“Llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo” (2 Corintios 10:5 NVI).

La transformación de nuestra vida parte de nuestra manera de pensar. Ahora lo sé, pero durante mucho tiempo mi mente estuvo plagada de pensamientos tóxicos que me aturdían y perseguían a diario. Me decían que era una perdedora sin remedio, un fracaso y una indeseable. Y yo los creía.

Durante años esos pensamientos se sucedían sin control y exigían mi atención. Créame que mi cerebro era un lugar horripilante. Lamentablemente, yo creía que todo ese ruido era normal. Nadie me había hablado nunca sobre mi verdadera identidad en Cristo.

Trataba de ahogar las voces y la vergüenza con drogas y otras cosas. Estaba tan desesperada por acallar la locura que intenté suicidarme varias veces. Con cada intento fallido, el caos en mi mente se volvía más ensordecedor.

Durante treinta años luché contra la ansiedad y la depresión. Era una persona infeliz, con un diagnóstico de bipolaridad y una pila exasperante de medicamentos psiquiátricos.

Pero entonces encontré a Jesús y Él me libró de mi caos mental y emocional.

Aún recuerdo la calma repentina en mi mente cuando le entregué mi corazón. Fue como podía imaginar la tranquilidad de la primera mañana después de una guerra larga y cruel. Durante años había estado rodeada de caos y miedo y me gobernaba un enemigo perverso; y de pronto tenía paz y libertad. Podía respirar el aire fresco y apreciar la belleza del amanecer, el rocío que adornaba el campo, la niebla leve dispersa en el aire.

Jesús había silenciado las voces atormentadoras que proferían infinitas palabras humillantes, odiosas y destructivas. Él había callado esas voces burlonas que me insultaban y mentían descaradamente sobre quién era. Y en la calma, pude oír la voz dulce de mi Padre celestial diciéndome que me amaba, me aceptaba y me necesitaba. A la luz de Su verdad, supe que no era un fracaso ni un desperdicio: era una persona valiosa.

Paradójicamente, descubrí esta libertad mientras estaba encerrada en la cárcel. Jesús llevó Su luz de verdad y esperanza a ese lugar deprimente y aterrador y la hizo brillar en la oscuridad de mi mente. ¿Quién iba a pensar que Jesús iba a andar por lugares como ese, preparado y dispuesto a liberar a la gente?

Eso fue hace seis años y todavía me estoy transformando según Su imagen. Es un proceso que continuará hasta que esté cara a cara con mi Salvador. El camino no es fácil. De hecho, a menudo parece una batalla.

Satanás sabe que me perdió para siempre, pero todavía ataca mi mente recordándome mi pasado y diciéndome que soy un fracaso. Busca destruir la imagen que tengo de Dios en mi interior. Pero la Palabra de Dios y Su Espíritu Santo me enseñaron cómo pelear la guerra contra los pensamientos tóxicos.

Romanos 12:2 dice que nos transformamos en personas nuevas mediante la renovación de nuestra mente. En qué enfocamos nuestra forma de pensar es crucial para la salud espiritual, emocional y mental. La Biblia está repleta de ejemplos sobre esta verdad. Allí encontramos lo que nos renueva.

Es completamente inevitable: si queremos otra vida, debemos cambiar nuestra forma de pensar. La batalla se gana o se pierde en la mente.

Necesitamos un arma especial para ganar la batalla: la verdad de Dios. Cuando exponemos nuestros pensamientos a la verdad de Dios, Su poder divino derriba fortalezas. Es como dinamita espiritual.

En 2 Corintios 10:3–5, nos dice cómo alcanzar la victoria. “Pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas. Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo” (NVI).

Examinemos mejor este pasaje. Una fortaleza es un bastión con algo adentro. Nos puede proteger o puede ser nuestra cárcel. Nuestros pensamientos pueden funcionar como una cárcel que nos mantiene cautivos o ser el lugar donde nos sentimos seguros y amados.

Por eso Satanás se esfuerza por distorsionar nuestro pensamiento con los comentarios negativos de los demás y las circunstancias difíciles. Hace insinuaciones que nos provocan vergüenza y culpa. Quiere que las palabras, experiencias y sentimientos afecten nuestro diálogo con nosotros mismos para que no consigamos nuestra verdadera identidad como vencedores en Cristo (Romanos 8:37).

Pablo nos enseña que si ponemos nuestros pensamientos en cautiverio y los sometemos a la verdad de Dios, Satanás pierde la batalla. Yo lo veo como el juego, captura la bandera—perseguimos nuestros pensamientos, los capturamos y los llevamos al territorio de Dios.

Déjeme darle un ejemplo. Hace poco alguien me dijo que mis decisiones del pasado lo lastimaron mucho y que el dolor que sentía todavía afectaba otros aspectos de su vida.

Saber que había herido a alguien que amo y que le había causado problemas me hizo perder de vista la verdad de Dios. Satanás empezó a decirme sus mentiras. “Eres un fracaso, Sheridan. Lo único que haces es lastimar a la gente. Nadie te quiere en su vida. Nunca vas a ser suficientemente buena”.

Dejé que esas mentiras rondaran mi cabeza durante un día y me sentí confundida respecto de quién era. Me puse en “modo protegido”. Me cerré, me aislé de los demás y me volví amargada y muda. Cuando hablaba, mis palabras eran prejuiciosas y negativas y lastimaban a quienes me rodeaban.

Por fin, después de casi 24 horas, entré en razón y entendí que mis pensamientos me tenían cautiva. Estaba aceptando las mentiras de Satanás y rechazando la verdad de Dios. Era como estar diciéndole a Jesús: “¡No! No sabes quién soy. Tu Palabra no es verdad”. ¡Vaya!

Debía decidir. ¿Seguía dándole la razón a Satanás y dejando que sus mentiras me consumieran o aplicaba 2 Corintios 10:3–5 a mi forma de pensar para ganar la batalla? Elegí esto último.

Tomé mi diario y empecé a escribir. Me recordé que Dios no me da un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio (2 Timoteo 1:7). Mis pensamientos temerosos y confusos no podían venir de Dios de ninguna manera.

Después escribí cada pensamiento y lo analicé para ver si era verdad o mentira. Por ejemplo, escribí: “Me rechazan”. Luego busqué en la Biblia y escribí lo que dice Dios: “Cristo me acepta y le pertenezco a Él” (ver Efesios 1:6). Después, tomé los pensamientos que no respondían a la verdad de Dios y los rechacé.

No hizo falta mucho para que este ejercicio me arrancara de mis pensamientos espantosos. La verdad de Dios, que es inmutable, siempre me lleva a un lugar de libertad.

Desde ya, Satanás volvió a atacarme otras veces. No va a parar hasta que Jesús venga con Su perfección y Su paz eterna. Pero no importa, porque estoy ganando la guerra. Con ayuda del Espíritu Santo, me doy cuenta rápidamente cuando me ataca. Y como estoy luchando con armas divinas, las fortalezas de Satanás no tienen chance.

No necesita vivir en una tortura mental. Es hora de acallar ese diálogo interior que lo condena. No viene de Dios.

Empiece a analizar los pensamientos que tiene en su cabeza. Pregúntese: “¿Qué historia me estoy contando?”. Vaya por partes y defina si está basada en la verdad o en una mentira.

Cuanto más conozca la Palabra de Dios, más rápidamente podrá reconocer la verdad. Eso se logra empapándose de la Palabra de Dios y aplicándola a su forma de pensar día a día.

Lleva tiempo, pero es la mejor inversión que puede hacer por sí mismo. La verdad tiene la llave de la libertad y según Juan 14:6, Jesucristo es el camino, la verdad y la vida. Conózcalo y va a encontrar todo lo que alguna vez haya necesitado o deseado.

Satanás no va a dejar de intentar vencerlo. Pero al capturar constantemente las creencias erróneas y someterlas a Jesús va a dejar de estar cautivo.

Deje de decirse cosas como fracasado, tonto, estúpido, idiota o perdedor. Cada vez que lo haga, va a ser un cachetazo a la Verdad y a afectar su vida. Elija dejar de pensar en sí mismo como un pecador, un preso, un adicto o una persona horrible. Usted es un hijo de Dios.

Romanos 6:16–18 nos enseña que somos esclavos de lo que escuchamos y obedecemos. Si cree y actúa según las mentiras de Satanás, está preso de él. Créame: no es un jefe sensible.

Pero si somete sus pensamientos a la verdad de Dios encontrará libertad (Juan 8:32) y conocerá la voluntad de Dios para su vida, que es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2).

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Sheridan Correa es consejera bíblica y tiene estudios sobre la atención integral basada en el trauma. Está casada, es mamá de dos muchachos adolescentes, cantante y corredora entusiasta, cuya vida Jesús ha cambiado radicalmente. Se unió a la familia de Victorious Living en 2022 como administradora de nuestras redes sociales.