Conocí a Damien King en la cárcel (vea página 22s). La secretaria de mi iglesia me había enganchado como voluntario. No puedo decir que me entusiasmaba demasiado entrar a una cárcel, pero estaba dispuesto a hacerlo por ella.
Damien era un recluso, y lo habían designado para colaborar con voluntarios nuevos como yo. Nos hicimos amigos de verdad rápidamente. Todas las semanas esperaba con ansias verlo a él y a los demás hombres que asistían a la clase que yo daba. Dios llenó mi corazón de cariño por esos hombres. También llenó sus corazones de cariño por mí.
Dios había sido fiel conmigo y yo tenía una historia para probarlo. Pero nunca se me había ocurrido de qué manera ese testimonio podía influir en los demás.
Perdí a mi primera esposa por culpa de un conductor ebrio en 1986. Hacía 20 años que estábamos casados. En esa época estaba alejado de Dios. No iba a la iglesia, ni lo buscaba. Simplemente seguía viviendo e intentando mantener nuestra familia unida con las pocas fuerzas que tenía.
Su muerte fue un gran llamado de atención para mí. Ser papá solo de muchachos adolescentes que acababan de perder a su mamá no era fácil. Todos estábamos sufriendo.
Por soledad, volví a casarme rápidamente. Esa relación duró nueve meses y causó dolor a mis hijos. Me llevó muchos años y varias otras malas decisiones sentimentales darme cuenta por fin de que necesitaba encontrar mi seguridad y apoyo en Jesucristo, no en una mujer. Una vez que comencé a reconstruir mi vida sobre la base del amor de Dios y busqué Su compañía más que cualquier otra, Él me bendijo con una relación sana y piadosa. Donna y yo estamos casados desde hace 14 años.
Cuando perdí a mi esposa estaba muy enojado, tanto con el conductor como con la justicia. Su asesino solo pasó 90 días tras las rejas, gracias a la gran habilidad de su abogado y las conexiones que tenía en las altas esferas. No era justo. Dejé que ese enojo fuera el motor de mis emociones y acciones durante mucho tiempo.
Recién cuando Donna y yo comenzamos a salir opté por agradecer las bendiciones de Dios y apreciar el tiempo que había pasado con mi primera esposa. Mi corazón agradecido le hizo un lugar al amor de Dios, para que me ayudara a perdonar al responsable de mi pérdida. Y ese perdón me liberó para que pudiera aprender a vivir de verdad.
Un día, después de contar que había perdonado a quien me había causado tanto daño, se me acercó un recluso y me preguntó: “Roger, ¿cómo puedes querer a alguien como yo? Estoy en la cárcel porque manejaba ebrio y maté a una mujer”. Él no entendía cómo nadie, mucho menos Dios, podía perdonar lo que había hecho. Tan inmerso estaba en la culpa y el dolor. Esto me abrió la puerta para explicar el amor incondicional de Dios. Considero un privilegio ayudar a que hombres como él comprendan cuánto valor tienen a los ojos de Dios.
Me estoy poniendo viejo, pero Dios mediante, pienso seguir visitando gente tras las rejas. No me veo conformándome con la mecedora cuando hay tanta aventura para compartir con Dios.
Actualmente tengo el privilegio de pasar tiempo con Damien, ya en libertad. Es como un hijo para mí. De hecho ¡vive en la parte de atrás de mi casa! Estoy agradecido por mi pequeña parte en su historia con final feliz y estoy tan orgulloso de él. Todos los días nos maravilla la bondad de Dios.