Me crié en el típico hogar acomodado. Estaba acostumbrado a los privilegios. Así que ya de adulto, mi mayor preocupación pasó a ser llegar al dinero de papá antes de que él lo malgastara. Pero no era lo suficientemente rápido.

Papá murió en un hospital de veteranos sin nada a su nombre. Decidí que eso nunca me sucedería a mí, y me propuse asegurarme las cosas que el mundo ofrecía, sin importar el precio que tuviera para otros o para mí.

A los 16 años, embaracé a una muchacha y nos casamos. Después de la secundaria, entré a la universidad, donde conocí a un hombre que me enseñó a hacer trampa con las cartas. Con su ayuda, me hice apostador profesional. Pagué mis estudios haciendo dinero con mis naipes.

Al graduarme de la universidad, me divorcié de mi esposa, abandoné a mi hijo y me concentré en avanzar en mi carrera. Encontré a otra mujer con quien me casé y que me dejaba hacer lo que quisiera.

Por mi reputación de jugador, me invitaron a Las Vegas. Inmediatamente me impresionó el suministro interminable de dinero y mujeres, las limusinas, el poder y la fuente que había en medio de mi suite. “Si puedo conectarme con todo esto, mi vida va a estar bien”, pensaba.

Una noche, me fui a la mesa de bacará donde los grandes jugadores apostaban con dinero en lugar de fichas. Había millones de dólares sobre esa mesa y vi a un hombre perder 200.000 en 20 minutos.

“No sabes lo que haces, ¿verdad?”, le pregunté después de unos tragos. Me llamó sabelotodo y me invitó a cruzar la calle para ir al Caesars Palace.

En cuanto cruzamos las puertas, llamamos la atención. Los repartidores de blackjack levantaron la vista y la gente se apartó cuando fuimos a la mesa de bacará. Ya sentados, el hombre susurró al oído del crupier. Enseguida, se despejó la mesa y se eliminó el límite de la apuesta. El hombre pidió 50.000 dólares tan con la misma facilidad con que se ordena un vaso de leche. ¡Luego me entregó el dinero y me dijo que jugara!

Tuve una buena racha, y en 15 minutos, gané más de un cuarto de millón de dólares. Mi nuevo amigo se convirtió en mi padrino. Rápidamente me introdujo en los bajos fondos y comencé a lavar dinero de la mafia por todo el país.

A pesar de mis nuevos contactos delictivos, seguí siendo gerente de una importante compañía en Houston. Mis compañeros de trabajo no sabían nada de mi doble vida, pero eso cambiaría pronto.

Cada vez más fuera de control, complacía todos mis caprichos. Un día, mientras hablaba por teléfono con una mujer de Kansas City, le pregunté qué quería de la vida. Cuando respondió “poder y dinero”, me subí al siguiente avión para encontrarme con ella. En la cena, sugerí que nos casáramos. No importaba que yo tuviera 12 años de matrimonio con mi esposa. En la vida solo importábamos yo y lo que quería.

Regresé a casa e informé a mi esposa que me iba. Luego me subí a mi Cadillac, conduje de regreso a Kansas City, recogí a esa mujer y me mudé a Denver. Allí me convertí en el director ejecutivo de una empresa transnacional multimillonaria.

Tenía una limusina, una cuenta de gastos ilimitados, anillos de diamantes, Rolex, joyas de oro y todo lo que quisiera. Y tenía poder tanto en el medio empresarial como en los bajos fondos.

Sin embargo, terminé preguntándome: “¿Ahora qué? ¿Esto es todo?”.

No tenía respuesta, así que me establecí una nueva meta. Sería jugador de ráquetbol de alto nivel nacional. Ascender en este deporte era divertido y excitante. Pero como con todo lo demás, la emoción de ganar terminó desapareciendo y regresó el vacío.

Nadie sabía cuán solo y deprimido me sentía. Mi tercera esposa se cansó de mis travesuras y se fue con otro hombre. Fue solo por la gracia de Dios que no pagué para que la mataran.

Pronto conocí a Peggy y nos casamos. Al mismo tiempo, fundé una nueva empresa para atender a hombres “poderosos” como yo que querían “más en la vida”: un burdel llamado Fantasy Island. Se convirtió en una de las casas de prostitución más grandes del país.

Un día, llevé a Peggy a Las Vegas para que viera cómo la gente complacía todos mis caprichos. Entré y la llevé a la misma mesa de bacará donde había comenzado la locura años antes. Irónicamente, estando allí me llamó mi abogado para decirme que los federales habían allanado Fantasy Island. Había una orden de arresto en mi contra.

Tomé un avión a Denver y me detuvieron. Increíblemente, me dieron libertad condicional. Para mí, eso solo significaba: “Que no te atrapen de nuevo”.

Luego de que mi doble vida quedara expuesta en los noticieros nacionales, me echaron de mi empleo diurno. Pero eso no importaba. Incursioné en el reclutamiento de ejecutivos y rápidamente volví a ganar mucho dinero. Había evitado la cárcel y continuaba triunfando en la vida, pero en mi interior, sabía que no estaba bien.

Durante años, solo había habido un lugar donde me había sentido realmente bien y era Lost Valley Ranch, una hermosa comunidad en las montañas de Colorado.

Cada vez que iba allí, me sentía de lo mejor. Pero cada vez que volvía a casa, la realidad de mi lamentable existencia me sacudía. No sabía por qué ese lugar era tan especial o qué hacía tan diferente a su gente.

Recuerdo que un domingo de Pascua cualquiera estaba en Lost Valley y decidí hacer lo que hace la gente en esas fechas: ir a la iglesia. Monté mi caballo y fui al prado donde un joven llamado Bob Foster estaba predicando un sermón.

“Hay una diferencia entre la alegría y la paz interior”, dijo. “La alegría es como el olor de un auto nuevo, salir con alguien, cerrar un gran trato, las drogas ilícitas o el sexo. Los tienes y te sientes bien, pero la sensación no dura. La paz es diferente”.

Sabía que el muchacho tenía razón. Yo había alcanzado, recibido, realizado y escalado toda mi vida, pero ¿para qué? Me sentía tranquilo y alegre por un tiempo, pero el vacío siempre regresaba, sin falta.

¿Cómo podía tener esta paz duradera que Bob predicaba?

Él respondió a mi pregunta explicando que la paz solo viene a través de una relación personal con Cristo. Sin importar lo que eso significara, no era la respuesta que deseaba. Maldije, me subí a mi caballo, salí del prado, y regresé en auto a Denver y mi loca vida.

Dios, en su bondad, no me dejó escapar. Me persiguió. De repente, mi vida estaba llena de gente que me hablaba de Jesucristo y la paz que Él ofrecía. Yo respondía con burlas e insultos.

Estoy seguro de que muchos se fueron creyendo que habían fracasado, pero no era así. Hasta el día de hoy, puedo decirles sus nombres, cómo se veían, qué vestían y, lo más importante, qué decían. Dios utilizó a cada uno de ellos para plantar una semilla en mi orgulloso corazón.

Tomemos, por ejemplo, a Paul y Kathie Grant. Paul, un judío creyente en Cristo, compartía pacientemente su fe conmigo en la cancha de ráquetbol. Riéndome a sus espaldas, fingía estar interesado.

Durante meses, el Dr. Grant respondió a mis preguntas. No se daba cuenta de que lo distraía deliberadamente para que llegara tarde al trabajo. “¡Qué grandísimo tonto!”, pensaba yo. “¿Cómo puede este idiota sentarse aquí y dejarme hacer esto cuando tiene una sala de espera llena de pacientes?”.

Sin embargo, Paul fue mi primer amigo verdadero. Cuando ocurrió el allanamiento de mi casa de prostitución, él fue el único que me contactó para preguntar si estaba bien. Otros “amigos” me llamaron para asegurarse de que sus nombres permanecieran en el anonimato o para preguntar dónde podían encontrar a las chicas que habían trabajado en Fantasy Island. Pero Paul llamó por mí.

Finalmente, Paul nos invitó a Peggy y a mí a ir a la iglesia. Fuimos, y él y Kathie nos llevaron a su casa después del servicio. No quería quedarme mucho tiempo, tenía 100.000 dólares en juego en los eventos deportivos de ese día. Pero eran nuestros amigos, así que, bueno…

Hablamos un rato y compartimos partes de nuestras historias de vida. Las suyas siempre terminaban en algo relacionado con Dios. Cuando nos fuimos, le dije a Peggy: “Vamos a casa y tomemos un trago. Esas cosas están bien para ellos, pero a mí no me interesan”. Rechacé el mensaje de Dios una vez más.

Mientras tanto, el Departamento de Policía de Lakewood, Colorado, no estaba conforme con mi acuerdo de libertad condicional. Decidido a llevarme ante la justicia, me envió a una atractiva policía encubierta. Ella ofreció a venderme un televisor robado e insinuantemente me dijo que ella “venía incluida”. Le di 200 dólares y me arrestaron.

Sentí miedo mientras estuve sentado en la cárcel durante el fin de semana. La violación de mi libertad condicional podía significar ocho años de prisión. Empecé a llorar, no porque estuviera arrepentido, sino porque sentía pánico.

De vuelta en casa y mientras esperaba juicio, pensaba formas de escapar de mi inminente destino. Las drogas y el alcohol me daban un alivio temporal, pero sabía que solo me traerían más problemas. Mi dinero financiaría mi vida de fugitivo, pero ¿adónde ir? Me planteé el suicidio.

Dios usó a mi incrédula esposa para salvar mi vida. Ella sugirió que llamara al hombre que nos había casado, un pastor cristiano.

Su idea me enfureció. ¡No quería esas cosas en mi vida! Pero el Espíritu Santo era más poderoso que mi arrogancia y llamé a ese pastor para decirle que quería paz interior.

Al día siguiente, conduje más de 85 millas hasta su pequeña iglesia rural. Y a las 10:00 a.m. del 4 de marzo de 1981, conocí a Jesucristo como mi Señor y Salvador. Inmediatamente, Dios se apoderó de mi vida y la puso de cabeza.

La primera evidencia de Su presencia se produjo en mi viaje por la montaña luego de mi reunión con ese pastor. Empecé a pensar en mi hija, Tammy, a quien había abandonado 23 años antes. Fue mi primer pensamiento desinteresado.

Increíblemente, había un mensaje suyo esperándome en la contestadora automática de mi casa. Ella dijo algo de lo más extraño: “Vi tu nombre en los periódicos por todos tus arrestos. Me gustaría conocerte”.

Cuando nos conocimos, le pedí perdón de inmediato. Ella me respondió con amabilidad. Increíblemente, el Señor me dio el privilegio de guiarla a Él.

Dados mis cargos judiciales, esperaba ir a prisión. Pero milagrosamente el juez desestimó mi caso e incluso dictó que ya no se me siguiera procesando en la jurisdicción distrital. Salí de la corte siendo totalmente libre, pero lo más importante era que Cristo me había liberado de mis pecados.

Comencé a orar por la oportunidad de regresar al Departamento de Policía de Lakewood a contar cómo Cristo había cambiado mi vida. Dios complació el deseo de mi corazón.

El subjefe de policía estaba almorzando con unos compañeros cuando surgió mi nombre. Desconfiando de la noticia de que yo había cambiado, afirmó: “Ni siquiera Dios podría perdonar a ese hombre”.

Alguien lo desafió a averiguarlo. Así que el subjefe organizó una reunión. “He venido a ver si lo que has encontrado es verdad”, me dijo mientras nos sentábamos. Después de escuchar mi testimonio, nos tomamos de las manos y oramos juntos.

Tres meses después, este hombre que había orquestado mi arresto me presentó a la policía encubierta cuya operación había terminado en mi detención. Se trataba de una cristiana comprometida y ahora una amiga cercana.

Mi vida continuó cambiando con la presencia de Dios, y pronto me convertí en el capellán en jefe de la Patrulla Estatal de Colorado y la DEA. Tenía más credenciales que la mayoría de los oficiales. Dios también comenzó a enviarme a las cárceles para brindar ministerio a menores, hombres y mujeres. Con Dios, todas las cosas son posibles.

No he sido el mismo desde que entregué mi vida y mi voluntad a Jesús. El Príncipe de Paz ha llenado mi corazón y me ha sanado. Él me ha liberado de mi estilo de vida vacío, y mi principal deseo ahora es compartir las buenas nuevas de salvación de Dios con el mundo. Quiero que las personas en todas partes, incluyéndolo a usted, experimenten el poder transformador de Su amor.

No se conforme con las emociones temporales de este mundo. La paz de Dios está a su disposición a través de una relación con Su Hijo, Jesús. Oro por usted para que “experimente el amor de Cristo, aun cuando es demasiado grande para comprenderlo todo. Entonces será completo con toda la plenitud de la vida y el poder que proviene de Dios” (Efesios 3:19 NTV).

Si está listo para hacer eso, ore conmigo: “Padre Celestial, soy un pecador que necesita un Salvador. Perdóname por mi pecado. Creo que enviaste a Tu Hijo, Jesús, a morir en una cruz por mí y que resucitó. Te doy mi vida. Deseo que Tu voluntad se imponga sobre la mía. Padre, dame paz y hazme un ser completo. Dame Tu Espíritu Santo para que me ayude a vivir como Tú deseas. Pido esto en el nombre de Jesús. Amén”.

 

BILL FAY es egresado del Denver Seminary y excapellán en jefe de la Patrulla Estatal de Colorado y la DEA. Ha hablado ante distintas denominaciones durante 40 años. Su libro más vendido, Testifica de Jesús sin Temor, ha sido traducido a 54 idiomas y brinda herramientas prácticas para presentar el mensaje de la gracia salvadora de Dios de modo convincente. Visite sharejesuswithoutfear.com para ver videos sobre cómo compartir su fe de manera única.