Un tribunal puede ser un lugar aterrador. Siendo un adicto que con frecuencia tomó decisiones destructivas, sé lo que se siente estar ante un juez con el destino colgando de un hilo. Experimentaba tanta ansiedad, miedo y preocupación.
Pasé años entrando y saliendo de la cárcel sin ver la necesidad de Dios. En mi mente, yo era Dios. Me esforzaba por tratar de controlar todo y a todos. Juzgaba con dureza y amaba con condiciones. Si haces algo por mí, yo hago algo por ti. Si me amas, yo te amo. Así era mi vida.
Todos nacemos con una naturaleza pecaminosa que puede conducirnos al orgullo y la rebeldía. Algunas personas, al igual que yo, se aferran a esa forma de ser pecaminosa, y se oponen deliberadamente a Dios y cualquier forma de autoridad. Sin embargo, tiene un alto precio decidir convertirse en enemigo de Dios. El castigo por el pecado es la muerte, separarse eternamente de Él (Romanos 6:23).
Pero la muerte no tiene que ser nuestro destino. Es cierto que nacemos en el pecado y tenemos una naturaleza que lo busca. También es verdadero que, sin importar nuestros esfuerzos, no podemos cambiar ese hecho. Solo la fe en Jesucristo puede cambiar nuestro futuro.
Jesús nos da esperanza. Romanos 4:25 señala que Jesús fue “entregado a la muerte por causa de nuestros pecados, y resucitado para hacernos justos a los ojos de Dios” (NTV).
Romanos 5:10 nos enseña que cuando éramos Su enemigo, Dios nos reconcilió consigo mismo a través de la muerte de Su Hijo. Dios, en Su amor, bondad y compasión, creó una salida para la sentencia de muerte del pecado. Jesús dio Su vida de manera voluntaria al tomar nuestro lugar en la cruz y canceló así nuestra deuda de pecado para siempre…la pasada, la presente y la futura.
Me gusta imaginarlo de esta manera: usted y yo estamos parados en una corte celestial con Dios como juez. Somos culpables. Pueden darnos pena de muerte. Pero justo antes de que Dios anuncie nuestro destino, Jesús entra y le dice al juez: “Déjalos ir. Yo morí en su lugar”.
El mazo celestial cae con un sonido atronador cuando Dios acepta la sentencia y da el fallo. “Están en libertad de marcharse”, indica. “Jesús ha tomado su lugar y ha limpiado su historial. Por la presente se les declara inocentes de todos los cargos desde este día en adelante”.
¿Le parece demasiado bueno para ser verdad? No lo es. Es justo lo que hizo Jesús por nosotros (2 Corintios 5:21). Todo lo que usted debe hacer para recibir Su ofrenda y escapar de la pena de muerte del pecado es creer y aceptar que Jesús pagó el precio por sus faltas y lo purificó (Romanos 10: 9).
¿Sabía que cuando Jesús murió, le dio a usted una nueva identidad? Ya no es la misma persona. Y como es otro ser, se le da un pasado limpio. Ya no es lo que o quien solía ser. Dios ya no ve a esa persona (Salmo 32:1–2). Su pecado pasado ya no es un problema para Él.
Además de darle una página en blanco, Jesús elimina el poder del pecado sobre usted. Gracias a Él, está libre de la esclavitud que era parte de su pasado. El pecado ya no se apodera de usted. El Espíritu de Dios vive en su interior para darle la victoria sobre todos esos hábitos y vicios anteriores. (Ver Romanos 6–8.)
Comprender estas verdades es vital para llevar una vida transformada. Satanás todavía le recordará sus faltas, defectos y fracasos. Señalará sus debilidades y le dirá cuán indigno es del pago de Jesús por su pecado. Pero adivine qué. ¡No tiene que escucharlo! No cambie la verdad y el amor de Dios por las mentiras de Satanás (Romanos 1:25).
A usted lo rectificaron con Dios cuando puso su confianza en Jesús (Romanos 3:22). Él hizo eso por usted, y nada de lo que haga cambiará esa verdad. Reciba Su ofrenda de perdón hoy. Dígale, con profundo aprecio: “¡Gracias, Señor!”
Y luego vaya a llevar una vida de gratitud en Él.
SHERIDAN CORREA es consejera bíblica y tiene estudios sobre la atención integral basada en el trauma. Está casada, es mamá de dos adolescentes, cantante y una corredora entusiasta, cuya vida Jesús ha cambiado radicalmente. Se unió a la familia de Victorious Living en 2022 como administradora de nuestras redes sociales.