“Sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí…Una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús”. Filipenses 3:12–14 NVI.
A menudo hay un valle entre las cosas por las que oramos y la respuesta de Dios y la única manera de llegar a Su respuesta es recorrer ese valle. La travesía casi nunca es fácil. La decepción, el desaliento, el temor y la frustración ponen a prueba nuestra fe y nos preguntamos si Dios nos ha abandonado.
Pero aprendí que Dios nunca nos deja caminar solos por los valles oscuros (Salmo 23:4), aunque a veces pueda parecer que sí. En 2020, me encontré en uno de esos valles.
Mientras la pandemia de COVID-19 causaba estragos en el mundo de los libres, los que cumplíamos condenas entre rejas también experimentábamos un grado mayor de ansiedad y desamparo.
Cuando me enteré de la posibilidad de ser liberada para cumplir un arresto domiciliario empecé a investigar, aunque sin demasiado entusiasmo. Traté, de verdad, de no ilusionarme mucho. Después supe que reunía los requisitos y empecé a orar constantemente.
Por fin llegó el día que tanto esperaba y la trabajadora social me dijo que saldría el 28 de octubre de 2020. Estaba más que feliz y empezó mi cuenta regresiva. Me moría de ganas de volver a ver a mi preciosa familia. ¡Casi podía saborear mi libertad!
Entonces, pocos días antes, Dios puso a prueba mi fe.
Había experimentado muchas cosas positivas y negativas durante mis diez años en el sistema federal, así que esta montaña rusa no era nada nuevo. La más negativa fue cuando el Espíritu Santo me puso frente a frente con la persona en la que me había convertido, apartada de Dios. Este nuevo acontecimiento no fue más que otra caída durante la vuelta.
Crecí en la iglesia, pero yo era una mentira. Me escondía detrás de máscaras y actuaba con orgullo y arrogancia. Como muchos, decía que conocía a Dios (Tito 1:16), pero no era una seguidora de Cristo convencida.
La mayoría de mis errores tuvo origen en mis inseguridades. Desde niña me había sentido despreciada, indigna, engañada y rechazada, a pesar del inmenso amor que me demostraban varios miembros de la familia, especialmente mis abuelos. Es una mentira que Satanás nos vende a muchos.
Mi vida estaba regida por la deshonestidad, en todas las formas posibles: manipulación, codicia, hipocresía, mentiras y robo. Pronto aprendí que el protagonismo y la deshonestidad rara vez terminan bien. A mí me llevaron a la cárcel. Por supuesto, la Biblia nos advierte que al orgullo le sigue la destrucción (Proverbios 16:18).
Pasé meses de aislamiento, soledad y desesperación, que me llevaron a ponerme de rodillas y entregarme a Dios. Durante una estadía en el pabellón de máxima seguridad, por fin decidí dejar de jugar con Dios y tomarlo en serio. Allí reconocí que necesitaba el perdón y la gracia que Jesucristo había muerto para darme y acepté eso sinceramente y completamente. (Compartí otros detalles en el N.° 4 de 2019 de Victorious Living.)
Me esperaban bendiciones gracias a esa entrega, tal como le esperan a cualquier persona que ponga su vida a los pies de Jesús.
Mi transformación verdadera y permanente comenzó en la misma cárcel, cuando inicié una relación sincera con el Señor. En Su bondad, Dios no desperdició ninguna experiencia ni error y me abrió puertas para que compartiera mi fe y diera testimonio de Su amor y gracia a otras reclusas. Fue un privilegio alentar y guiar a otras mujeres con los mismos conflictos y hablarles del Salvador que me puso en libertad. Me encantaba servir a Dios mientras cumplía mi condena, pero nunca fui tan ingenua como para pensar que trabajar para el Señor me iba a librar de las pruebas difíciles (Juan 16:33). Debí haber sabido que Satanás se iba a presentar al acercarse mi fecha de liberación, pero estaba con la guardia baja cuando entré a ese valle.
Seis días antes de la fecha prevista para mi liberación, la Agencia Federal de Cárceles (BOP) me informó que habían revocado mi fecha de liberación. No me dieron una nueva fecha ni una explicación. Me cerraron la puerta en la cara. Aturdida, caí en un terrible estado de incertidumbre.
Había confiado en que el Señor iba a responder favorablemente a mis oraciones, así que esto fue un golpe importante para mi fe. Las mentiras del enemigo invadieron mi mente y todo el tiempo me asaltaba el temor a lo incomprensible. Luchaba para mantener mis ojos enfocados en mi fuente de fortaleza, recordándome a mí misma: “Dios no te trajo hasta aquí para abandonarte, Melisha,” pero estaba perdiendo la batalla.
Yo no era la única en esta montaña rusa emocional y espiritual. Veía cómo mis hermanas encarceladas pasaban por el mismo sufrimiento, ya que a ellas también les habían revocado la fecha de liberación. Trataba de animarlas, pero me sentía exhausta.
Cuando a una de mis discípulas le reconfirmaron la fecha inicial de liberación, se me encendió por dentro una chispa de esperanza…pero duró poco. Me permití tener un momento de desesperación a solas antes de aceptar que ella se iba a ir sin mí. Estaba dolida y desilusionada, pero me obligué a secarme las lágrimas, aguantar y estar cerca de mi amiga para apoyarla. Una a una, todas mis hermanas espirituales cercanas se fueron a casa. Yo me quedé.
Todavía tenía una mínima cuota de esperanza de que llegaría a casa para el 30 de octubre, justo a tiempo para sorprender a mi mamá en su cumpleaños número 70. Cuando el día llegó y se fue, la frustración y la desesperación se apoderaron de mí.
Durante varias noches clamé al Señor, soltándole todo lo que sentía y rogándole que me hiciera entender. “Dios Padre ¿por qué está pasando esto? Sé que tienes Tus motivos, ¡pero estoy tan confundida!”.
Recuerdo haberle gritado por esas cosas, como si Él fuera sordo. Sencillamente no me entraba en la cabeza lo que estaba sucediendo ni por qué. Estaba cansada y me sentía sola, como si todo el mundo se hubiera olvidado de mí.
Curiosamente, hacerle saber a Dios lo confundida y herida que me sentía, me ayudó a calmar mi desesperación. Tras la crisis, descubrí Su consuelo (2 Corintios 1:4), y mis emociones empezaron a estabilizarse.
De pronto, dejó de importarme por qué estaba sucediendo eso o de quién era la culpa. Entendí que Dios estaba preocupado principalmente por mi corazón y mi respuesta a la situación. Era hora de actuar en forma positiva si quería tener algo de paz. El salmo 37:7 nos enseña: “Quédate quieto en la presencia del Señor, y espera con paciencia a que él actúe” (NTV). Decidí hacer lo que debí estar haciendo todo el tiempo: quedarme quieta en la presencia de Dios y confiar en Su momento.
Recuperé la calma y le pedí a Dios que me perdonara por dejar que estas circunstancias afectaran mi confianza en Él. Comencé a agradecerle y a alabarlo por todo lo que había hecho por mi vida con el paso de los años. Y mientras lo adoraba, Su gracia y Su paz me envolvieron y me llenaron de alegría.
“Señor”, oré, “sé que mi vida está en Tus manos. Te entrego esta situación a Ti y te la dejo” (Salmo 31:14). Percibí claramente Su presencia en ese momento y me sentí reconfortada.
Con la confianza renovada de que nada iba a tocar mi vida si no pasaba antes por Sus manos, creí en Él y en Su promesa de que yo iba a estar bien (Isaías 43:1–2). Estaba segura en Sus brazos. Mi tarea era mantener los ojos fijos en Él y seguir avanzando. Y al hacerlo, llegó la paz a mi valle oscuro.
El día que esperaba y por el que había orado finalmente llegó. El 18 de noviembre de 2020, me abrieron los portones de la cárcel, y corrí afuera para abrazar a mi papá y mi hermana. Dios se había hecho presente y trabajó en mi situación de una manera que lo llenó de gloria. No, el camino que me llevó a este momento no fue agradable. Pero el final fue de un gozo total al reunirme con mi familia.
Me cuesta describir lo increíble y maravilloso que fue abrazarlos y apretarlos. Por primera vez en diez años, no tenía que dejarlos ir. Estábamos parados afuera de la cárcel abrazándonos, llorando juntos y disfrutando de este momento—regalo de Dios—con todo el alma. Entonces recordé dónde estaba, miré a mi familia y les dije: “¡Vamos ya, entremos al auto y salgamos de aquí antes de que alguien cambie de idea!”. Mi papá y mi hermana se echaron a reír, pero yo hablaba en serio. Que quería salir volando de ese estacionamiento y esa cárcel es decir poco.
Cuando ya estábamos en la carretera interestatal, lo primero que hice fue llamar a mi hijo. “¿Podemos hacer una videollamada?” me preguntó. “Necesito verte la cara, para estar seguro de que es verdad”. Ese momento con mi hijo fue uno de los regalos más preciados que Dios me dio como mamá. Me llevó un tiempo creer que mi libertad era real. Era tan absurdo.
Pronto se hicieron presentes ciertas realidades inesperadas de la vida en el mundo de los libres. Después de pasar diez años en la cárcel, me esperaban sorpresas desagradables con nuevos desafíos que me afectaban directa o indirectamente.
Empezó con la tobillera electrónica que me pusieron cuando llegué al hogar de tránsito. Sabía que me la iban a poner, pero usarla me provocó bastantes molestias y vergüenza constante.
Acababa de salir a un mundo que era de todo menos normal. Nada parecía conocido. Estaba empezando la vida de cero completamente y a menudo me sentía como un extraterrestre que acababa de llegar a la tierra.
Todo había cambiado, desde mi familia hasta la tecnología. Y como si esto fuera poco, la pandemia sumaba otros niveles de angustia. El distanciamiento social, los barbijos, las restricciones para reunirse en lugares a los que tanto deseaba ir…había tantos cambios. Lo peor de todo era no poder ir a la iglesia por la COVID-19. Sin embargo, Dios se había anticipado y me había allanado el camino. Él sabía que iba a necesitar una estructura y orientación tras pasar años en la cárcel. Él me proporcionó la cantidad necesaria de ambas cosas a través del hogar de tránsito Dismas Charities. Lo llamé “mi casa” durante más de un año. Verdaderamente me prepararon para que pudiera superarme.
Hace poco más de un año que salí y adaptarme a mi nueva normalidad no fue fácil. Trabajar con las disciplinas esenciales que desarrollé durante mi estadía en la prisión me ayudó a mantenerme enfocada y animada. Conservar mis devociones diarias con Dios ha sido mi primera prioridad.
Pasar tiempo con la Palabra de Dios y en Su presencia me ayuda a estar en paz y me permite avanzar. Considero muy importante estudiar y aplicar la Palabra de Dios en la vida. Buscar otros seguidores de Cristo y caminar junto a ellos también es fundamental. Los amigos piadosos son lo que lo mantendrá firme cuando el camino se ponga difícil.
Dios, en Su misericordia, me mantuvo conectada con mi iglesia, que estuvo cerca de mí a cada paso. Cuando era una adolescente que cometía errores, me querían. Cuando me arrestaron y traté de quitarme la vida, mi pastor estuvo a mi lado. Durante mi condena en la cárcel, me amaron en las buenas y en las malas y jamás pensaron que yo era una causa perdida. Su amor me ha demostrado el amor incondicional y eterno de Jesús y Dios los utilizó para atraerme hacia Él (Jeremías 31:3).
Las semillas de fe y enseñanza que sembraron en mi vida antes, durante y después de mi encarcelación me han mantenido de pie. Mi pastor, el obispo Richard Peoples Sr., siempre me ha recordado: “¡No dejes que lo que estás atravesando te haga detener, Melisha!”. Sus palabras me ayudaron para avanzar y salir de los valles oscuros.
Las cartas y discos compactos con lecciones que mi pastor me enviaba a la cárcel fortalecieron mi fe y me permitieron ayudar a otras personas al mismo tiempo. Cuando necesitaba que alguien hablara la verdad con amor o que me responsabilizara de mis actos, el Señor los usó a él y a mi familia de la iglesia. Ellos me afilaron como el hierro se afila con el hierro (Proverbios 27:17). Y cuando salí de la cárcel, tenían los brazos bien abiertos. Yo me dejé abrazar inmediatamente. Ellos me han ayudado a navegar por esta nueva vida, que es tan distinta de todo lo que había conocido antes.
Dios me ha dado muchas oportunidades para servir a los demás también. Es importante retribuir, no solo buscar ayuda de los demás. Mi tía Carrie es anfitriona de una llamada en conferencia diaria con el fin de animar y estimular a otras personas. Le ayuda a la gente a comenzar el día de manera positiva con Dios. Me uní al grupo apenas recobré mi libertad. Desde entonces, he tenido la oportunidad de ser anfitriona junto a ella y compartir mi testimonio con el grupo. Jamás se me habría ocurrido que mi historia podría ayudar a personas del mundo de los libres, pero muchos me dijeron cómo los inspiró mi deseo de ser sincera y sensible. Les da el valor de confiar en que el Señor les dará la fortaleza necesaria para enfrentar sus propios valles.
Nada de lo vivido fue fácil. Me canso. Las distintas restricciones que todavía condicionan mi vida a veces son abrumadoras. Pero la Biblia dice que cuando se pone a prueba la fe, crece nuestra constancia y nuestro carácter (Santiago 1:3). Dios, con paciencia, continúa modelándome y haciendo de mí la persona que Él necesita que sea, para así completar el plan que Él tiene para mi vida (Jeremías 29:11).
He aprendido lecciones valiosas mientras fui avanzando por este valle con el Señor. Todo tiene un propósito, incluso mi encarcelamiento y los desafíos que enfrento ahora. Dios ha utilizado todo lo que me sucedió como preparación para que acepte el plan que Él tuvo para mi vida todo este tiempo.
Mi pasado me dio las herramientas para que hoy pueda hacer lo que deseo. Quiero abogar por los encarcelados y por quienes hayan recuperado la libertad recientemente. Quiero ayudar a las iglesias a entender la importancia de la constancia en la vida de una persona. No podemos simplemente hablarle a la gente de Jesús y después dejar que se las arreglen solos para averiguar qué hacer de su vida. Debemos transmitir Su amor y enseñarles a tener una relación con Él. Debemos estar junto a las personas, incluso las personas difíciles. Necesitan que se les demuestre el amor de Cristo de manera perceptible.
Liberada hace poco del arresto domiciliario, ahora puedo ver la luz al final del túnel. Estoy muy entusiasmada por lanzarme a esta nueva aventura del ministerio junto a Dios, sabiendo que el Señor siempre estará conmigo, como siempre. Él va delante de mí, preparándome el camino.
Cada día le agradezco a Dios por mi libertad, mientras lo busco de todo corazón (Jeremías 29:13). Por el gran amor que me tiene, quiero obedecerle…y parece que por fin estoy progresando.
Me aferro a la verdad de que el mismo Dios que me sostuvo en la cárcel durante diez años seguirá a mi lado mientras recorro todos los valles que tengo por delante. Sé que todavía me esperan los mejores años de mi vida.
Sea lo que sea por lo que está orando hoy, tenga fe de que el Señor le va a responder (Salmo 66:19). ¡Sí! Puede que no reciba exactamente lo que piensa que quiere o cuando lo quiere, pero no pierda la fe.
A menudo las circunstancias no tienen sentido o parece que se van a volcar a su favor. De todos modos, entréguele sus circunstancias a Jesús y crea que Él va a llevar a cabo todo lo relacionado con usted según Su plan. Él tiene en mente lo mejor para usted (Salmo 138:8).
Dios ha comenzado Su obra en usted, y tal como lo hizo conmigo, la continuará hasta que esté completada tras sortear las adversidades que enfrente (Filipenses 1:6).
Mientras tanto, puede hacer lo que aún sigo haciendo hoy. Mantenga sus ojos puestos en el Señor y siga avanzando. Más adelante le espera una victoria gloriosa. Dios lo va a ayudar a cada paso.
MELISHA JOHNSON salió de la cárcel federal como una mujer con una misión. Tras ser presidiaria, ahora es la voz de las personas que dejó atrás. En su trabajo con iglesias y ministerios carcelarios, ella comparte sus experiencias para ayudarlos a comprender mejor las necesidades de los encarcelados.