Recientemente, visité Tierra Santa; y ahora que he visto dónde vivió, murió y regresó a la vida Jesús, estoy segura de que nunca seré la misma. Ahora cuando leo la Biblia o escucho un mensaje, es como si me hubieran dado el don de ver y escuchar la Palabra de Dios en un televisor de alta definición de 90 pulgadas con sonido envolvente, cuando solo lo había hecho en blanco y negro. La Palabra de Dios ha cobrado vida dentro de mí de una manera nueva y fresca.

Visité muchos lugares y tuve muchas revelaciones en Israel, pero presenciar las masas de personas que anhelaban a Dios me impactó más. Cada año, individuos de todas las tribus y naciones llegan a Tierra Santa para orar, adorar, recorrer la zona y escuchar las enseñanzas bíblicas.

Ver a tanta gente hambrienta y sedienta del Señor me alentó el corazón. Los noticieros de hoy retratan un mundo que le ha dado la espalda a Dios. Pero en Israel, fui testigo de un remanente de personas que con autenticidad deseaban Su presencia.

Un punto culminante de mi viaje fue un momento de adoración espontánea junto a creyentes alemanes. Nuestro grupo acababa de entrar en una catedral cercana a Jerusalén cuando escuchamos a otros peregrinos cantar el viejo himno “Cuán grande es Él”. Resonó contra las paredes de piedra en armonías a cuatro voces.

Nuestro grupo se les unió en el último verso del himno—en inglés, por supuesto. Fue el sonido más hermoso que haya escuchado. Me imagino que Dios estaba sonriendo mientras recibía las alabanzas de Sus hijos. No hablábamos el mismo idioma, pero estábamos diciendo lo mismo: “¡Dios, eres increíble!”

Cuando terminó la canción, se hubiera podido oír la caída de un alfiler. La presencia del Señor en ese lugar era así de fuerte. De repente, todos empezamos a aplaudir y dar aleluyas.

Nuestros grupos salieron de la iglesia al mismo tiempo y nos abrazamos. Le dije a una señora: “Hola, hermana”. Al principio parecía confundida, pero luego sonrió y respondió en un inglés rudimentario: “¡Sí, nosotras hermanas!”

Éramos 84 personas en nuestro grupo de entre 22 y 86 años. Teníamos diferentes orígenes étnicos, denominaciones y situaciones socioeconómicas. Nuestras experiencias de vida eran muy diversas. Una dama nos contó cómo solo dos años antes había estado viviendo en una tienda de campaña debajo de un puente luego de que la adicción la despojara de todo lo que amaba.

Pese a nuestras distintas características geográficas y vivenciales, rápidamente formamos un vínculo. Coincidíamos en algo: “háganme verdaderamente feliz poniéndose de acuerdo de todo corazón entre ustedes, amándose unos a otros y trabajando juntos con un mismo pensamiento y un mismo propósito” (Filipenses 2:2 NTV).

Eso fue gracias a que reconocimos el valor de cada uno a los ojos de Dios y nos tratamos unos a otros con respeto y amor, como Jesús ordena en Juan 13:34. El amor de Dios que había en nosotros fue un poderoso agente unificador. Nos permitió ignorar las diferencias físicas, políticas y socioeconómicas, y nos abrió los ojos a la belleza del espíritu del otro.

También produjo generosos actos de bondad, gracia y paciencia durante toda la semana. Por su edad y limitaciones físicas, algunas personas caminaban mucho más lento que otras. Pero nadie se quejó nunca y no dejamos a nadie atrás. Si un miembro del grupo tropezaba o caía por lo accidentado de un terreno, los otros lo ayudaban a levantarse.

Ah, si los hijos de Dios siempre pudieran ser tan amorosos, amables, generosos y pacientes entre ellos, nuestro mundo se transformaría.

Un día, después de una deliciosa y costosa comida junto al mar de Galilea, un joven de nuestro grupo bendijo toda nuestra mesa ocupándose de la cuenta. Supe de la generosidad de Mark haciendo la fila en la caja registradora. Tenía mis séqueles (la moneda israelí) en la mano cuando él se dio la vuelta y dijo: “Todo está cubierto”. Me quedé atónita. Apenas lo conocía; estaba en su mesa por casualidad.

La acción de Mark me hizo pensar en el generoso regalo de salvación que nos hizo Dios (Juan 3:16) cuando “compró nuestra libertad y perdonó nuestros pecados” (Colosenses 1:14 NTV).

De pronto me imaginé ante una caja registradora celestial, esperando pagar el precio de mi pecado, un costo que nunca podría pagar (Romanos 6:23). Entonces Jesús se daba la vuelta, me miraba con ojos de amor y decía: “Todo está cubierto. Pagué el precio de tu pecado y los pecados del mundo.” (Ver 1 Timoteo 2:6.)

Yo no había hecho nada para merecer este amable acto de misericordia. De hecho, nadie se lo merece. Pero solo piénselo: Jesús pagó ese alto precio por usted y por mí incluso antes de que lo conociéramos y cuando todavía éramos pecadores activos (Romanos 5:8).

Lamentablemente, ese fue el último intercambio que tuve con Mark. Alrededor de la medianoche, su esposa llamó con una noticia devastadora: su hijo había muerto.

Nuestro líder se lo comentó a nuestro grupo después de nuestra devoción matutina, mientras estábamos sentados bajo un techo de metal que daba a Belén. La tristeza se sentía en el aire, pero luego, uno por uno, nos pusimos a orar. Llevamos con toda confianza a nuestro hermano y sus seres queridos ante el trono de Dios e intercedimos por él (Hebreos 4:16; 1 Timoteo 2:1).

Me dolía el corazón y, como todos los demás, tenía preguntas. Pero me consoló saber que mientras Mark viajaba a casa para reunirse con su angustiada esposa e hijos, más de 80 personas clamaban a Dios en su nombre.

En Su gracia, pude ver que Dios le había dado a Mark una nueva familia de portadores de cargas para que intercedieran por él. No solo eso, sino que mi Señor también había colocado a muchos hombres de Dios poderosos cerca de Mark cuando recibió la noticia. Se quedaron con él toda la noche, apoyándolo y haciendo arreglos para su regreso a casa. Pese a las apariencias, Dios no estaba ausente y no había abandonado a Mark.

El Señor nunca abandona a Sus hijos. Juan 14:18 promete que Él nunca nos dejará huérfanos. La palabra “huérfano” siempre me trae a la mente una imagen de mi hijo adoptivo, Dalton, y mi hija adoptiva, Ivy. Los veo como eran en 2004 cuando los conocí en Rusia. En particular, recuerdo a Ivy, que vivía en un deteriorado hospital infantil. Ella estaba en un estado extremadamente malo.

La madre de Ivy los había abandonado a ella y sus hermanos. No tenían provisiones, protección, guía, propósito, voz o esperanza. Incluso después de salir del hospital, Ivy seguía estando delicada, pálida, hambrienta, sucia, indefensa y sin voz. No sabía ningún idioma. Ni siquiera sabía su nombre porque había vivido sus primeros años en aislamiento.

A partir de esa imagen, entiendo mejor la promesa de Dios de no dejarnos huérfanos. En Él, nunca estamos solos, rechazados, sucios, débiles, indefensos, sin voz o sin esperanzas para el futuro. Somos aceptados, protegidos, amados, puros, íntegros, escuchados, vistos y poderosos. Pertenecemos a Dios, y llevamos Su nombre, el nombre que está sobre todo nombre (Filipenses 2:9).

A veces, las circunstancias pueden hacer que parezca que Dios nos ha abandonado. Pero Números 23:19 nos recuerda: “Dios no es un hombre; por lo tanto, no miente. Él no es humano; por lo tanto, no cambia de parecer. ¿Acaso alguna vez habló sin actuar? ¿Alguna vez prometió sin cumplir?” (NTV). Dios no abandonará a Sus seres amados, ni a mí ni a Mark ni a Ivy y, ciertamente, tampoco a usted.

Puede parecer que el mal ha vencido en su vida. Es posible que se sienta completamente solo. Pero no lo está. Dios está cerca, y Él está listo a ayudarlo. Vea el Salmo 121:2–8: “Mi ayuda viene del Señor… Él no permitirá que tropieces; el que te cuida no se dormirá. … ¡El Señor mismo te cuida! El Señor está a tu lado como tu sombra protectora. … El Señor te libra de todo mal y cuida tu vida. El Señor te protege al entrar y al salir, ahora y para siempre” (NTV).

¿Significa eso que usted no experimentará dolor? No. Pero sí quiere decir que no está solo en su dolor. ¿Significa que la vida nunca se oscurecerá? No. Pero las tinieblas no podrán apagar la luz que hay dentro de usted (Juan 1:5; 16:33).

Si ese viaje me enseñó algo, es la importancia y la belleza de la familia, la familia de Dios. Eclesiastés 4:12 dice: “Alguien que está solo puede ser atacado y vencido, pero si son dos, se ponen de espalda con espalda y vencen; mejor todavía si son tres, porque una cuerda triple no se corta fácilmente” (NTV).

Al igual que el terreno accidentado de Tierra Santa, los caminos de la vida a menudo son difíciles y empinados. Por favor, no intente hacer el viaje solo. Alguien sin compañía está expuesto a los ataques y las derrotas. Pero si se mantiene cerca de Dios y se rodea de otros creyentes, saldrá victorioso.

Usted tiene una familia. Todo el que profese a Jesús como su Señor y Salvador se convierte en parte de Su familia eterna (Efesios 2:19). Sin importar quién sea o lo que haya hecho, tiene un lugar en la familia de Dios. Y nada puede separarlo de Su amor (Romanos 8:31–9).

Usted también tiene un lugar en la familia Victorious Living. Consulte las páginas 2 y 30 para obtener información sobre cómo contactarnos. Al igual que mi grupo turístico de Tierra Santa, somos un grupo diverso de personas que buscan cumplir el mandamiento más grande de Dios: amar al Señor con todo lo que somos y amar a los demás como a nosotros mismos. No somos perfectos, pero la gracia y el amor de Dios nos unen. Lo invitamos a unirse a nosotros.

 

Kristi Overton Johnson motiva a las personas y les da herramientas para que logren la victoria mediante sus historias, conferencias y el ministerio carcelario. Para más información, visite kojministries.org.