Siempre sentí pasión por compartir el evangelio y ayudar a que quienes nunca oyeron hablar de Jesús se conviertan en Sus seguidores. Hasta me propuse llevar a cabo la gran comisión de Jesús (Mateo 28:18–20) como misionero en algún lugar lejano.

Mi sueño era viajar a las selvas más profundas de Centroamérica y vivir en una choza con anacondas colgando del techo y todo. Pareció que el Señor aprobaba este plan cuando me envió una esposa bellísima que compartía mi pasión por el trabajo misionero. Hasta estaba de acuerdo con vivir en una choza. Nos imaginaba yendo a poblaciones no evangelizadas. Yo iba a traducir la Biblia, ella les enseñaría y juntos viviríamos felices para siempre sirviendo al Señor.

Parece un plan fantástico ¿no? Es lo que pensamos también, pero Dios tenía otros planes primero (Proverbios 19:21). Después de casarnos, Kathy fue a vivir conmigo a Topeka, Kansas, donde yo había comenzado mi trabajo como pastor de una iglesia.

Con Su sabiduría, Dios postergó nuestro deseo de servirlo en otro país. Sabíamos que algún día lo íbamos a hacer, pero no por el momento. Dios nos puso en Kansas porque sabía que a nuestra juventud le faltaba experiencia y una buena iglesia que nos enviara en misión para partir al otro lado del mundo.

Después de cinco años el Señor nos concedió el deseo que teníamos. Él y nuestra iglesia de Kansas nos enviaron a Taiwán. Se convertiría en nuestro hogar durante 20 años. Aprendimos a hablar chino y fundamos una iglesia. Fue todo un desafío, pero Dios nos ayudó.

Pasaron otros cinco años antes de que una sola persona respondiera a la Buena Nueva; pero cuando sucedió, Dios trabajó fuerte. Kathy y yo estábamos asombrados de la manera en que el Señor derretía el corazón de personas que habían estado tan lejos de creer en Él. A todo nuestro alrededor se transformaron vidas. El Señor utilizó a esas bellas personas para enseñarnos a vivir y amar como Jesús.

En 2006 sentimos que el Señor nos guiaba de vuelta a Estados Unidos. Acepté el puesto de pastor principal y supervisor misionero de la Primera Iglesia Cristiana (FCC) de Phoenix, Arizona. Iba a necesitar todo lo que aprendí en Taiwán, porque Dios estaba por hacer algo nuevo en nuestra congregación (Isaías 43:19). Iba a utilizar ex convictos para hacerlo.

Ministrar a ex presos era algo que no tenía en mi agenda cargada. Sí, había conocido ex presidiarios con los años y había oído sus historias fuertes de redención. Hasta había visitado la cárcel del condado con mi hermano, que es capellán de la policía y estudia para ser pastor.

Admiraba el trabajo de mi hermano y la relación especial que tenía con personas que habían sido delincuentes, pero nunca me había imaginado en ese rol. Ni había estado en una comunidad cristiana con una cantidad considerable de ex convictos. Pero eso iba a cambiar, tras la visita inesperada de dos hombres: Collis, fundador y director de Alongside Ministries (ASM), y Austin, director del sector masculino.

ASM es un ministerio carcelario local muy activo que asigna mentores cristianos a hombres y mujeres encarcelados antes de salir en libertad y les enseña discipulado en un hogar tras su liberación durante nueve meses.

Collis y Austin habían descubierto la pieza que faltaba en el intrincado rompecabezas de la rehabilitación y reinserción y estaban abocados a la tarea de poner esta pieza en su lugar dentro de su ministerio. Eso es lo que los llevó a atravesar las puertas de FCC.

Querían una iglesia-hogar para los hombres y mujeres de su programa y todos los que participaran en el programa de ASM en el futuro. Se reunieron conmigo y mi compañero Jon para hablar de su idea.

“Pastor Chuck”—comenzó Collis—“nuestros hombres y mujeres necesitan experimentar lo que significa pertenecer a la familia de una iglesia. Todos los domingos vamos saltando de un lugar a otro, visitando distintas congregaciones que apoyan nuestro ministerio. Necesitamos encontrar una iglesia-hogar para que nuestros hombres y mujeres puedan experimentar la vida en el cuerpo de Cristo.

“Hace poco hicimos una encuesta a nuestra gente para saber dónde les gustaría quedarse y la respuesta fue unánime. Les gusta el enfoque bíblico que usa FCC para enseñar y siempre se sienten aceptados. Entonces ¿qué piensan? ¿Podemos hacer de este nuestro hogar?”.

Me alegraba que tanto hombres como mujeres hubieran elegido FCC por sobre todas las otras iglesias de la ciudad, pero también me inquietaba la llegada de ex convictos a nuestra comunidad. ¿Cómo iba a reaccionar nuestra gente? Después recordé el sentimiento de Dios por ese sector de la sociedad.

No había duda de lo que Él nos haría hacer. Él ama a quienes estuvieron presos tanto como a cualquier otra persona. Su amor los había liberado de un pozo profundo y oscuro. Nosotros, cuerpo de creyentes ¿cómo les íbamos a negar un lugar en la familia de Dios?

Solo cabía una respuesta. Íbamos a amar como Jesús, a pesar de lo complicado o incómodo que resultara.

Jon y yo no teníamos idea del desarrollo masivo que nuestra iglesia estaba por experimentar, pero sentíamos que Dios estaba orquestando algo grande. Nuestra parte en Su plan era decirle sí a la oportunidad y confiarle los resultados a Él. Podíamos hacerlo.

Y luego Collis nos hizo otro pedido que nos tomó algo desprevenidos: “Nuestros hombres y mujeres no solo quieren asistir al servicio principal, sino que además les gustaría pasar los domingos a la mañana en FCC. ¿Hay alguna clase en la que podrían participar?”.

Empecé a sudar un poco.

Teníamos reuniones pequeñas durante la semana en FCC y por toda la ciudad, pero habíamos eliminado nuestras clases los domingos. Bueno, salvo una a la que asistía la comunidad de adultos más veteranos.

Esa clase estaba compuesta por abuelos que habían ayudado a nuestra iglesia a superar incendios y tormentas que nos habían puesto a prueba. Pero no estábamos seguros de que los entusiasmara que 30 hombres y mujeres que habían estado presos les cayeran en su clase. No estaba seguro de que pudieran manejar el choque cultural.

Les informamos a Collis y Austin que consultaríamos con las personas mayores de nuestra iglesia y les avisaríamos.

Nos reunimos con tres de los patriarcas de la iglesia y les contamos de nuestra reunión con Collis y Austin. Yo sonreía mientras hablaba, esperando suavizar el impacto de la noticia de que FCC ahora iba a ser la iglesia-hogar de una comunidad de ex presidiarios. Después les di la noticia bomba: “¡Y quieren participar en la clase dominical de ustedes!”.

Contuve el aliento, esperando una respuesta negativa, pero los hombres dijeron simplemente que le preguntarían a la clase. El domingo siguiente, tras la reunión del grupo, los hombres dijeron: “La clase piensa que parece ser algo que a Jesús le gustaría que hiciéramos”. Jamás me había sentido tan orgulloso de ser su pastor.

Hace 12 años desde que aquel primer grupo de maravillas con piercings y tatuajes apareció en la clase de la escuela dominical Buscadores del Reino. No puedo evitar sonreír cuando pienso en ese primer domingo. Todavía oigo a Glen (uno de los mayores) cuando me llamó.

“Rápido, Chuck, ven. ¡Tienes que ver lo que pasó con nuestra clase!”. Al principio no supe qué responder, hasta que se le iluminó la cara con una enorme sonrisa. “¡Esta gente duplicó la cantidad de asistentes y redujo en un tercio el promedio de edad!”.

Ese día fue un momento feliz y clave, tanto para la vida de la Primera Iglesia Cristiana como para los hombres y mujeres que necesitaban desesperadamente experimentar el amor de una familia. A todos nos ha cambiado para mejor.

Austin pronto me convenció de acompañarlo a la cárcel para hombres de Florence,

Arizona. Sentí recelo, pero mi temor se disipó cuando esos hombres me dieron la bienvenida a su familia. Desde ese momento soy religioso voluntario en el Correccional de Arizona. Ahora hago lo que veía hacer a mi hermano menor: enseño sobre Jesús y la Palabra de Dios a hombres que están en la cárcel. ¿Qué tal misionar en terreno desconocido? La ironía por la forma en que trabaja Dios me hace reír.

A algunas personas les cuesta creer que hay una iglesia que los va a amar como una familia y los va a ayudar a reinsertarse en la sociedad. Muchos responden: “Sí, claro. Ninguna iglesia quiere tener a alguien como yo”.

Pero cuando vienen, normalmente oigo: “Nunca me sentí tan querido y aceptado”. Eso me alegra el día más que cualquier otra cosa. Estas personas no se dan cuenta de lo que significa para nosotros que ellos nos quieran y acepten.

Cualquier domingo puedo observar a la congregación y ver los rostros de las personas que conocí en la cárcel. Es un privilegio continuar enseñándoles y capacitándolos; muchos se han convertido en amigos cercanos. Me enseñan a seguir a Jesús y ser reflejo de Él en este mundo fracturado.

Dios está actuando intensamente de adentro hacia afuera. ¿Quién iba a decir que podía utilizar a hombres y mujeres transformados por dentro para provocar una transformación en las personas por fuera? Me alegra tener asiento en la primera fila.

Dios remodeló una iglesia que alguna vez fue tradicional, de clase media-alta, que ahora es una comunidad heterogénea donde abundan increíbles historias de redención y personas de cada tribu, idioma y nación conviven en armonía, adorando juntas a su Salvador.

Es una imagen hermosa. Me imagino que el cielo debe de parecerse bastante.

¿Sabe? No a todos les gustó que le dijéramos sí a Dios y aceptáramos a estas personas. El amor y la gracia son complicados. Muchos dejaron nuestra iglesia porque no querían sentarse al lado de un ex convicto.

Pero no importa. En la vida no se trata de hacer sentir cómodos a todos, sino de obedecer al Señor. De amar a los demás y darles la bienvenida a la familia de Dios. De correrse un poco y hacer lugar para las personas que son distintas de nosotros.

Formar discípulos es un proceso de sanación y crecimiento constante. Es meditado, intencional y a menudo, un desafío. ¿Es fácil? No. Se necesita la sabiduría, fortaleza y paciencia de Dios (Filipenses 4:13). Pero el esfuerzo vale la pena.

Y mientras tanto, va a crecer. Va a hacer nuevos amigos. Y va a experimentar cómo Dios hace algo increíble en usted y a través de usted.

¡No se lo pierda! Abra la puerta. Córrase y haga lugar para otros hoy mismo.

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CHUCK FOREMAN y su esposa Kathy han echado raíces profundas en la Primera Iglesia Cristiana de Phoenix, Arizona, una iglesia conocida por servir con respeto a su comunidad. Además de ser padres y abuelos orgullosos, Chuck y Kathy consideran a docenas de hombres y mujeres parte de su querida familia de discípulos.