Mi esposa Gloria (página 12s) le cuenta a la gente cómo ella y Mamá Mildred se sintieron atraídas por el amor a Jesús que yo profesaba en mi vida. Pero antes de conocer a Jesús, mi corazón estaba lleno de odio, especialmente por la gente de color.

Cuando era niño, mi padre—por entonces miembro del Ku Klux Klan—me enseñó a odiar a las personas negras. Él también había aprendido a odiar desde pequeño. Los dos éramos tan ignorantes del amor de Dios por todas las personas, que hacíamos y decíamos cosas muy mezquinas.

Pero con el tiempo, Dios nos demostró su inmenso amor y ambos nos arrepentimos. Y cuando Dios se apoderó de nuestros corazones, Él también nos mostró que Su amor era por todas las personas, no solamente los blancos. Le pedimos a Dios que perdonara nuestro orgullo, odio y prejuicios. Y así lo hizo. Él perdonó nuestros pecados y nos creó de nuevo en Cristo Jesús (Efesios 2:4–10; 2 Corintios 5:17).

Es casi irónico para mí cómo Dios usó a las personas que yo odiaba para demostrarme Su amor. Recuerdo que trabajaba en la fábrica de jugos de mi tío. Tenía 17 años y a mi lado trabajaba un hombre negro mayor, que se llamaba George McNear.

Un día el Sr. George oyó por casualidad que le pedía a mi tío y a otros integrantes de mi familia que me prestaran el auto para ir a una cita esa noche. Todos se negaron. Pero el Sr. George me permitió usar su auto nuevo. No podía creerlo. Durante toda mi vida me habían enseñado a odiar a personas como él. Pero él se estaba mostrando tan amable conmigo.

En otra oportunidad, me entró lejía en un ojo y el Sr. George fue el primero que se acercó a ayudarme. Podría haberme dejado sufrir, pero demostró amor, como lo hace Jesús. Me llamó la atención.

Dios también usó pasajes de la Biblia para mostrarme Su amor incondicional por mí. Estaba enfrentando una condena de entre 20 años y cadena perpetua por una persecución policial que terminó mal. Comencé a leer la Biblia cuando estaba en la comisaría del condado. Dios utilizó Juan 3:16 para abrirme los ojos sobre el increíble sacrificio por amor que Él había hecho por mí y por todo el mundo. Dios nos amó tanto que entregó a Su único Hijo para que muriera por nuestros pecados. Mis pecados.

Leí otros pasajes sobre el amor de Dios y cada uno que leía limaba otro poquito del odio que albergaba mi corazón endurecido y a su vez inyectaba en mí una medida de Su amor. Leer la Biblia  también me mostró una manera de vivir mejor que el camino irresponsable y de pecado que había elegido.

Convencido, me puse de rodillas y le entregué mi vida a Jesús. Luego, prometí compartir Su amor infinito con otras personas, aun cuando fuera detrás de los muros de una prisión. Estaba tan agradecido de que Dios se me apareciera en mi peor momento y de que me amara tanto…

Comencé a estudiar la Palabra de Dios en profundidad. Meditaba sobre ella día y noche y dejé que cambiara mi forma de pensar.

Me liberaron después de solo ocho meses y medio y no tuve que cumplir una condena en prisión. Con el corazón agradecido, comencé a servir al Señor, decidido a amar a los demás de manera incondicional. Le pedí ayuda a Dios, pero nunca me habría imaginado que Él utilizaría a una hermosa mujer de color para enseñarme cómo hacerlo.

Me sentí atraído por Gloria desde el momento en que la conocí. Tenía el corazón más noble del mundo y una sonrisa que podía iluminar todo el lugar. Al final, nos casamos. Mucha gente no aprobaba nuestro matrimonio interracial. Pero Dios usó nuestra unión y el amor incondicional de Gloria para que yo y otros integrantes de la familia—incluso mi papá—dejáramos de lado el racismo.

¡Oh, el poder del amor de Dios! No tiene límites. Solo Su amor puede volver a unir lo que años de odio han separado. Ahora más que nunca, es lo que necesita este mundo.