Me mudé muchas veces en los últimos 40 años. Cada vez que llego a un lugar nuevo me pregunto si me convendrá ser sincera. ¿Cuánto de mi pasado puedo mencionar en una conversación?

Hoy, junto a mi esposo desde hace 30 años, me siento bendecida a pesar de haber librado mi buena dosis de batallas. Mucho antes de conocer al Señor y a mi esposo había estado en una relación tóxica con un drogadicto.

En medio de la inestabilidad y el peligro que vienen con la adicción y la violencia doméstica, me volví codependiente y facilitadora. Seguí en esa relación incluso después de que él me pusiera un revólver en la cabeza y amenazara contra mi vida. Lo dejé cuando por fin me di cuenta de que no lo podía salvar.

Me llevó muchos años superar todo el trauma, y todavía tengo detonadores que manejo durante mis momentos de oración con Jesús.

No pude hablar de esa parte de mi vida durante años. Tenía miedo de que me rechazaran o juzgaran. Ahora que conozco a Jesús y experimento Su perdón y Su gracia, no tengo tanto miedo de contar quien fui en el pasado porque me concentro en quien y de quien soy ahora.

Tener la libertad de ser sincera con la gente es increíble. La transparencia que conseguí me liberó de la vergüenza y la culpa. También ayuda a otros a liberarse y hablar de su experiencia.

Me encanta la historia de la samaritana. Se sentía tan sola y aislada de la comunidad que hacía de todo para evitar a la gente. Pero Jesús hizo más, mucho más, para acercarse a su soledad (ver Juan 4).

Cuando comenzaron a hablar, era evidente que se sentía turbada: “Usted es judío, y yo soy una mujer samaritana. ¿Por qué me pide agua para beber? ” (Juan 4:9 NTV). Lo entiendo porque durante mucho tiempo no me entraba en la cabeza que Jesús pudiera tener que ver nada conmigo.

Jesús ya conocía todo el pasado de esta mujer. Su objetivo al acercarse a ella fue hacerle ver el perdón y la salvación que le estaba ofreciendo. Cuando ella descubrió Su regalo, cambió la narrativa de su conversación. Ahora, en lugar de que la definieran por su reputación, podía hablar de su descubrimiento.

Volvió corriendo adonde estaban las personas de las que siempre se escondía y les dijo: “¡Vengan a ver a un hombre que me dijo todo lo que he hecho en mi vida! ¿No será este el Mesías?” (Juan 4:29 NTV).

Yo era como la samaritana cuando conocí a Jesús. Ahora es mucho más fácil hablar de lo que hice en mi vida porque al final la historia se relaciona con Él, pero oro por sentir siempre esa pasión por hablar de Él.

Él salvó mi vida, curó mis heridas y arregló todo lo que estaba roto dentro de mí. Quiero ue usted y todos lo sepan.

En Cristo encontré libertad y eso cambió mi conversación. La suya también va a cambiar cuando lo conozca.

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Julie Engstrom es esposa y madre. Usa su talento para enseñar y estimular a los demás y así ayudarlos a aceptar su identidad en Cristo.