Todos enfrentamos dificultades que nos causan estrés. Jesús incluso nos lo prometió (Juan 16:33). El estrés puede venir a través de personas, circunstancias y cambios difíciles en este mundo. Hasta las cosas buenas pueden generar estrés.

El estrés puede llevarnos por dos caminos: uno de malestar doloroso u otro de paz. Nuestra respuesta determina nuestro punto de llegada.

Para muchos, el estrés provoca un malestar doloroso. Esto crea un círculo vicioso de ansiedad, miedo, depresión, enfermedad física, pensamientos obsesivos y sencillamente pánico. Es una situación de impotencia y desesperanza.

Algunos nos hemos desenvuelto en ese ámbito de estrés crónico y tóxico tanto tiempo que ni siquiera somos conscientes de él. Es lo único que conocemos. Otros reconocen la tensión, pero no tienen idea de qué hacer al respecto, por lo que continúan viviendo con él y el estrés simplemente les causa más estrés.

Durante los primeros 37 años de mi existencia, antes de conocer a Jesús, viví en un estado de estrés crónico tóxico. Buscaba formas de manejar las dificultades y el dolor emocional que enfrentaba, pero no podía hallar una solución saludable. Las medidas mundanas y poco sanas que se me ocurrían solo me generaban más estrés y daños a mis seres queridos y a mí.

En mi interior solo había amargura, no mejoría.

El estrés afectaba todos los aspectos de mi vida: espíritu, mente, emocionalidad, cuerpo, finanzas y relaciones. Por la forma en que lo manejaba, terminé sola, destrozada y desesperada en un foso de cárcel y adicción.

Jesús me redimió y sacó de ese pozo, pero mantenerme fuera de él me ha obligado a aprender nuevos modos de manejar los elementos estresantes de la vida.

Aprender a gestionar el estrés adecuadamente es la clave para evitar los fosos de la vida. Satanás quiere que el estrés nos supere, pero el Señor quiere que lo superemos nosotros con Su descanso. ¡Vaya, qué frase! Lea esa verdad nuevamente.

A Dios le importa profundamente lo que nos estresa. Sabe que la ansiedad y el malestar pueden aprisionar a Sus hijos si los ignoran. Satanás también sabe eso y lo aprovecha cada vez que puede. Satanás sabe que si no manejamos adecuadamente el estrés, nos olvidamos de Dios y Sus promesas. Tomamos las cosas en nuestras manos y nos sentimos derrotados, desanimados, ansiosos, temerosos y amargados.

El estrés perturba el “shalom” de Dios. “Shalom” es un plácido reposo en Él, Sus promesas y Sus caminos. Dios tiene buenos planes y propósitos para todos Sus hijos (Jeremías 29:11). Pero para experimentarlos debemos aprender a manejar el estrés.

Para lograrlo, primero debemos identificar nuestros factores desencadenantes: las situaciones, personas, lugares y cosas que nos llevan a estados de inquietud. Varían según la persona. Hageo 1:5 dice: “Esto es lo que dice el Señor de los Ejércitos Celestiales: ¡Miren lo que les está pasando!” (NTV).

Solo podemos prepararnos para afrontar situaciones estresantes cuando sabemos qué nos pone tensos. Eso requiere que tomemos la decisión de observar nuestros pensamientos, emociones y reacciones.

Al examinarnos, podemos identificar un contexto o persona en particular que nos hagan preocuparnos u obsesionarnos por cosas que están fuera de nuestro control. Tal vez nos pongamos a la defensiva cuando nos dicen algo, y de inmediato discutamos o peleemos en lugar de analizar lo que nos dicen.

Tal vez huimos en lugar de enfrentarnos a la cosa o persona que nos incomoda. En mi caso, sé que en situaciones incómodas me paralizo y soy incapaz de responder de modo adecuado.

Una vez que identificamos lo que nos estresa, determinamos las razones subyacentes. Esto requiere un examen de conciencia con Dios (Salmo 139:23–24). Toda reacción tiene siempre hay una causa con una raíz profunda. A veces se necesita asesoramiento profesional para solucionar esto, y eso es perfectamente válido.

Cuando reconocemos los factores que nos estresan, podemos hallar un mejor modo de reaccionar ante ellos que promoverá el plácido descanso, la sanación y la plenitud que Dios desea (Salmo 37:8).

Ya que nunca eliminaremos todos los factores estresantes, es imprescindible aprender a encararlos. Lo mejor es buscar un plan integral que abarque todo el ser: cuerpo, mente y espíritu. Dios creó a los humanos como seres de tres componentes (1 Tesalonicenses 5:23). Si una de nuestras partes está desequilibrada, afecta a las demás.

Cuidar deliberadamente de todo nuestro ser es la voluntad de Dios para nuestras vidas; Él desea que cada una de nuestras partes sea saludable (3 Juan 1:2). Nuestros

cuerpos son el templo de Dios (1 Corintios 3:16–17; 6:19–20). Piénselo: si es creyente, ¡Dios vive en usted! Saber esto debería hacer que nos tratemos bien nosotros mismos. Hacer del cuidado personal una prioridad no es egocentrista, sino sagrado.

Cuidamos de nuestro cuerpo comiendo de modo saludable, durmiendo lo suficiente cada noche, evitando las sustancias nocivas y haciendo ejercicio con regularidad tanto como podamos. Cuidamos de nuestra mente observando nuestros pensamientos e identificando los negativos.

Sé que mi mente es un lugar aterrador cuando la dejo sin ningún límite. Los pensamientos negativos me generan un malestar paralizante y afectan tanto mi alma como mi cuerpo. Ese es el plan de Satanás (Juan 10:10). Solo cambiando mi forma de pensar, mi inquietud puede transformarse en descanso (Romanos 12:2).

Me gusta utilizar técnicas de relajación como la respiración y hacer una pausa cuando estoy estresada. Es difícil tomar buenas decisiones cuando mi mente se pone a andar en círculos. Debo calmarme y aquietarme (Salmo 131:2). Aprender a evitar esas reacciones impulsivas no es fácil, pero vale la pena el esfuerzo.

Mi relación con Dios es un estilo de vida, no una dieta. Es una travesía personal y continua. Implica tomar decisiones y comprometerse a fomentar el bienestar espiritual en medio de los retos y alegrías de la vida. Mi relación con Dios es mi soporte en la vida.

Meditar sobre la Palabra de Dios me consuela y me ayuda a hallar otra perspectiva. Dios y Su Palabra son mi fuente de vida (Juan 14:6) y esperanza (Romanos 15:13). Él es mi ayuda siempre presente en tiempos de dificultad (Salmo 46:1).

El cuadro de la siguiente columna contiene 12 verdades bíblicas en las que me apoyo cuando estoy estresada.

  1. Dios está conmigo y no me abandonará con mi estrés. Isaías 41:10, Mateo 28:20; Hebreos 13:5
  2. Dios ve y entiende mi estrés. Génesis 16:13; Salmos 10:14; Salmos 33:18
  3. Dios quiere darme paz cuando mi corazón está turbado. Isaías 26:3; Juan 14:27
  4. Dios quiere llevar mi carga y darme descanso. Salmos 4:8; Hebreos 4:9–11
  5. Dios quiere guiarme cuando estoy demasiado estresado para tomar decisiones. Salmos 32:8
  6. Dios quiere fortalecerme cuando estoy débil y cansado. Isaías 40:29; Mateo 11:28
  7. Dios quiere liberarme de mi estrés. Salmos 24:4–5; 107:6; Isaías 41:10
  8. Dios quiere reconfortarme en momentos de estrés. Isaías 51:12; 1 Pedro 5:6–7
  9. Dios quiere usar mi estrés para hacer crecer mi confianza en Él. 2 Corintios 1:8–9
  10. Dios quiere que hable con Él acerca de mi estrés. Salmos 118:5; Filipenses 4:6–7
  11. Dios quiere que confíe en Él como mi refugio en momentos de estrés. Salmos 32:7; 62:8
  12. Dios quiere que lo adore y reconozca Su presencia constante incluso en momentos de estrés. Génesis 35:3; Hechos 16:25–26

El estrés no tiene por qué determinar nuestras vidas. Jesús nos ha prometido Su paz y presencia (Juan 16:33). Podemos acudir a Él y encontrar descanso para nuestras almas cansadas (Mateo 11:29).

Entregue su estrés a Dios e invítelo a ayudarlo y darle la esperanza que necesita. Él le brindará valentía, resistencia y perseverancia en esta travesía para experimentar al Príncipe de Paz, Su descanso, resiliencia y bienestar.

 

SHERIDAN CORREA es consejera bíblica y tiene estudios sobre la atención integral basada en el trauma. Está casada, es mamá de dos adolescentes, cantante y una corredora entusiasta, cuya vida Jesús ha cambiado radicalmente. Actualmente es la directora de contenidos de VL.