¿Se imagina al Creador del universo invitándolo a desayunar? Y no solo eso, encima Él se lo prepara y se lo sirve. Bueno, eso es exactamente lo que les pasó a los discípulos de Jesús. Encontramos este relato en Juan 21.
Allí cuenta que siete de los discípulos de Jesús estaban pescando en el mar de Galilea al amanecer. Habían pasado toda la noche pescando, sin conseguir nada, cuando Jesús se apareció en la orilla. Al principio los discípulos no lo reconocieron, pero luego Él les pidió que volvieran a echar las redes. En pocos minutos atraparon más peces de los que cabían en las redes y ellos se dieron cuenta de quién era Él.
Juan exclamó: “¡Es el Señor!” (Juan 21:7). Pedro estaba tan entusiasmado que se puso la túnica, saltó del bote ¡y nadó hasta la orilla! Los demás arrastraron la carga milagrosa hacia la costa—153 peces en total—y después corrieron a saludar a Jesús.
Juan 21:9–13 nos cuenta que cuando los discípulos llegaron a la playa, vieron pescado y pan asándose sobre brasas. Jesús invitó a Sus discípulos a desayunar con Él. Qué hermosa escena.
Después de comer, Jesús les dejó instrucciones a Sus discípulos, pero creo que podemos aprender mucho de las circunstancias del desayuno en sí. De hecho, esta es mi parte preferida de la historia, porque me recuerda una verdad simple.
Si queremos vivir como Jesús, debemos servir a los demás como Jesús.
Servir es algo que se suele pasar por alto y puede parecer poco importante, pero es esencial para la vida cristiana. Es precisamente el motivo por el que vino Jesús.
Mateo 20:28 nos dice que “el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (NVI). Para servir a los demás con gozo, nuestro corazón debe ser humilde. En Mateo 11:29, Jesús se describe a Sí mismo como “apacible y humilde de corazón”.
No puedo decir que soy siempre apacible y humilde de corazón a la hora de servir. Voy a dar un ejemplo de mi propia casa, como cuando los platos están apilados en el fregadero, cosa que ocurre a menudo.
El solo hecho de verlos me puede llegar a irritar. Empiezo a lavar los platos, pero dentro de mi cabeza hablo sola y me digo cosas como: “soy la única que lava los platos. Nadie me ayuda en esta casa”.
Cosas como esta hacen que se me endurezca el corazón y me vuelva más fría. Al rato me hierve la sangre y les digo a mi marido y a mis hijos: “Muchachos, ya lavé veinte o treinta platos. ¿Pueden venir a ayudar un poco también?” (acá me sube un poco el tono de voz). Escuche esto: incluso conté los platos que lavé, hasta las cucharitas y tenedores. (¿Va entendiendo mi ridiculez?).
No creo que Jesús haya contado los peces que cocinó esa mañana. No creo que Él estuviera enojado porque Sus discípulos seguían en el agua mientras que Él estaba cocinando en la playa. No. Preparó el desayuno con amor. Y llevó a cabo la tarea con alegría.
Yo no soy así siempre. Sí, hago la tarea, pero demasiado a menudo, no estoy sirviendo de verdad. Mi corazón no está contento y no soy apacible ni humilde.
No quiero ser así. Entonces, para cambiar mi actitud, empecé a escuchar música de adoración mientras lavo los platos. Le da paz a mi alma y me recuerda que lavar es una manera de servir a mi familia y al Señor. Si Jesús mi Salvador vino “no para que lo sirvan, sino para servir” entonces ¿por qué yo no voy a servir con alegría y humildad también?
¿Imita a Jesús en la tarea noble de servir a los demás con amabilidad y humildad? ¿O hace la tarea con resentimiento en el corazón?
Seamos un reflejo de Jesús en cada acto de servicio para Su gloria. Ore conmigo: “Señor Jesús, ayúdame a servir a los demás con humildad. Permíteme el privilegio de ser Tus manos y Tus pies en la tierra, para que los demás puedan verte a Ti en todo lo que hago. En nombre de Jesús, amén”.