Son muchos los caminos que puede tomar una persona. Algunos conducen a la vida y otros, a la muerte. Nuestras decisiones, buenas o malas, tienen consecuencias, sin importar quiénes seamos.

Yo agradezco que mi Dios no se desentienda de nosotros cuando elegimos caminos destructivos. Nunca se da por vencido con Sus hijos, no nos deja solos resolviendo nuestras vidas. No, nuestro Padre celestial nos acompaña por los caminos más difíciles y con amor nos lleva adonde Él quiere que estemos. En todo momento, nos apoya plenamente para enfrentar nuestras consecuencias.

De niño nunca hubiera imaginado que me convertiría en drogadicto y asesino. Nunca se me ocurrió que me haría daño a mí mismo y a los demás, y que viviría 20 años tras las rejas. Pero tampoco pensé que me volvería pastor y ayudaría a los demás, que es lo que hago ahora. Sin embargo, Dios sabía todo esto. Y Él me amó todo el tiempo, en cada paso del camino (Romanos 5:8).

Mis dos hermanas menores y yo fuimos criados por nuestros padres. Nuestra vida era “normal” y nuestro hogar, tranquilo. O al menos lo fue hasta que papá engañó a mamá y se convirtió en un bebedor empedernido. Entonces nuestra casa se puso de cabeza por las discusiones y peleas. Cuando tenía 14 años, mis padres se divorciaron y papá se fue.

Las acciones de mi padre destrozaron nuestra familia al igual que mi corazón. Cargué con el peso del desmoronamiento de mi hogar durante años.

Yo no era un niño normal. En séptimo grado, medía 6’3″ y no podía ser más torpe. A otros chicos les gustaba molestarme. Pero algo bueno salió de tanta altura: el baloncesto.

El entrenador Don se interesó mucho en mí, me enseñó el juego y me envió a campamentos, donde aprendí a usar mi altura como ventaja. Sobresalí como jugador y me dijeron que tenía un futuro en el deporte.

Sin embargo, con mi unidad familiar desmembrada, prácticamente andaba solo. A los 13 años descubrí la marihuana. Me gustaba drogarme después de la escuela, beber y meterme en otros problemas.

Luego, en tercer año, un amigo y yo llegamos ebrios a clases. Eso hizo que me expulsaran de la escuela y el equipo. Mi mundo se desmoronó. El baloncesto era mi vida.

Me enmendé lo suficiente como para graduarme de la secundaria e ingresar al Central Wesleyan College con una beca de baloncesto. Jugué con éxito hasta que, de nuevo, en tercer año, tomé otra decisión tonta. Unos amigos y yo decidimos comprar un poco de alcohol. Nos cargamos de bebidas, volvimos a subir al auto y seguimos nuestro camino. ¿Mencioné que conducía un vehículo de la escuela y que compré licor para mis compañeros de equipo?

Al día siguiente, estaba ante el decano de la facultad. Esa estúpida parada en la licorería me costó mi beca. Sin medios para financiar mi educación, tuve que dejar la escuela y no pude graduarme.

Me casé con mi novia y me alisté en el ejército. Nos mudamos a Italia para cumplir con mi primera asignación en 1988. Mi amor por la bebida nos acompañó en nuestro viaje. En los siguientes años, mi constante consumo de licor y conducta de alcoholizado afectó a mi esposa y nuestro hijo pequeño. Solo pensaba en mí mismo y en hallar mi próximo trago.

Me enviaron desde la base de Italia a Heidelberg, Alemania, para aprender a operar equipos que pudieran localizar cables subterráneos. Lejos de mi esposa y mi hijo, dedicaba mi tiempo a beber y divertirme con los otros soldados.

Llovió intensamente en el trayecto de ocho horas de vuelta a casa, pero eso no me impidió aprovechar al máximo la falta de restricciones de velocidad en las riesgosas carreteras europeas. De repente, cuando me preparaba para tomar una curva, escuché una voz fuerte que decía: “Rob, tienes que bajar la velocidad”.

Era la voz más fuerte y clara que hubiera oído. Era como si alguien estuviera en el auto conmigo. Negué con la cabeza y seguí acelerando, iba a más de 100 mph. Entonces, volví a oír la voz. “¡Más despacio!”

Sobresaltado, desaceleré y puse las manos en el volante justo cuando el vehículo pasó por un charco y derrapó. Por suerte, no perdí el control.

Ese encuentro me sacudió hasta la médula. ¿De dónde había salido esa voz? Hoy la identifico como la de Dios. A menudo me he preguntado qué habría pasado si no hubiera escuchado. No sé si seguiría vivo.

Mucho después, también me di cuenta de que Dios me advertía que redujera la velocidad en el camino de la vida. Iba a toda potencia hacia el peligro y ponía a prueba los límites sin tener en cuenta las consecuencias.

Hizo falta un terrible accidente antes de entender que estaba viviendo Efesios 4:18–19: “Tienen la mente llena de oscuridad; vagan lejos de la vida que Dios ofrece, porque cerraron la mente y endurecieron el corazón hacia él. Han perdido la vergüenza. Viven para los placeres sensuales y practican con gusto toda clase de impureza” (NTV).

Vivir para mis placeres me ocasionó una baja poco honorable del ejército por drogas. Me enviaron de vuelta a Maryland. Sin embargo, mi esposa y mi hijo se fueron a Carolina del Sur. Y fue entonces cuando conocí y rápidamente me hice sirviente del crack.

“Uno se convierte en esclavo de todo lo que decide obedecer”, explica Romanos 6:16. “Uno puede ser esclavo del pecado, lo cual lleva a la muerte, o puede decidir obedecer a Dios, lo cual lleva a una vida recta” (NTV).

Obedecía fielmente las exigencias de mi adicción, hacía lo que fuera para obtener mi próxima dosis, sin prestar atención a nada ni nadie más. No ayudaba que tuviera mal carácter y me encantaran las buenas peleas.

Una noche, un altercado de drogas se convirtió en un enfrentamiento de pandilleros. Las amenazas y acusaciones volaban de un lado a otro mientras los involucrados estábamos en la cárcel. Recuerdo que miré al hombre que estaba al otro lado de la celda amenazándome y pensé: No tienes idea de con quién te metes. No me importas tú ni yo mí mismo ni esta vida.

El pecado había oscurecido tanto mi corazón que mi mente estaba completamente corrompida (Romanos 1). Pero si estaba consciente de eso, me daba igual. Para demostrarlo, unas semanas más tarde, maté a golpes a un hombre de 28 años. Siempre me arrepentiré de la falta que cometí ese día. Es cierto: el pecado nos lleva más lejos de lo que queremos y nos cuesta más de lo que deseamos pagar.

Me di a la fuga para evitar que me arrestaran. Pedí que me llevaran, caminé y huí desde Seneca, Carolina del Sur, hasta Livonia, Georgia. Pero tres semanas después, me detuvieron en un procedimiento de tránsito cualquiera. Después de buscar mi nombre en el sistema, un oficial me arrestó. Cuatro meses más tarde, me condenaron a entre 20 años y cadena perpetua en la Institución Correccional McCormick en Carolina del Sur.

Nadie podía creer que hubiera cometido un crimen tan atroz. Había sido un niño muy tranquilo y alegre. ¿Cómo me había convertido en un hombre de odio y violencia?

Mi familia, especialmente mi mamá y mis hermanas, estaban devastadas. Les había causado mucho dolor al igual que a mi esposa y mi hijo. Renuncié a mis derechos paternos para que no tuvieran que identificarse conmigo, un ser dañado y destrozado.

Ezequiel 33:11 dice: “Tan cierto como que yo vivo, dice el Señor Soberano, no me complace la muerte de los perversos. Solo quiero que se aparten de su conducta perversa para que vivan. ¡Arrepiéntanse! ¡Apártense de su maldad!” (NTV).

El juez que me dictó sentencia me dijo que pasara mi tiempo tras las rejas leyendo un libro a la semana y la Biblia todas las noches. Me tomó dos años, pero finalmente comencé a leerla durante 15 minutos al día a las 6:00 a.m. Cuando lo hice, sucedió algo interesante: no quise pelear más. También comencé a leer un devocional diario que me dio un estudiante de quien fui tutor en el programa de alfabetización.

Al principio, yo no quería leer The Daily Bread, pero él siempre me traía las publicaciones de bolsillo. Finalmente, cedí. Renovar mi cerebro a diario con esas semillas de verdad transformó mi corazón y mi mente (Romanos 12:2).

Poco después, comencé a asistir a la capilla. Sentarme a escuchar las enseñanzas de la Palabra de Dios tuvo un efecto significativo en mi vida. Sentía Dios me atraía hacia Él, tal como dice Juan 6:44.

Me entregué completamente a Dios después de escuchar a un predicador ruidoso y vigoroso en la capilla de la prisión. Ese poderoso evangelista predicaba la Palabra con fuego y pasión, y escucharlo conmovió algo en lo profundo de mi corazón.

Después del servicio y el pase de lista, rápidamente volví a mi litera, me arrodillé y oré. Incliné mi corazón ante Dios Todopoderoso y le entregué mi vida deshecha. No sentí ningún toque o poder milagroso en ese momento, pero instantáneamente mi ser se sintió limpio y tranquilo. Tuve calma por primera vez. Sé que es porque Jesús, el Príncipe de la Paz, se estableció en mi interior.

Eso fue en junio de 1996. Al día siguiente, salí al patio de la prisión y vi a un grupo de cristianos. Una luz brillaba a su alrededor, y me sentí atraído hacia ellos en vez de hacia mi habitual grupo de pecadores.

Mi amigo Terry comenzó a enseñarme a seguir a Jesús. Cuanto más aprendía, más hambre y sed tenía de la Palabra de Dios. Nunca me hartaba de ella. Memoricé las Escrituras y comencé a enseñar lo que aprendía a otros.

Con los años, me di cuenta de la frecuencia con la que la gente volvía a la cárcel después de salir libre. Era triste ver cuántos caían en ese círculo de entrar y salir. Algunos hermanos cristianos y yo decidimos fundar el ministerio Jumpstart para ayudar a los hombres que nos rodeaban a prepararse para el reingreso a la sociedad.

Jumpstart es un programa de discipulado de 40 semanas basado en el libro de Rick Warren, Una vida con propósito. Mediante el estudio, asistimos a las personas para que descubran su identidad en Cristo, ya que sabemos que la única forma en que pueden experimentar una vida llena de propósito y no volver a prisión es a través de la fuerza de Jesús (Filipenses 4:13) y el apoyo de los demás. El ministerio trabaja con organizaciones para ayudar a los recién liberados a encontrar vivienda y trabajo. Me dio gran alegría colaborar con otros para que hallaran la libertad en el exterior mediante Cristo. Menos del cuatro por ciento de quienes pasan por Jumpstart reinciden.

El 2014, después de 20 años de cárcel, se me concedió la libertad condicional y salí de prisión. Fue un día feliz. Jumpstart me ayudó a conseguir una vivienda transitoria y un trabajo, y a adaptarme a la vida en el exterior. Hoy en día, me desempeño como director de desarrollo de la misión de Jumpstart en Carolina del Norte.

Después de mi liberación, me encontré con una vieja amiga de la escuela y comencé una relación a distancia. Helen, una poderosa mujer de Dios, me amaba como a Cristo. Vio al hombre nuevo en quien me había convertido (2 Corintios 5:17), no al que había sido.

Unos años más tarde, nos casamos, y al poco tiempo, iniciamos un ministerio llamado No Limits para ayudar a los desesperanzados a descubrir la esperanza. Mi corazón se siente especialmente atraído por los privados de libertad. Quiero que cada hombre y mujer encarcelado sepa que Dios tiene un plan para sus vidas (Jeremías 29:11). Pase lo que pase, Dios los ama y desea darles la esperanza de una nueva vida.

No hay límites con Dios (Jeremías 32:17). Nada es demasiado difícil para Él. Dios es más grande que todos nuestros errores. Yo soy la prueba viviente. Dios transformó el naufragio de mi vida en algo hermoso. Y si Él puede hacerlo por mí, puede hacerlo por usted.

Pero antes de que pueda hacerlo, usted tendrá que desacelerar y entregarle las llaves de su vida. No puede seguir conduciendo a toda velocidad por el peligroso camino que lleva actualmente. Deje de poner a prueba los límites. Créame, lo espera una colisión más adelante.

Ahórrese a sí mismo y a los demás el dolor de otra mala decisión. Flexione su rodilla e incline su corazón ante el Señor hoy. Deje que la presencia de Su amor y el poder de Su verdad traigan paz a su corazón y mente.

¡Usted tambien puede ser un hombre o una mujer de esperanza!

 

Rob Whitner es el fundador y pastor principal del ministerio No Limits en Goldsboro, Carolina del Norte. Le apasiona conectar a las personas con Dios y entre ellas. También es director de desarrollo del ministerio Jumpstart. Para comunicarse con Jumpstart o traer un capítulo a su institución, visite jumpstartvision.org.