“El SEÑOR es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda. Mi corazón salta de alegría, y con cánticos le daré gracias” (Salmo 28:7 NVI).

Sentí una gran agitación en mi espíritu ese día; la dicha y la expectativa burbujeaban en lo más profundo de mi ser. “Dios, estoy lista para lo que sea que me tengas ahora”, dije con seguridad. No sabía lo que me traería el día siguiente, pero sabía que me cambiaría la vida. Y sentí que tenía que ver con mi matrimonio.

Mi esposo, Dave, y yo pasábamos un momento difícil. Nos amábamos profundamente, pero algo oscuro había penetrado en nuestras vidas. Su mente estaba atormentada, y empezaban a aparecer nuevos comportamientos destructivos.

Como era muy luchador, Dave intentaba sobreponerse al dolor. Mostraba una sonrisa y encaraba al mundo. Solo algunos de nuestros amigos y familiares más cercanos conocían lo profundo de nuestro combate.

Conocí a Dave Mirra en mi segundo año de estudios en la Universidad de Carolina del Este. Él se había mudado a Greenville, Carolina del Norte, para estar más cerca de su hermano y montar su bicicleta BMX en un parque local. Dave era una leyenda de ese deporte. Yo no tenía idea de quién era y qué hacía cuando lo vi por primera vez.

Hasta entonces, no había sido su fan ni seguidora, pero me sentía intrigada. Su sonrisa y naturaleza amable y centrada se ganaron rápidamente mi corazón, y un año y medio después nos casamos.

La vida en el mundo de Dave era diferente a todo lo que yo había experimentado. Era ajetreada, acelerada y emocionante. Dave era intenso con su bicicleta y en la vida, y eso me mantenía a la expectativa, sobre todo cuando a altas horas de la noche o temprano en la mañana decía: “Oye, amor, vámonos a Siracusa”. Siracusa, Nueva York, era su hogar, y le gustaba visitarla a menudo. Así nos lanzábamos a otra aventura improvisada.

Vivir en un mundo de actividad constante y atención pública conllevaba desafíos. Y como toda pareja, Dave y yo teníamos altibajos. A menudo me sentía insegura de mi papel y mi importancia. A veces me sentía indigna, lo que me llevaba a buscar la aprobación de otros. Para entonces, teníamos dos hijas, y al enemigo le encantaba convencerme de que no bastaba con ser esposa y madre. Esta lucha interna duró años y a menudo causaba conflictos en nuestra relación.

A los pocos años de casarnos, me di cuenta de que a menos que Jesús se convirtiera en el centro de nuestra relación, lo nuestro no sobreviviría. Este anhelo solo se intensificaba a medida que nuestras hijas crecían. Quería criarlas en un hogar cristiano como el que había tenido yo. Sabía de primera mano cómo el Señor ayudaba a mi familia a superar las dificultades.

Sin embargo, al igual que muchos jóvenes, me había alejado de mis raíces de fe en la universidad y Dave desconocía ese aspecto mío. Así que para él, mi deseo de seguir al Señor era una sorpresa. Aprender a confiar en Dios fue un viaje que debimos emprender juntos.

Comencé a presionar a Dave para que fuera un guía espiritual en nuestro hogar. Mis intenciones eran fabulosas, pero las acompañaban acciones controladoras y manipuladoras. En Su sabiduría, Dios me envió algunos amigos religiosos para ayudarme a hallar el equilibrio, y animarme a hacerme a un lado y confiar en que el Señor obraría en la vida de Dave. Lo intenté, pero mantener las manos y la boca fuera de la situación no era fácil. Me parecía que Dios demoraba demasiado en lograr que mi esposo colaborara; seguramente necesitaba mi ayuda.

El Señor me recordó con gentileza que debía concentrarme en mi relación con Él, y no la relación de Dave con el Señor.

Con el tiempo, aprendí a confiar en Su proceso, orden y tiempo, entendiendo que Dios no fuerza a las personas a tener una relación con Él; las atrae (Juan 6:44). Y eso es lo que hizo con nosotros dos, solo que de diferentes maneras.

Mucha gente no lo sabe, pero fue Dave quien llevó a nuestra familia a la iglesia. Un día, hojeando una revista local, encontramos información sobre un servicio y acordamos probar. Más adelante, Dave nos llevó a la iglesia Opendoor, a la que nuestra familia todavía asiste.

Ver cómo el Señor enviaba fielmente a las personas que respondían las preguntas de Dave y ablandaban su corazón era una lección de humildad. Dios también usó las circunstancias para mostrar Su amor y atraer a Dave. En muchas ocasiones, le salvó la vida en accidentes, caídas de bicicleta y enfermedades potencialmente mortales como la meningitis bacteriana.

Nunca olvidaré cuando me enteré de las pocas probabilidades de que sobreviviera a esa afección. Sin embargo, Dios tenía otros planes, y unos días después, Dave y yo salimos del hospital tomados de la mano con un sol que brillaba intensamente sobre nosotros. Ambos sabíamos que indudablemente el Señor dejaba caer Su misericordia y gracia sobre nosotros.

Dios usó esta experiencia cercana a la muerte para enseñarme el poder de la oración y el don de la comunidad cristiana. Extraños se habían arrodillado en oración por nosotros, y nos habían servido y apoyado. Era increíble que desplegaran esa bondad inmerecida; sus acciones reflejaban el corazón de Dios.

En cuanto fue posible, luego del susto de la meningitis, Dave volvió a competir. Incluso se incursionó en las carreras de rally, el boxeo y los triatlones. Yo continué acercándome al Señor (Santiago 4:8) y pude sentir que me hablaba, tanto mediante Su Palabra como a través de otros.

Recuerdo a una mujer de la iglesia que dijo algo significativo para mi vida. Oramos juntas y, a través de sus palabras, finalmente entendí cómo me veía mi Padre celestial. Entender lo que sentía Dios hacia mí cambió el modo en que me veía a mí misma. Como Su hija amada, ya no necesitaba demostrar mi valía ni pelear por mi papel en mi matrimonio. Comencé a asentarme en los brazos fieles de mi Padre celestial.

Dios ha usado a muchas personas para hablarme. Sus palabras salidas del Espíritu Santo siempre han sido oportunas, y me han infundido esperanza y aliento. Así fue el 4 de febrero de 2016, un día después de que me sentí llena de alegría.

Esa mañana fue dura. Aun así, recordé las promesas de Dios que había en Su Palabra y las que me había hecho a través de Su Espíritu. Luché de rodillas en oración y cantando música de adoración para recuperar el gozo que había sentido el día anterior. Con lágrimas, puse mis frustraciones y temores con respecto a Dave a los pies de Dios. Luego, sintiendo algo de alivio, me dirigí a la iglesia para cumplir con mi compromiso de dar una clase de ejercicio cristiano.

Después de la sesión, una amiga, que había notado mi corazón apesadumbrado, me animó diciendo: “Lauren, Dios te dice: ‘No tengas miedo; soy yo’”. No tenía idea de lo importantes que serían esas palabras de Mateo 14:27 horas después.

Esa tarde, no pude evitar sentir que algo no estaba bien. No había podido comunicarme con Dave por teléfono, y estaba cada vez más ansiosa. Tenía una sensación de pánico en el estómago. Finalmente, alrededor de las 4:00 p.m., hablé con un amigo que me confirmó que algo andaba muy mal.

El hombre con quien había estado casada diez años se había quitado la vida.

“Dios”, exclamé. “Por favor, ayúdame. ¡Ayuda a mis niñas!”. La idea de vivir sin Dave pasó por mi mente, y me pregunté cómo sobreviviríamos. ¿Cómo me las arreglaría para ser madre soltera? ¿Cómo podrían mis niñas seguir adelante sin su padre?

Lo que me había dicho mi amiga esa mañana resonaba en mi corazón. Lo escuché de nuevo, esta vez del Señor: No tengas miedo, hija Mía. Estoy aquí. Y entonces, de un modo que solo puede explicarse con la fe, esa paz que sobrepasa todo entendimiento se elevó en mi espíritu, cuidó mi corazón y mis pensamientos (Filipenses 4:7). Los que me rodeaban no podían dejar de notar la presencia tangible de esa paz celestial.

Dios, que lo sabe todo, me había estado preparando para este día oscuro durante meses, incluso años, al depositar Su gozo sobrenatural en mi corazón a través de Su Espíritu y Palabra. El gozo del Señor era mi fortaleza (Nehemías 8:10). La presencia de Dios y el leal amor de mi familia y amigos evitaron que me ahogara en mi dolor (Isaías 43:2).

Es difícil entender por qué las cosas terminaron cómo lo hicieron. La realidad es que nunca lo sabremos en este mundo. Por esa razón Proverbios 3:5–6 dice: “Confía en el Señor con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus sendas”.

Dios ha enderezado mi senda y yo he seguido confiando en Él. No tengo muchas respuestas, pero me enteré de un factor importante a través de un estudio del cerebro de Dave. Tenía encefalopatía traumática crónica (ETC), una enfermedad cerebral causada por múltiples conmociones. La ETC sin diagnosticar de Dave le había provocado la confusión mental que venía experimentando.

El suicidio es difícil de aceptar para la comunidad religiosa, pero Dios me ha consolado misericordiosamente al hacerme saber que Dave no estaba solo ese día en su camioneta. Dios no lo abandonó. También me prometió que la vida de Dave no sería en vano. Vi eso de inmediato en su funeral cuando 30 personas se acercaron a la fe en Jesús.

Hoy en día, creo que Dave está restaurado y en la presencia de su Padre celestial. Lo sé porque había puesto su fe en nuestro Señor Jesucristo para la salvación. Eso es todo lo que necesito saber: dejaré que Dios decida el resto. Sus pensamientos y caminos no son los míos (Isaías 55:8–9).

Han pasado ocho años desde aquel triste día; nuestra familia y amigos todavía lloran la pérdida de Dave. Sin embargo, Dios ha sido leal. Nos ha guiado a mis hijas y a mí con Su amorosa bondad. Y a lo largo de nuestro viaje, he llegado a conocer al Señor de modo personal como padre, amigo, sanador, proveedor, restaurador y protector.

El Señor me ayudó a enfrentar los trámites legales relacionados con las empresas que poseía Dave y evitó que el proceso me agobiara (Mateo 11:28–29). Me ayudó a vender nuestra casa y me proporcionó un lugar nuevo y enriquecedor para vivir. Luego me envió un compañero. ¡Eso sí que fue inesperado!

Andy había sido amigo de Dave y siempre lo había apoyado mucho en sus emprendimientos. Ahora miro las fotos y veo que contamos con Andy en muchos momentos importantes de la vida de nuestra familia; nos respaldaba en silencio. La forma en que Dios ubicó a Andy para que estuviera a nuestro lado es hermosa en muchos sentidos.

Nos casamos en 2018; Las niñas tenían 11 y 12 años. Doy gracias a Dios por Andy todos los días. Se acercó cuando lo necesitábamos y nos ayudó a sobrellevar nuestro dolor incluso mientras lidiaba con el suyo.

Qué bueno ha sido Dios conmigo. Eso no significa que no encuentre desafíos, los enfrento a diario. Sigo aferrándome a las palabras de Dios: No tengas miedo, hija Mía. Soy Yo. Estoy aquí.

Él también le dice a usted esas palabras. Dios está con usted y desea ayudarlo. Clame a Él: “Jesús, mi Señor, dame Tu gozo y paz. Sé mi fuente de fortaleza. Me duele el corazón; lo tengo roto, aplastado y abatido. Necesito el consuelo de Tu presencia y la fuerza de Tu alegría. Entra en mi vida; Te lo entrego. Restáurame. Dame la sabiduría para seguir adelante en estos tiempos oscuros. En el nombre de Jesús, amén”.

Sabe, muchos esperan a estar en crisis para clamar a Dios. Lo animo a buscar a Dios antes de encarar una prueba. Hacerlo le brindará una reserva de fe que le servirá de sostén y evitará que se hunda cuando se le presenten problemas.

Jesús dice en Mateo 7:24–25: “Todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca” (NVI).

Amigo, vendrán las lluvias y habrá inundaciones. Pero si construye su vida sobre la base firme de Dios, no lo harán tambalear. Su amor y Su verdad nunca le fallarán.

“Entrégale tus afanes al Señor y él te sostendrá; no permitirá que el justo caiga y quede abatido para siempre” (Salmo 55:22).

 

Lauren Everett ayuda a otros a experimentar la paz y el amor tangibles de Dios sirviendo en su iglesia local y haciendo seguimiento al alcance de la correspondencia de Victorious Living en las prisiones.