Romanos 3:25 dice: “Pues Dios ofreció a Jesús como el sacrificio por el pecado. Las personas son declaradas justas a los ojos de Dios cuando creen que Jesús sacrificó su vida al derramar su sangre” (NTV).

Cuando todavía éramos pecadores—no cuando ya habíamos armado el rompecabezas y teníamos el historial de un campeón exitoso—Dios envió a Jesús, Su Hijo, a morir por nosotros. La sangre de Jesús nos hace justos a los ojos de Dios (Romanos 5:8–9). Gracias a Jesús, Dios ni siquiera ve nuestros errores. Es lo que hizo en la cruz lo que nos hace Sus campeones, no lo que hacemos nosotros.

No hay nada que podamos hacer para ser más campeones para Dios. Nos ama tal cual somos por una sencilla razón: somos Sus hijos. Nada condiciona el amor de nuestro Padre Celestial. No se puede ganar ni perder. Simplemente existe y es eterno.

Tampoco hay distintos grados del amor de Dios. Su amor no cambia. No lo puede amar más de lo que lo ama en este momento. Y Él no ama a una persona más que a otra. Es una noticia fantástica y maravillosa.

Entonces, si ya somos campeones ¿no alcanza con eso? No. Aunque Dios nos ame y vea un campeón cuando nos mira, eso no significa que todo creyente vaya a vivir la vida de un campeón. No todo creyente decide ser campeón para Dios y Su reino. Yo no lo hice durante mucho tiempo.

Yo solo quería ser campeona en mi reino. Estaba enfocada en usar mis dones y talento para mi gloria, no la Suya. No me daba cuenta de que ser cristiana era algo más que pedirle a Jesús que perdonara mis pecados y me diera vida eterna (Juan 3:16).

Sabía que tenía que ir a la iglesia, orar y leer la Biblia, pero no entendía que Dios quería asociarse conmigo en la vida y usarme para los propósitos de Su reino. No tenía idea de que alguien pudiera ser campeón para el reino de Dios y, por cierto, no sabía cómo serlo.

Repasemos la vida de Moisés para entender mejor este concepto. Dios creó a Moisés para sacar a los israelitas de Egipto y guiarlos hacia la Tierra Prometida. Dios sabía que Moisés era la persona adecuada para llevar a cabo la tarea, aunque Moisés había matado a un hombre y en ese momento vivía escondido en el desierto, cuidando las ovejas de su suegro (ver Éxodo 1-2). ¿Esa es la descripción de un campeón? ¿Un hombre buscado, un asesino que vivía en la oscuridad?

Por suerte, cuando Dios elige a la gente para liderar Sus causas, no se fija en su aspecto exterior, ni en su pasado, ni dónde vive. Dios tiene en cuenta las cualidades internas que Él nos concedió.

Dios había creado a Moisés para liderar. Había permitido que Moisés atravesara experiencias singulares (e incluso dolorosas) a fin de prepararlo para la tarea. Quería recorrer la vida junto a Moisés y ayudarlo a desarrollar esas cualidades de liderazgo.

Vemos cómo Dios invita a Su campeón a emprender esta aventura junto a Él en Éxodo 3–4. ¿Una voz desde una zarza ardiente? Puede estar seguro de que Dios consiguió la atención de Moisés cuando comenzó a revelarle lo que quería que hiciera.

Dios le dijo algo así como: “Moisés, te elegí para que lideres la causa de Mi gente. Quiero utilizarte para salvarlos de los egipcios. Quiero que los lideres, los protejas y les enseñes a vivir y a amarme”.

Pero Moisés no se veía a sí mismo como líder de nadie. Antes, tal vez. ¿Pero ahora? De ninguna manera. Así que empezó a poner reparos.

“¿Yo?”—dijo—“¿Presentarme ante el Faraón? ¡Pero, Dios…! ¿Quién soy yo para sacar a los israelitas de Egipto? ¿Qué pasa si no me creen? ¿Y si se niegan a escucharme?”.

Incluso después de que Dios le prometiera a Moisés estar a su lado, incluso después de que Él le diera instrucciones y las palabras que debía decir y poderes sobrenaturales, Moisés seguía negándose a aceptar el designio de Dios. Solo podía ver sus propias limitaciones: “Yo…yo no puedo ser Tu mensajero, Dios. Se me tra…traba la lengua”. Él recordaba experiencias del pasado e imaginaba la reacción de la gente en el futuro. Moisés no creía tener ninguna cualidad de campeón ¡y hasta le pidió a Dios que enviara a otra persona!

¿A veces se siente como Moisés? ¿Le cuesta verse a sí mismo como alguien que Dios puede utilizar? Cuando piensa en la palabra “campeón”, ¿le cuesta imaginarse a sí mismo en esa categoría? ¿O se ve como la persona más insignificante cuando Dios le está diciendo que es un guerrero valiente?

Bueno, ¡tengo buenas noticias! Dios utiliza a los más insignificantes para liderar Sus causas.

Fíjese en 1 Corintios 1:27–28: “Dios eligió lo que el mundo considera ridículo para avergonzar a los que se creen sabios. Y escogió cosas que no tienen poder para avergonzar a los poderosos. Dios escogió lo despreciado por el mundo—lo que se considera como nada—y lo usó para convertir en nada lo que el mundo considera importante” (NTV).

¿Alguna vez le dijeron “tonto”? ¿Inútil? ¿Un cero a la izquierda? ¿Alguna vez se sintió despreciado o rechazado? Bueno, usted es la persona que Dios quiere utilizar.

Su pasado no importa; sus limitaciones, tampoco. Todo lo que importa es que usted esté dispuesto a ser utilizado por Dios. Amigo, Dios está en usted, y que Cristo viva en usted es la seguridad de que participará de Su gloria (Colosenses 1:27).

Puede enfrentar y hacer cualquier cosa que Dios lo llame a hacer (Filipenses 4:13) porque el Espíritu de Dios vive en usted. El mismísimo poder de Dios, el corazón de Dios, la mente de Cristo, viven en usted (1 Corintios 2). Su Espíritu le permite hacer lo que Él le pide que haga. No es por su fuerza ni su poder; es por el Suyo (Zacarías 4:6). Usted es un campeón ¡porque Dios, el Campeón más grande de todos, vive dentro de usted!

Es hora de empezar a caminar con la cabeza en alto. Me encanta Levítico 26:13, donde Dios les dice a Sus hijos: “Yo soy el Señor su Dios, que los saqué de Egipto para que dejaran de ser esclavos. Yo rompí las coyundas de su yugo y los hice caminar con la cabeza erguida”.

No debemos caminar con vergüenza ni abrumados por la culpa. No debemos caminar oprimidos por el peso del pecado ni de las palabras de los demás. Dios envió a Su Hijo Jesús a morir por nosotros. Y al hacerlo, Él nos liberó de la condena y del poder del pecado. Él rompió las coyundas del yugo.

Pero no estoy sugiriendo que inflemos el pecho de orgullo y confiemos por demás en nuestra capacidad. No. Nuestra confianza está en Dios y en Su amor por nosotros. Dios declaró cuál era nuestro valor el día que nos creó y Él nos prometió estar a nuestro lado cada día.

¿Alguna vez pensó en el momento que lo crearon? El salmo 139 nos dice que Dios estaba trabajando en el vientre de su mamá, diseñándolo y dándole forma con Sus propias manos. Usted pensará: “Dios no me planificó. Fui un accidente. No fui deseado, sino el producto de la violencia”.

Debe saber que no hay vida fuera de Dios. Él es el Creador, el que otorga y mantiene la vida. (Ver Job 33:4, Hechos 17:28, Colosenses 1:17 y 1 Corintios 8:6). Las circunstancias negativas que rodearon su concepción o nacimiento no niegan el hecho de que Dios lo creó, que lo ama y que tiene un plan bueno para su vida, que Él desea que usted cumpla.

Usted, sea quien sea, es la obra maestra de Dios (Efesios 2:10). Él lo creó a propósito y con un propósito. Puede que sus padres terrenales hayan maldecido el día que nació, pero Dios no. Él quiso que naciera porque valora su vida.

Y no solo eso: Él disfrutó inmensamente al darle forma a cada parte delicada de su cuerpo (Salmo 139:13). Dios lo entretejió. Usted es una creación maravillosa y Él sonríe cuando lo mira. Los pensamientos preciosos que tiene hacia usted superan en cantidad a los granos de arena (Salmo 139:17–18).

Usted es Su posesión preciada, que hasta es digna de la vida de Su único Hijo.

A veces cuesta tener eso presente. El mundo se encarga de recordarnos nuestras faltas, tal como lo hace Satanás, el enemigo de nuestra alma. Pero Dios piensa distinto y es hora de que hagamos que nuestros pensamientos se asemejen a los Suyos. No podemos tener la vida que Dios pretende para nosotros si no lo hacemos.

Hagamos un ejercicio. Escriba las palabras negativas que recibió en su vida de un familiar, cónyuge, hijo, alguien que se decía su amigo o un compañero de trabajo. Escriba también los pensamientos negativos que ha tenido sobre sí mismo. ¿Cuántos son? ¿10? ¿100? ¿1.000? Tome una lapicera y en un papel deje un puntito de tinta por cada pensamiento que pueda contar. Cuando termine, compare la cantidad de puntos con la de granos de arena que hay en el mundo. La arena representa los pensamientos que Dios tiene por usted: Sus pensamientos buenos, preciosos, infinitos. ¿Recuerda el Salmo 139? No importa cuántas cosas negativas haya contado, ¡no hay comparación!

Amigo, Dios piensa que usted es lo máximo y es hora de que se dé cuenta. Él lo creó para ser campeón, pero no podrá lograrlo si usted no cree que tiene pasta de campeón. ¡Dios no crea basura! No comete errores. Le repito: usted—¡usted!—fue creado a propósito y con un propósito. Así que…¿importa lo que la gente dice o piensa?

Continuemos con nuestro ejercicio. Es hora de zambullirnos en la Palabra de Dios y descubrir Sus pensamientos hacia usted. Escriba Sus palabras al lado de las negativas que puso en la lista. Por ejemplo, si escribió “Eres un fracaso”, escriba al lado: “No soy un fracaso. Soy la justicia de Dios”. Si escribió “Nunca vas a llegar a nada. Eres como tu padre” escriba esta verdad: “Mi Padre es Dios Todopoderoso y fui hecho a Su imagen. Él tiene grandes planes para mí y me va a ayudar a cumplirlos. ¡Puedo hacer todo por medio de Cristo, que me da fortaleza!”. Reemplace cada mentira por la verdad de Dios.

Recorra la Biblia todos los días y renueve su mente con los pensamientos que Dios tiene hacia usted. Si quiere saber qué desea Dios para su vida debe cambiar su mentalidad. Cambie la forma de ver todas las cosas, incluso cómo se ve a sí mismo. Al hacerlo, Dios lo transformará en una persona nueva: ¡la persona que Él creó para llegar a campeón! (Romanos 12:2).

Detener los pensamientos negativos, rechazar las palabras que condenan (2 Corintios 10:5), y cuidar su boca (Salmo 141:3) es un trabajo de tiempo completo. Pero bien vale la pena.

 

KRISTI OVERTON JOHNSON estimula y da herramientas a las personas para que logren la victoria mediante sus historias, conferencias y el ministerio carcelario. Para más información, visite kojministries.org.