El sol se oscurecía detrás del tren que se acercaba. Mi corazón ansiaba escapar de mi cuerpo de diez años mientras el sudor se acumulaba bajo mi nariz. Flexionando las rodillas, me preparé para correr. “Puedo hacerlo”, me dije a mí mismo. “Solo un segundo más… ¡Vamos!”.

Era un tren de verdad y sí lo esquivé…pero la adrenalina que sentí luego desató un deseo insaciable de tentar al destino que gobernó mi vida mucho tiempo. Por décadas, viví junto a las vías donde se toman las malas decisiones. Sabía que estaba mal, pero al igual que Jacob en la Biblia, luché con el Creador del cielo y la tierra (Génesis 32:24). Si deseaba algo, hacía lo que fuera para obtenerlo.

Al igual que Jacob antes de entregarse a Dios, yo también solía engañar. Esquivaba trenes, abusadores y policías con un solo objetivo: salirme con la mía en…bueno, todo. Y mientras tanto, proyectaba una brillante imagen de éxito.

Vivir al límite era agotador y caro. Y luego llegó el tren que no pude esquivar. Los problemas financieros, legales y matrimoniales que había ignorado se subieron a un expreso que se dirigía directamente hacia mí. Sabía que estaba acabado. Fue entonces cuando me acordé de Dios.

Desesperado, cerré los ojos y oré: “Dios, si eres real, chasquea los dedos y haz que desaparezcan todos mis problemas”. En algún lugar de mi corazón tóxico y engañado, realmente creía que cuando abriera los ojos, Dios me habría rescatado…Pero no lo hizo. Dejó que ocurriera el desastre ferroviario.

El Dios que podía haberlo cambiado todo, no cambió nada. Terminé en la cárcel, tuve que ir a rehabilitación y pagué grandes multas. No estaba contento.

A veces Dios tarda mucho tiempo en hacer algo repentino.

Dios sabía lo que era mejor porque me conocía. Vio más allá de mis mentiras, directamente en mi corazón orgulloso y rebelde. Sabía que si no encaraba las duras consecuencias, seguiría poniéndome delante de otros trenes destructivos.

Mi desenfreno y rebeldía empezaron cuando tenía poca edad, como dije antes. Era un niño pequeño, introvertido y sensible con una cabeza peculiarmente grande, y me acosaron bastante en la escuela. Ese maltrato me causó más inseguridades y una crisis de identidad. Me defendí proponiéndome tener éxito y demostrar que mis enemigos se equivocaban.

Dios sembró una semilla de logro en mi personalidad tranquila que atraía a los abusadores. También llamó la atención de personas influyentes como un instructor del programa ROTC del Cuerpo de Marines. Él vio algo en mí y me puso a dirigir tareas y personas. Mis habilidades de liderazgo echaron raíces y crecieron.

El ascenso no tardó en llegar. Me otorgaron la Cruz de Bronce de la Legion of Valor como cadete del MCJROTC más destacado en seis estados. Sobresalí en béisbol y también obtuve excelentes calificaciones. Las probabilidades de éxito estaban a mi favor.

Después de graduarme de la secundaria, me dirigí al Virginia Tech y me inscribí en el Cuerpo de Cadetes, en el que pronto me convertí en un estimado cabo. Pero tenía problemas de autoridad y no respetaba a mis superiores. Mi mala actitud y mi rebeldía me hacían comportarme de una manera impropia de un oficial del Cuerpo de Marines.

En el verano de mi tercer año en el Virginia Tech, comencé a beber y a drogarme. Luego, empecé a vender drogas y a transportarlas en camiones de un estado a otro. Me codeaba con niños ricos, y pronto mis calificaciones pasaron a un segundo plano mientras veía que tanto podía cruzar los límites. La actividad delictiva era emocionante. Pasé a ser un desertor de la universidad y mi empleo era el de traficante.

Me confié y me hacía más atrevido cada vez que me le escapaba a la policía. Como un pandillero de película, al poco tiempo me creí intocable.

Por esa época, volvió a mi vida una muchacha que había conocido antes de mi vida criminal. De alguna manera, Sonia, una joven muy religiosa, aún sentía la admiración que le había inspirado años antes. Empezamos a salir en 2001.

Poco después del 11 de Septiembre, tuve un inesperado roce con la ley. Una noche, conducía en estado de ebriedad desde un bar hasta la casa de un amigo cuando unas luces azules empezaron a destellar en mi retrovisor. Al ver en el asiento una caja de CD que contenía miles de dólares en drogas, rápidamente la tiré por la ventana y me detuve.

Nervioso, me quedé en mi asiento mientras un oficial se acercaba al auto y otro buscaba en el suelo con su linterna. Seguramente estaban a punto de esposarme y llevarme a la cárcel. El agente notó el olor a alcohol en mi aliento y me pidió hacer una prueba de sobriedad. De algún modo, no detectaron nada. Desconfiando de mi sobriedad, me indicaron que estacionara mi auto y me fuera a casa caminando ya que vivía cerca. Lo hice, pero por todo el camino mi mente solo pensaba en esa cocaína abandonada.

Al salir el sol, crucé el vecindario sigilosamente para acercarme a mi auto. Allí, a la vista de todos, estaba la caja que podía enviarme a la cárcel. Me puse muy paranoico. Estaba convencido de que los policías estaban al acecho, observándome con sus binoculares. Solo cuando me aseguré de que no había moros en la costa, llegué a mi vehículo, agarré la caja y me fui. Ese tren había pasado demasiado cerca para mi gusto.

Mi nueva relación con Sonia, la incertidumbre sobre la seguridad del país por el 11 de Septiembre y mi más reciente advertencia redujeron significativamente mis ganas de traficar drogas. Vendí el resto de mi alijo y me retiré discretamente.

A las tres semanas, me alisté en el Cuerpo de Marines, pero seguí saliendo de fiesta y drogándome. De alguna manera, pasé la prueba de drogas y me admitieron en el entrenamiento. Estando en servicio activo, me casé con Sonia, tuve dos hijos y traté de mostrarme exitoso. Completé mi licenciatura e hice una maestría en administración. No consumía drogas, pero mis problemas con el alcohol habían empeorado.

Me arrestaron varias veces por incidentes relacionados con el alcohol mientras estaba en el Cuerpo. Pero los arrestos ocurrieron fuera de la base, por lo que los comandantes no se enteraron. Seguía haciendo el juego de la gallina, seguía esquivando trenes. Finalmente fui dado de baja con honores, pero dejé el Cuerpo con la moral más distorsionada que cuando ingresé.

De vuelta en Virginia, mi vida lucía bien…al menos por fuera. Era un alcohólico funcional con el corazón, ego y alma hechos un desastre. Un año después de recibir el alta, había acumulado dos arrestos por conducir ebrio, un cargo de causa justificada y varias condenas…y me encontré con la locomotora.

Ahora sé que fue la gracia de Dios la que me impidió convertirme en oficial del Cuerpo de Marines. Era demasiado arrogante y, por lo tanto, era incapaz de liderar. El orgullo obraba como un cáncer en mi corazón; afectaba todas mis decisiones y no me dejaba ver la nube de destrucción que se cernía sobre mí (Proverbios 11:2; 16:5,18; 29:23). El hecho de que mi matrimonio haya sobrevivido es un testimonio de la gracia de Dios y el amor de mi esposa.

Después del Señor Jesús, Sonia es la bendición más grande de mi vida. Ama al Señor y, por razones que aún no entiendo, me ama a mí. Dios la llamó para que entrara a mi vida en mi peor momento. Y la usó para reflejar el amor de Jesús hacia mí mucho antes de que llegara a conocerlo personalmente.

No se lo puse fácil, pero Jesús la mantuvo fuerte y comprometida conmigo aunque no la honré a ella ni a nuestros votos matrimoniales. Sonia pasó incontables horas orando por mí en mis años de arrogancia, alcoholismo y arrestos. Y fue su amor el que finalmente entró en mi corazón rebelde.

La Biblia dice que la fe viene como resultado de oír (Romanos 10:17). Es cierto.

Escuchar hablar de la bondad de Dios en casa y ser testigo de cómo operaba Su gracia en la vida de Sonia me ayudó a llegar a la fe. Lo mismo ocurrió con los testimonios de los adictos en Alcohólicos Anónimos y otras historias sobre el poder sanador de Dios. Escuchar las escrituras también fortaleció mi fe. Me aferré a la promesa de 2 Timoteo 1:7 de que podía tener el poder de Dios, el amor y una mente sana por mí mismo.

El 24 de enero de 2010, entregué mi vida a Jesús. Abandoné las vías del tren del mundo y busqué los rieles de Dios: Sus barandillas de propósito, provisión y protección. Su línea, por estrecha que sea (Mateo 7:13), me ha llevado por un camino de vida y éxito (Juan 10:10), en vez de muerte y destrucción.

Dios y Su Palabra Viva me han transformado a mí, un hombre orgulloso y egoísta con problemas de integridad, en un líder. Nos ha bendecido a Sonia y a mí en el mundo empresarial y en casa. Hoy en día, tenemos cuatro hijos y ambos dirigimos negocios exitosos.

Mi mayor privilegio es enseñar a otros directores ejecutivos, sus equipos ejecutivos y dueños de empresas a aplicar la Palabra de Dios y liderar en el mercado como Jesús. Las guías que Dios estableció en Su Palabra nunca dejan de conducir al éxito. (Ver Josué 1.)

Tal vez, como yo, usted ha pasado años esquivando trenes. Créame, las consecuencias terminarán alcanzándolo. Hay una mejor manera. Póngase en el camino correcto, el camino de Dios. El propósito, la provisión, la protección y una serie de otras bendiciones como la salvación, la libertad, el éxito, la abundancia y una nueva identidad están en Sus rieles.

 

Jerry Howard es un mentor de ejecutivos, orador y escritor a quien Dios dio la misión de compartir el Evangelio de Jesús “yendo y haciendo discípulos”. Jerry es propietario de varias empresas y fundador de iNTREPiD iMPACT Team, una agencia integral de asesoría de liderazgo y negocios. También es especialista en administración del sector salud con licencia y ha supervisado con éxito distintos centros de atención médica posterior a cuidados intensivos. Se lo puede contactar en JerryHowardInternational.com.