Jeremías 29:11 siempre ha sido mi versículo favorito. Dice: “Porque yo conozco los planes que tengo para ustedes—afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza” (NVI).

Y hasta el 23 de julio de 2022, mi vida reflejaba toda la energía positiva de ese versículo. Tuve padres amorosos que facilitaron mi camino al éxito, hermanas y amigos increíbles, y practicaba el deporte que amaba: el béisbol.

Incluso antes de caminar, tenía un bate y una pelota en la mano. Me sentaba con mi pañal a darle con mi bate de juguete a una pelota plástica apoyada en un soporte. Mi papá plantó la semilla del béisbol en mí, y todos los días, esperaba emocionado en la puerta de casa a que volviera del trabajo para que pudiéramos jugar.

En el arenero, fingíamos que yo era algún jugador profesional y asumía el papel de su respectiva posición. Mi favorito era Brian McCann, receptor de los Bravos. Otras veces me convertía en Josh Hamilton, jardinero de los Rangers, o Derek Jeter, jugador de cuadro de los Yankees. Antes de jugar, papá y yo nos poníamos de pie, nos poníamos la mano derecha en el pecho y cantábamos el himno nacional.

Esta entrega me llevó a comprometerme a jugar béisbol para la Universidad el Este de Carolina (ECU) en secundaría. Tenía la oportunidad de jugar en instituciones más grandes, pero me sentía a gusto en la ECU. Además, mis padres también habían estudiado allí. No teníamos idea de lo importante que sería la comunidad pirata para nuestra familia cuando me fui a la universidad para asistir a los cursos de verano en junio de 2022.

Greenville era una ciudad divertida, y rápidamente formé un vínculo con mis compañeros de equipo. Mis sueños de jugar béisbol universitario finalmente se habían hecho realidad. Le di gracias a Dios por Su fabuloso plan.

Entonces, el sábado 23 de julio, me fui al río Pamlico con mis nuevos amigos. Mi novia, mis compañeros de equipo y yo nos divertíamos mucho en los arroyos deslizándonos sobre el agua en objetos inflables detrás de la lancha de la familia de un amigo.

Como es de imaginar, las cosas se pusieron un poco intensas—éramos un montón de adolescentes. Mi amigo Dixon y yo abordábamos un inflable y nos agarrábamos con fuerza hasta que no podíamos aguantar más y salíamos despedidos. Nos reíamos y nos quejábamos mientras nuestros cuerpos saltaban por el agua.

Cuando un amigo regresó a recogernos, decidí que ya era suficiente. Tomé la cuerda y halé para acercarme a la lancha. Al mismo tiempo, esta hizo marcha en reversa. De repente, la soga quedó atrapada en la hélice y me haló hacia sus cuchillas giratorias en la parte de abajo de la lancha.

Un compañero de equipo proveniente de Florida conocedor del agua vio lo que había sucedido y se lanzó hacia mí. Él acababa de perder a un amigo en un accidente de navegación y no estaba dispuesto a perder otro. Me ayudó a llegar al costado de la lancha y los demás me subieron a tirones. Mi sangre se mezcló con el agua sucia del río y se extendió por toda la embarcación mientras todos trataban frenéticamente de decidir qué hacer.

Nuestra lancha no funcionaba ya que la cuerda todavía estaba atascada en la propela, por lo que mis compañeros comenzaron a hacer señas y gritar para pedir ayuda. Mi novia llamó a emergencias y alguien me puso un torniquete improvisado en los muslos.

Después de unos minutos, un hombre se acercó a nosotros. Sin embargo, se negó a ayudarnos diciendo que no quería que sus hijos vieran esa sangrienta escena. Nos arrojó un botiquín de primeros auxilios y se fue.

Pronto se aproximó otra lancha. En ella había una enfermera que inmediatamente comenzó a atenderme. Fue como un ángel caído del cielo, que trajo orden y paz a nuestro caos. Me trasladaron a su embarcación y me llevaron al puerto deportivo, donde me esperaba una ambulancia. Luchaba por mantenerme despierto, sabiendo que, si me quedaba dormido, podía morir.

Desde el hospital local, me trasladaron en avión al centro médico ECU Health en Greenville. Tuve una experiencia extracorporal durante el viaje. Estaba flotando sobre mi cuerpo, observaba al equipo médico que me trataba y me preguntaba cómo este día podía haber terminado tan mal.

En el hospital, me llevaron rápidamente al quirófano. Eran tres horas de viaje en auto para llegar de Laurinburg, mi ciudad natal, a Greenville, pero papá pisó el acelerador a fondo y llegaron en tiempo récord.

No recuerdo claramente los días siguientes, ya que entraba y salía de cirugía, pero para mis padres, fueron una pesadilla. Solo puedo imaginar el dolor y la impotencia que sentían mientras esperaban.

Debían hacer frente a pesadas cargas para equilibrar el trabajo y la familia. Pronto decidieron mudarse a Greenville permanentemente. Mi familia hizo un gran sacrificio para estar a mi lado.

Me sometí a 22 cirugías, que incluyeron una amputación de pierna por debajo de la rodilla el 4 de agosto. No tuve tiempo para llorar la pérdida o siquiera asimilar lo que podría significar para mi carrera en el béisbol, pues estábamos concentrados en que sobreviviera.

La gente de todo el este de Carolina del Norte oraba por mi recuperación, y recibí muchas cartas de aliento. El apoyo de la comunidad de Greenville dejó boquiabiertos a mis padres. Aunque ni siquiera era nuestra ciudad natal, la gente se interesaba en nosotros.

La ayuda y las oraciones de la comunidad nos dieron sostén a mi familia y a mí, especialmente cuando el médico nos dijo que la sangre no estaba fluyendo alrededor de mi rodilla. Necesitaría otra amputación, esta vez por encima de la rodilla.

La noticia no me afectó al principio. Ya no tenía mi pierna. ¿Qué eran unos centímetros más? Pero mi papá sabía que perder mi rodilla significaba perder nuestro sueño de una carrera en el béisbol, y esa noticia lo golpeó como una tonelada de ladrillos. Yo no había pensado en esa posibilidad hasta que él me lo comentó. Me desmoroné y ambos nos pusimos a llorar.

Pero mamá no iba a tirar la toalla. “Mírenme,” dijo con fiereza. La vimos. “Nadie puede decirte lo que puedes o no puedes hacer. Nadie puede limitarte y nadie conoce tu futuro. Tú decides. Y si quieres jugar béisbol, entonces, eso es lo que buscaremos. ¡No dejes que nadie ni nada te detenga!”. Sus palabras nos hicieron ver a papá y a mí la verdad. Mamá también sabía que nada era imposible para Dios (Mateo 19:26).

Mi familia me había criado para creer en Dios, y yo había puesto mi fe en Jesucristo para la salvación hacía mucho tiempo. Pero en esta prueba, todos aprendimos a confiar en Él de un modo más profundo. Nunca habíamos necesitado de una manera tan obvia de Su intervención. La intensidad de nuestras oraciones aumentó.

Nuestra fe creció exponencialmente cuando, días después, se observó un flujo de sangre en la vena de mi rodilla mientras me lavaban la herida. ¡Recibimos nuestro milagro! Los médicos no podían explicar el regreso de la sangre, pero con gusto pospusieron la cirugía. Entonces, la sangre comenzó a correr libremente a través de mis venas antes secas. Se salvó mi rodilla.

Fue una gran noticia, pero no borró la realidad de mi nueva situación o el dolor que enfrentaría en los próximos meses. Fue difícil reconciliar la promesa de Jeremías 29:11 sobre el buen plan de Dios con este penoso desastre. Incluso dije: “Dios, siempre he confiado en que tienes un plan. Pero éste no parece muy bueno”.

No sabía qué pensar de todo esto, pero sentí que Dios me recordaba que Sus planes nunca tienen la intención de hacer daño. De alguna manera, Él sacaría algo bueno de este dolor; solo tenía que confiar en Él. Me daba Su garantía, perder mi pierna no sería el final de mis sueños.

Tenía muchas oportunidades de enojarme conmigo mismo, con Dios y con los demás. Pero no podía dejar que la ira y la culpa tuvieran cabida en mi vida si quería seguir adelante. Tenía que confiar en el amor de Dios hacia mí y mantener mi humildad. Tenía que empezar desde cero, poner un pie delante del otro y aprender a caminar de nuevo. Y no era fácil.

Hablaba mucho conmigo mismo. “Levántate, Parker. Sigue adelante. Tú puedes. ¡Dios está contigo! Volverás a jugar”. No importaba que no supiera de ningún otro amputado de pierna que jugara béisbol en primera división. Pero ¿acaso no siempre alguien es el primero? ¿Por qué no podía ser yo?

Recordé una frase: “El esfuerzo supera al talento cuando el talento no se esfuerza”. En el béisbol, no había importado tener condiciones naturales. Incluso con ambas piernas, había tenido que trabajar mucho para tener éxito. Así que era hora de dejar de estar sentado y poner de mi parte para experimentar el plan de Dios. De lo contrario, nunca se realizaría. La fe requiere acción.

Han pasado 15 meses desde mi accidente y hoy tengo autorización médica para jugar béisbol. En febrero de 2024, espero pisar el estadio Lewis Field como campocorto de los Piratas de la ECU. Todavía tengo mucho camino por recorrer en lo físico, pero me apego a mi objetivo de mejorar en uno por ciento cada día. A veces parece que voy en reversa, pero a menudo avanzar se siente de esa manera. Solo tengo que mantener mis ojos en la meta.

Cuando esté de vuelta en el campo, espero que la gente haga algo más que admirarme por haber regresado. Espero que se sienta animada a participar en el juego de la vida. Una señora me dijo recientemente que la había motivado para usar las escaleras en vez del ascensor. Ese es el tipo de estímulo del que hablo.

Es difícil para mí creer lo que es mi vida hoy. Este adolescente del Sur de los Estados Unidos, que admite hablar entre dientes, ahora es portavoz de Dios. Si no hubiera sido por mi accidente, nunca habría tenido una historia inspiradora. Dios ha tomado mi vida y el deporte del béisbol, y les ha dado un propósito eterno.

Tal vez, como yo, usted esté enfrentando una prueba dolorosa salida de la nada y se sienta confundido mientras se pregunta: “Dios, ¿qué plan es este? Duele”. Por favor, sepa que todavía hay esperanza.

Confíe en Dios y obedézcalo. Apóyese en Él y rehúse rendirse. Con el tiempo, tendrá éxito. Dios tomará las dificultades de su vida y obrará a través de ellas en favor de usted y Su gloria (Romanos 8:28).

No escuche la negatividad que lo rodea, especialmente esa voz desagradable de su cabeza. Nadie más que Dios y usted pueden determinar su futuro. Puede que usted no vea el bien de Su plan tan rápido como yo, pero ya va a llegar. Así que no se rinda. Dios está de su lado, y eso es suficiente. Recuerde, con Él, todas las cosas son posibles.

 

PARKER BYRD es alumno de la Universidad del Este de Carolina (ECU) y miembro de su equipo de béisbol. Se lo ve compartiendo su inspiradora historia en distintos lugares cuando no está estudiando, haciendo ejercicio o abanicando el bate con sus compañeros de equipo.